Héctor Germán Oesterheld (1919–1977) fue un escritor, guionista y periodista argentino, considerado uno de los autores más importantes de la historieta en español y una figura clave de la ciencia ficción latinoamericana. Su obra más famosa, El Eternauta, trascendió el ámbito del cómic para convertirse en un símbolo de resistencia política y cultural. Fue detenido, al igual que sus cuatro hijas (Estela, Diana, Beatriz y Marina), por la dictadura militar que gobernaba Argentina; todos permanecen desaparecidos. Fueron asesinados, aunque sus cuerpos nunca fueron recuperados.
Horacio Cano Camacho Vivimos tiempos apocalípticos: el genocidio en Gaza, las amenazas de destruir todo el sistema financiero mundial, el rearme europeo y, en general, la belicosidad de tirios y troyanos, el cambio climático global y, desde luego, una pandemia que evidenció todas nuestras vulnerabilidades. Todo esto nos indica que el mundo está peligrosamente cerca de una catástrofe. Tal vez, por ello, las series y las películas postapocalípticas tienen tanto público; de alguna manera, estamos expiando nuestros temores. Es en este contexto que aparece una nueva serie sobre el tema, pero no cualquier serie: una basada en una novela gráfica escrita en 1957, cuando la amenaza real era la guerra nuclear. ¿Quién iba a pensar que, 68 años después, esta amenaza volvería a ser tangible? Se trata de El Eternauta, una serie basada en la historieta del mismo nombre, escrita por Héctor Germán Oesterheld y dibujada por Francisco Solano López. La historia se publicó de manera seriada desde 1957 hasta 1959 en la revista argentina de historietas Hora Cero Semanal, una de las más importantes de la época. Con el tiempo, se consolidó como una de las obras más emblemáticas del cómic argentino y latinoamericano, destacada tanto por su narrativa de ciencia ficción como por su contenido político y social. La serie de Netflix, El Eternauta, estrenada el 30 de abril de 2025, ha sido aclamada por su fidelidad al espíritu original y por su enfoque actualizado. Fue dirigida por Bruno Stagnaro, quien también participó como guionista principal junto a Ariel Staltari y otros colaboradores; asimismo, la producción contó con la supervisión de Martín Oesterheld, nieto del autor, quien se aseguró de que la serie mantuviera la esencia de la obra original. Esto último es muy importante por motivos que discutiremos más adelante. La historia sigue a Juan Salvo (interpretado por Ricardo Darín en su versión mayor y por Lautaro Delgado en su juventud) y a sus grandes amigos Lucas, Tano y El Ruso. La serie alterna entre dos líneas temporales: Como una rutina, los amigos se reúnen en la buhardilla de Tano, como todos los viernes, a jugar cartas (un juego llamado truco). Así matan el tiempo, entre recuerdos de juventud, música y ganas de relajarse tras un día intenso en el caos que representa Buenos Aires con su tráfico, piquetes y agitación política. Mientras juegan, se va la luz y, al tratar de revisar lo sucedido, Tano Favalli, un profesor de física aficionado a la electrónica, descubre que, sin explicación aparente, la casa y todo el barrio se han quedado a oscuras. Incluso los teléfonos, tanto fijos como móviles, han dejado de funcionar. La esposa de Tano, Paula, advierte desde la ventana que está nevando, y ve cómo un hombre que entra en contacto con la nieve cae muerto de inmediato. Cierran las ventanas y bloquean las puertas ante la angustia de no saber qué ocurre, mientras que El Ruso, en un ataque de nervios, sale de la casa para buscar a su familia y muere de inmediato al recibir la nieve tóxica. La nevada —en pleno verano— continúa, alimentando el miedo y la incertidumbre de quienes permanecen dentro. Tano, fiel a su formación científica, plantea la hipótesis de una explosión atómica cuya nube radiactiva habría vuelto tóxica la nieve, y sugiere que el pulso electromagnético «fundió» todos los equipos electrónicos. Aquí encontramos una pequeña diferencia con la versión original de la historieta, donde la crisis inicia con una nube provocada por los ensayos nucleares a cielo abierto realizados por EE. UU. en las islas del Pacífico durante los años 50. Juan Salvo está muy preocupado por su exesposa, Elena, médica de profesión, y por la hija de ambos, Martha, de quienes no tiene