La Ciencia en el cine

Frankenstein

Escrito por Horacio Cano Camacho

Horacio Cano Camacho,
Profesor Investigador del Centro Multidisciplinario de Estudios en Biotecnología y
Jefe del Departamento de Comunicación de la Ciencia de la
Universidad Michoacana de San Nicolás de Hidalgo
Esta dirección de correo electrónico está siendo protegida contra los robots de spam. Necesita tener JavaScript habilitado para poder verlo.

 

Hace unos días volví a ver El joven Frankenstein (1974), dirigida por Mel Brooks. Esta siempre ha estado entre mis películas favoritas de todos los tiempos. En realidad, se trata de una parodia del clásico Frankenstein, y es una comedia que se basa en los elementos visuales y la atmósfera de las películas originales de los años 30 del siglo pasado. Protagonizada por Gene Wilder,

El joven Frankenstein es una de las comedias más célebres y respetadas de Mel Brooks. Esta película, que volví a disfrutar igual que cuando la vi por primera vez, me motivó a hacer un repaso del tratamiento que el cine, al menos el que he tenido acceso, ha dado a uno de los libros fundadores de la ciencia ficción y la literatura de terror gótico.

Les propongo ahora este ejercicio. Vamos a comenzar por la historia original. En 1816, el poeta inglés Lord Byron se reunió con un grupo de amigos en su villa de Diodati, cerca de Ginebra, en Suiza. Entre los amigos se encontraban Percy B. y su esposa, Mary Shelley. Los días transcurrían aburridos e insoportables debido a un temporal extraordinariamente frío y lluvioso. Para superar la contingencia, se retaron a contar un relato de terror. De aquella velada —en la que me habría gustado estar, al menos como testigo— surgieron dos relatos de terror que pasarían a ser célebres en el gusto del público, y —al menos uno de ellos— un clásico de la literatura. Se trató de Frankenstein o el moderno Prometeo, de Mary Shelley, y El vampiro, de John William Polidori (otro de los asistentes a la villa). Una noche creativa que pasó a la historia como «la noche de los monstruos».

Frankenstein o el moderno Prometeo es fundamental en la literatura, no solo por su valor narrativo y filosófico; junto a otros clásicos, funda la literatura gótica y la ciencia ficción. También mantiene una estrecha relación con los avances científicos y su impacto en el pensamiento moderno sobre la ciencia y la ética.

La historia se puede resumir en el siguiente argumento: Víctor Frankenstein, un joven científico suizo, es un apasionado por los misterios de la vida y la muerte, y los maravillosos avances del conocimiento. Fascinado por la posibilidad de dar vida a la materia inanimada, una aspiración tan vieja como la humanidad misma, Víctor utiliza sus estudios de alquimia y ciencia moderna para crear un ser vivo ensamblando partes de cadáveres humanos.

Después de arduos experimentos, logra su objetivo: darle vida a una criatura. Sin embargo, Víctor queda horrorizado por el aspecto grotesco del ser que ha creado, y lo abandona inmediatamente. La criatura, a pesar de su apariencia, tiene una inteligencia aguda y un profundo deseo de conexión con los humanos, pero debido a su aspecto monstruoso, es constantemente rechazada y perseguida.

 

 

La criatura no tiene nombre, aunque erróneamente se le llama Frankenstein en diversos medios, incluido el cine. En la novela se refieren a él como criatura, monstruo o ente. Algunas películas le han dado un nombre, como Otto, en un intento de eliminar las formas políticamente incorrectas. Lo cierto es que no es Frankenstein, ya que ese es el nombre de su creador.

La novela gótica es un género literario de finales del siglo XVIII y principios del XIX. Se caracteriza por presentar atmósferas oscuras, lúgubres y opresivas, y temas relacionados con el miedo y el terror psicológico; fundamentalmente, trata sobre la lucha entre lo racional y lo irracional. Aunque hay muchos nombres asociados al género, el de Mary Shelley resuena por su trascendencia hacia otros géneros, incluso, como veremos más adelante, por las discusiones filosóficas y éticas en torno a varias disciplinas científicas. Podemos, con toda justicia, considerar este libro como una obra fundacional de la ciencia ficción en su etapa más temprana. Shelley trabaja magníficamente el terror existencial, la naturaleza sublime y el aislamiento de los personajes, además del conflicto entre la ciencia y lo desconocido. Tanto Frankenstein como su criatura son personajes atormentados, marginales y melancólicos. Tal vez Lord Byron influyó profundamente en Shelley. Se sabe que las historias del «concurso» eran sometidas a críticas y sugerencias de los asistentes a esas veladas en la villa de Diodati.

