La ciencia en el cine

Frankenstein de Del Toro

Escrito por Horacio Cano Camacho

LA CIENCIA EN EL CINE

Frankenstein de Del Toro

Horacio Cano Camacho
Año 14 / Número 82 / 2025

Horacio Cano Camacho
Profesor Investigador del Centro Multidisciplinario de Estudios en Biotecnología y
Jefe del Departamento de Comunicación de la Ciencia de la Universidad Michoacana de San Nicolás de Hidalgo.
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Hoy voy a recomendar una película que aún no he visto. Lo sé: suena cuestionable, incluso extraño. Puede ser una pérdida de tiempo, un simple entretenimiento «palomero», irrelevante o totalmente prescindible. Y, sin embargo, me arriesgo. Lo hago porque el tema me parece fundamental, ya que el director —Guillermo del Toro— es garantía de una obra bien hecha y profundamente significativa, y porque viene precedida de elogios en los festivales donde ya se presentó. Para cuando lean estas páginas, quizá ustedes ya la hayan visto y coincidan conmigo. Así que me lanzo al vacío.

Frankenstein es, quizá, uno de los monstruos favoritos del cine. Existen incontables adaptaciones de la novela inmortal de Mary Shelley, con resultados dispares, la mayoría olvidables. Por eso resulta tan llamativo que Del Toro retome este mito. Pero si alguien es capaz de insuflarle nueva vida al personaje y al género, es él: un creador que se mueve con naturalidad entre el terror clásico y la delicadeza ética de lo gótico.

No es extraño que este director explore a fondo al fascinante personaje que Shelley imaginó a los dieciocho años. Desde la publicación de la novela en 1818 hasta los clásicos de James Whale —Frankenstein (1931) y La novia de Frankenstein (1935)— y versiones recientes como Frankenstein: Rise of a Monster (2019), la criatura ha tenido mil rostros. Ahora, Guillermo del Toro se suma a esa tradición con la promesa de una mirada única.

Las expectativas son enormes. No solo porque Del Toro es un maestro en diseñar monstruos memorables y reconocibles, sino porque Frankenstein es uno de los mitos más poderosos de la cultura popular. Su estreno en el Festival Internacional de Cine de Venecia ya encendió el entusiasmo y, a medida que se acerca su llegada a salas y plataformas, las primeras críticas comienzan a trazar un retrato de una película que promete ser fiel al espíritu de Shelley.

La historia original es bien conocida: Víctor Frankenstein (interpretado aquí por Oscar Isaac), un científico obsesionado con desafiar los límites de la vida y la muerte, construye una criatura a partir de cadáveres y logra darle vida. Horrorizado por su propio logro y rechazado por la sociedad, el ser —encarnado por Jacob Elordi— desarrolla un deseo de venganza que arrastra a todos a la tragedia.

La novela de Shelley, concebida en un ambiente marcado por la Ilustración, el Romanticismo y los primeros experimentos científicos con electricidad y galvanismo, es mucho más que un relato de horror. Es un puente entre la exaltación romántica y la modernidad científica, entre la fascinación por la creación y el miedo a la transgresión. El monstruo no surge de un castillo encantado, sino de un laboratorio: el terror ya no es sobrenatural, sino humano, científico, profundamente ético.

Por eso, Frankenstein es considerada la primera novela de ciencia ficción. Se atreve a especular: ¿qué pasaría si pudiéramos crear vida artificial? Y con esa pregunta llegan los dilemas que aún hoy nos persiguen: la responsabilidad del creador, los límites del conocimiento, la soledad de lo distinto. Desde entonces, autores como Verne, Wells, Asimov o Le Guin dialogan con ella, reconociendo en Shelley una madre fundadora.

En este sentido, no sorprende que Del Toro se haya sentido atraído por esta historia. Su cine siempre ha girado en torno a los monstruos, pero no para condenarlos, sino para reivindicarlos.

 

En Cronos (1993), el vampirismo es deseo de vivir.

En El laberinto del fauno (2006), la fantasía protege a una niña de la brutalidad franquista.

En La forma del agua (2017), la criatura es inocente y el verdadero monstruo es el hombre que la maltrata.

 

Para Del Toro, la monstruosidad real no está en las criaturas deformes, sino en la crueldad, en la ambición y en el abuso de poder. Su estética barroca —colores saturados, decorados recargados, contrastes de luz y sombra— convierte a sus películas en cuentos oscuros donde la compasión siempre se abre paso. Los fantasmas y seres extraños de su filmografía no son villanos: son memorias, víctimas, símbolos de lo reprimido.

Con Frankenstein, Del Toro dialoga directamente con Shelley, Poe y Lovecraft, pero lo hace desde su propia raíz latinoamericana: con barroquismo, sensibilidad popular, memoria histórica y un profundo humanismo. El gótico, en sus manos, deja de ser europeo para convertirse en un lenguaje universal de emoción y crítica.

Por todo esto, me declaro impaciente. Aun sin verla, me atrevo a recomendarla. Porque sé que Guillermo del Toro, con su mirada ética y su pasión por los monstruos, nos recordará algo esencial: que lo más humano puede encontrarse en lo monstruoso… y que, al final, los verdaderos monstruos podemos ser nosotros mismos.