noticias. En un esfuerzo por ir a buscarlas, le improvisan un traje con una máscara antigás que Tano tenía en su estudio y un equipo hermético que le impide cualquier contacto con la nieve. Esa será la imagen icónica de la serie. Juan recorre las calles desiertas del Gran Buenos Aires, llenas de autos accidentados, cadáveres y emergencias sin atender, hasta llegar al edificio donde vive su exesposa. Marta, su hija, no se encuentra en casa: había salido con una amiga y Elena desconoce el domicilio al que fue. La desesperación los embarga y la búsqueda de la chica se convierte en una misión desesperada. En la novela original esto no ocurre: Marta es una niña pequeña y vive con sus padres, que permanecen unidos. Ante una situación límite con los vecinos —que se comportan como fieras intentando sobrevivir—, Juan Salvo y Elena son rescatados por Tano, quien ha descubierto que los autos antiguos, con poca o nula electrónica, no fueron afectados por el pulso electromagnético. A partir de allí se desencadenan muchos eventos. Descubren que la crisis es global y que el gobierno argentino ha sido desmantelado, quedando solo algunos destacamentos militares que intentan coordinar una respuesta frente a lo que, para entonces, se revela como una invasión alienígena. No contaré más. La novela gráfica El Eternauta, de Héctor Germán Oesterheld y dibujada por Francisco Solano López —publicada en su versión completa y actualizada por Editorial Planeta en 2024— es una obra fundacional de la ciencia ficción latinoamericana y un ícono cultural de gran relevancia política, social y artística. Ya hemos comentado en esta sección que la ciencia ficción es, básicamente, un género anglosajón, con algunos nombres notables en la Unión Soviética, Polonia y, más recientemente, China. El género va de la mano con el desarrollo técnico-científico, al analizar el impacto de este sobre la sociedad. En países con vocación agrícola, la ciencia ficción parecería poco creíble, o al menos eso pensábamos muchos. Por eso, una historia ambientada en la Argentina de los años 50, con un enfoque realista y local, nos demuestra que el género da para mucho más. No es una historia que ocurra en Nueva York o en Tokio. Además, se centra en la clase media, que en aquella época en Argentina gozaba de un excelente nivel de vida y proyectaba un «futuro venturoso» para el país. La saga, junto con la serie televisiva, combina drama, aventuras de supervivencia y denuncia política, así como un llamado a la organización popular. En este sentido, me atrevo a caracterizarla como una historia subversiva, algo completamente revolucionario para la época en que fue escrita. A diferencia de las series norteamericanas, aquí no hay un héroe único. Si bien la historia sigue a Juan Salvo como un hilo conductor —y en la segunda parte de la serie, ya anunciada, veremos su verdadero papel—, no encontramos el arquetipo del héroe típico y justiciero solitario. En realidad, la historia apela constantemente a que es la colectividad la que puede salvarnos. En la pantalla vemos cómo cada personaje posee talentos y habilidades que puede poner al servicio del bien común. Esta inteligencia colectiva se convierte en la mejor arma contra el invasor. Este enfoque también distingue a El Eternauta de la ciencia ficción tradicional, que suele presentar personajes aislados o individuos extraordinarios enfrentando al mal. En esta saga vemos al ciudadano común, con sus miedos, limitaciones y debilidades, alzarse como una fuerza colosal frente al poder opresor. Philip K. Dick, el gran escritor de ciencia ficción, afirmaba que este género era, en realidad, un discurso sobre el presente; que la representación del futuro (o del pasado) era un recurso para disfrazar su análisis del presente. Creo que El Eternauta, tanto en su versión original como en la serie televisiva, encarna fielmente esta definición, pues su autor plantea una alegoría política sobre la resistencia. La crítica fundamental de la historia es al imperialismo norteamericano y a las dictaduras que lo representaban a nivel local. Los invasores representan el colonialismo y la opresión; la lucha de los pueblos —la inteligencia colectiva— su resistencia contra estas tiranías. ¿Cómo ven los habitantes de Palestina al invasor sionista? ¿Cómo