La novela rápidamente trascendió la historia de terror para plantear muchos temas: la responsabilidad de la humanidad con sus creaciones (algo que después veremos muy desarrollado en Philip K. Dick y su ¿Sueñan los androides con ovejas eléctricas?). Víctor Frankenstein, al igual que en el mito de Prometeo, desafía los límites de la creación, pero no asume su responsabilidad, lo que trae consecuencias desastrosas. La soledad y el rechazo: la criatura, a pesar de ser inteligente y sensible, es despreciada por su apariencia, lo que la lleva a una existencia solitaria y amarga. Este rechazo continuo convierte su sufrimiento en odio hacia su creador y hacia la humanidad en general. La venganza: la criatura busca vengarse de su creador, destruyendo lo que más ama, asesinando a varias personas de su entorno. Finalmente, el tema que tal vez nos interesa más en esta columna: los límites de la ciencia. ¿Hasta qué punto los alcances de la ciencia pueden considerarse éticos? ¿Cómo el conocimiento sin responsabilidad conlleva catástrofes?

Es en este último punto donde más vamos a profundizar. Podemos decir con seguridad que la creación de vida ha sido una aspiración histórica de la humanidad. Durante mucho tiempo se desarrolló una discusión muy acalorada entre las ideas abiogénicas de la creación mágica. En mitos y leyendas de casi todos los pueblos del mundo podemos encontrar ideas sobre la creación de vida como manifestación de deidades o seres escurridizos. La idea de crear vida es armar a los humanos con el poder de los creadores. Así, el vitalismo se mantuvo muy vigoroso hasta finales del siglo XIX (la época de Shelley), hasta su derrota definitiva por Louis Pasteur. La muerte del vitalismo, como se le conoce a la corriente de la generación de vida a partir de alguna voluntad superior, no terminó con los sueños de «crear vida»; incluso los reforzó al comprobarse que la materia orgánica podía ser generada a partir de materiales inorgánicos. La síntesis de urea, el descubrimiento de las moléculas especulares y, ya en el siglo XX, la estructura polimérica y modular de la vida (proteínas, ADN y ARN) y la autorreproducción molecular dieron impulso a la creación de vida «artificial», pero esta vez bajo bases científicas.

 

 

La época en que Mary Shelley publicó su famosa novela (1818) estuvo marcada por importantes avances científicos y un creciente interés en la experimentación y el conocimiento de la naturaleza. El ambiente científico de la época estaba lleno de descubrimientos recientes que alimentaron el optimismo y, a su vez, despertaron preocupaciones sobre los peligros éticos de los nuevos conocimientos. Algunos de los hallazgos clave estaban relacionados con una nueva forma de energía que prometía mucho: la electricidad.

El médico italiano Luigi Galvani descubrió en la década de 1780 que, al aplicar una corriente eléctrica a una rana muerta, se producía un movimiento en los músculos, lo que llevó a especulaciones sobre la posibilidad de «revivir» la materia inanimada. El galvanismo inspiró a muchos científicos y filósofos a experimentar con la electricidad y la vida, lo cual influyó en la creación de la figura del Dr. Frankenstein, quien utiliza la electricidad para dar vida a su criatura.

Ya hemos comentado el intenso debate entre el vitalismo, que afirmaba que la materia inorgánica podía cobrar vida a través de la influencia de un espíritu vital, y las corrientes materialistas, que sostenían que la vida era un proceso inherente a fuerzas internas de la materia y, por lo tanto, la vida podía explicarse a través de las leyes de la física y la química. Víctor Frankenstein era un «científico» que participaba de este debate y trataba de usar los nuevos descubrimientos para lograr su propósito.

Además de la electricidad, la termodinámica, la mecánica y otras áreas de la física que experimentaban un gran auge, la biología comenzaba a afianzarse como una ciencia «seria», sobre todo con los avances de la fisiología, la anatomía y la histología. La disección de cadáveres humanos para el estudio de la anatomía fue una práctica científica muy común durante la época de Shelley. Esto proporcionó un marco en el cual las personas comenzaron a cuestionar los límites entre la vida y la muerte. Shelley explora estas ideas a través de la obsesión de Frankenstein por comprender los secretos de la vida y la muerte, y cómo llega a crear su monstruo ensamblando partes de cuerpos humanos. En esto coincide Mary Shelley con otra de las obras fundacionales de la ciencia ficción, La isla del Dr. Moreau, de H.G. Wells, publicada años más tarde y que da cuenta de la creación de seres híbridos entre animales y humanos ensamblando partes anatómicas de ambos.

 

 

En términos estrictamente científicos, podemos ver ahora los planteamientos «técnicos» de la novela como obsoletos, incluso ingenuos. Sin embargo, debemos entender que una de las propiedades más importantes de la ciencia es su carácter dialéctico: los conocimientos avanzan, son derrotados, consolidados; es decir, las preguntas fundamentales nunca desaparecen y se reactualizan constantemente. Así que, a la pregunta «¿Podemos crear vida?», la ciencia moderna responde con nuevos experimentos.