este ha deshumanizado al pueblo hasta el punto de hacer creíble y aceptable su exterminio? ¿Y cómo los más débiles han resistido durante décadas ante la mirada complaciente de los demás? Israel, en este momento, es ese invasor que El Eternauta retrata. O los gobiernos neoliberales o anarcocapitalistas, dispuestos a sacrificar a sus sociedades con tal de aumentar las ganancias de las plutocracias que representan localmente. En la historia se presentan tres clases de enemigos del pueblo: Los «Cascarudos»: criaturas blindadas, como escarabajos, que hacen el trabajo sucio. Son una alegoría de los ejércitos y los sicarios. Los «Manos»: seres humanos manipulados por los invasores. Representan a los convencidos por el esclavista, que desarrolla en ellos la idea de que no son víctimas, sino parte del poder. Son la fuerza electoral y propagandística del opresor. Los «Gurbos»: enormes bestias destructoras que aplastan a quienes se resisten, representando así a las grandes fuerzas militares como el ejército de EE. UU., la OTAN (o Israel en el caso de Gaza), capaces de arrasar a quien no se pliegue. Los sobrevivientes de la nieve tóxica —Juan, Elena, Tano y sus amigos— intentan subsistir tras el ataque inicial, solo para descubrir que, por sí solos, jamás lo lograrán. Cada uno tiene talentos: Tano es racional y experto en electrónica; Juan (en la serie) es un excombatiente de Malvinas con experiencia en combate y supervivencia; Elena es médica; Paula, científica; y Lucas, un financiero con conocimientos en radiactividad. A ellos se suman otros personajes con habilidades útiles, incluso un grupo de sobrevivientes muy especial: feligreses organizados dentro de una iglesia. Todos deben enfrentarse no solo a los «Manos» y los «Cascarudos», sino también a ciudadanos que rechazan la organización colectiva y actúan movidos por el egoísmo y el deseo de someter a los más débiles, algo que hemos visto repetidamente en situaciones de emergencia. A pesar de todo, el grupo es débil. Pronto descubren que la colectividad les da fuerza, los protege, y en ese proceso se van decantando los liderazgos y las capacidades: la inteligencia colectiva de los más vulnerables. Ese es el mensaje: la sociedad importa. Así, se unen a militares sin mando y a otros civiles para luchar contra el enemigo, por poderoso que parezca, descubriendo que los extraterrestres tienen un plan aún más siniestro que la simple conquista de la Tierra. En la serie de televisión —al menos en esta primera entrega—, queda claro que la historia gira en torno a Juan Salvo. Tiene experiencia en combate y supervivencia; es pacífico, detesta la violencia gratuita, es racional y no acepta explicaciones simplistas, sino que busca evidencias. Sin embargo, Juan experimenta ausencias frecuentes: su mente imagina cosas extrañas. Poco a poco vamos descubriendo que Juan no es el mismo que salió de casa de Tano para buscar a su hija y el que regresó horas después. Salvo ya ha experimentado, de algún modo, saltos temporales entre pasado, presente y futuro. Juan Salvo es El Eternauta. ¿Por qué recomiendo la serie? Ya dijimos que fue (es) una obra innovadora, influyente y revolucionaria en varios sentidos. Puede que no te guste la ciencia ficción, pero esta historia recupera —o, mejor dicho, crea— un estilo que caracterizó a Philip K. Dick y a los primeros autores del ciberpunk primigenio: la crítica del presente, usando el futuro hipotético o la realidad alterna como recurso. Su autor, Héctor Germán Oesterheld, fue más allá: convirtió la ciencia ficción en un arma de denuncia. Su legado sigue vivo en cada relectura de El Eternauta y en la lucha por los derechos humanos en América Latina. La serie es muy fiel a la obra original, aunque recibió las actualizaciones necesarias para hacerla creíble en el mundo moderno: con celulares, internet y comportamientos sociales que no existían en los años 50. Oesterheld solía decir: «En el mundo tiene que haber más verdad, más justicia y más libertad. O no tiene sentido vivir».
Profesor Investigador del Centro Multidisciplinario de Estudios en Biotecnología y
Jefe del Departamento de Comunicación de la Ciencia de la
Universidad Michoacana de San Nicolás de Hidalgo
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El Eternauta
Año 14 / Número 80 / 2025