En la actualidad, la idea de «crear» vida tiene un enfoque muy distinto, y por supuesto, es menos ambiciosa que en épocas anteriores. Crear un ser humano o cualquier animal completo es una tarea que descartamos casi por completo, y nos centramos en la fabricación de células; incluso esto resulta ser una labor titánica. En 2012, se publicó una obra fundamental sobre la creación de vida, o como se conoce hoy, la Biología Sintética: Regenesis: How Synthetic Biology Will Reinvent Nature and Ourselves, de George Church y Ed Regis (Basic Books, Nueva York, 2012). En este libro, Church y sus colaboradores en la Universidad de Harvard plantean la posibilidad de crear vida a partir de información genética decodificada.

Este libro despertó o consolidó el interés de muchos científicos hacia este campo, y pronto surgieron dos enfoques principales: el primero propone identificar un genoma mínimo y aprovechar compartimentos preexistentes, reemplazando su genoma por uno sintético. El otro, liderado por Church, plantea la construcción de un genoma mínimo asociado a un compartimento sintético, al que se le añaden ribosomas, nucleótidos y aminoácidos «copiados» de una bacteria. Como vemos, el alcance de los «nuevos Frankenstein» es mucho más modesto; ahora se centran en recrear una célula.

Hoy en día, sabemos que la «vida» no radica en los órganos, por lo que armar cuerpos como si fueran rompecabezas no tiene sentido. Lo que realmente define a un ser vivo, tanto anatómica como funcionalmente, e incluso su comportamiento, está codificado en sus genes. Así que lo que debemos manipular no son los cuerpos, sino los genes. Por ejemplo, ahora entendemos que la simetría corporal, la construcción de segmentos, extremidades y, en general, la forma y estructura de un cuerpo están controladas por grupos de genes como los Hox, Spemann y Nodal, entre otros. Cualquier alteración en estos genes puede cambiar radicalmente la forma del cuerpo. Del mismo modo, comprendemos cómo los organismos obtienen energía (no a través de la electricidad, sino mediante mecanismos quimiosmóticos) y cómo regulan sus procesos vitales.

Esto nos permite entender cuán lejos estaban Frankenstein o el Dr. Moreau de «crear» vida, aunque resulta sorprendente la aproximación materialista de sus historias. Se adelantaron, sin duda, a su época, al atribuir la propiedad de la vida a factores internos de la materia misma y no a deidades o espíritus vitales. Esto es maravilloso y fascinante.

Mary Shelley, en su obra, reflexionó sobre la responsabilidad de la sociedad respecto a sus creaciones, y este es un aspecto destacado del libro. Víctor Frankenstein abandona a su criatura cuando percibe problemas, lo que desata la tragedia. Esta reflexión no es muy distinta de las que debemos realizar hoy en torno a la biología sintética. Como cualquier tecnología, la biología sintética conlleva riesgos si se utiliza de manera inadecuada, lo cual podría ser peligroso tanto para la sociedad como para el medio ambiente. Algunos de estos peligros podrían incluir:

  1. a) La liberación accidental de organismos sintéticos que pudieran ser perjudiciales para la salud o el medio ambiente.
  2. b) El diseño intencional de organismos potencialmente peligrosos.
  3. c) Un «exceso de confianza» en nuestra capacidad para controlar organismos diseñados en laboratorio.

El libro de Frankenstein o el moderno Prometeo anticipó estas y muchas otras reflexiones, lo que constituye su gran valor. Sin embargo, creo que el cine no ha abordado adecuadamente esta riqueza de ideas. A menudo, se ha privilegiado la imagen de la ciencia como «creadora de monstruos», en lugar de profundizar en la reflexión ética, filosófica y científica. Claro está, hay películas más fieles o respetuosas con la historia original, y otras que son francamente prescindibles, como las del Santo y Blue Demon contra Frankenstein, que son tan malas, pero a su manera, resultan entretenidas gracias al absurdo de su trama.

A continuación, te dejo una lista de las películas que he visto, aunque sigo recomendando encarecidamente el libro de Mary Shelley por encima de cualquier adaptación cinematográfica.

 

Frankenstein (1931)

Director: James Whale

Protagonistas: Boris Karloff como la criatura, Colin Clive como el Dr. Frankenstein

Importancia: Esta es la adaptación cinematográfica más icónica de Frankenstein. Boris Karloff encarnó a la criatura en una de las representaciones más influyentes y duraderas del personaje. La imagen del monstruo con tornillos en el cuello, cabeza cuadrada y un andar torpe se ha convertido en el estándar visual de «Frankenstein» en la cultura popular. Aunque la película se desvía significativamente de la novela, especialmente en su interpretación de la criatura como menos articulada y más brutal, sigue siendo uno de los pilares del cine de terror clásico

 

La novia de Frankenstein (1935)

Director: James Whale

Protagonistas: Boris Karloff, Elsa Lanchester

Importancia: La secuela de Frankenstein es considerada por muchos como una de las mejores películas de terror de todos los tiempos. Amplía el mito de la criatura y explora más profundamente el tema de la soledad y el deseo de amor de la criatura, introduciendo a la "Novia", un personaje inspirado en la novela pero que no aparece en la obra original. La película añade capas emocionales a los personajes y está llena de simbolismo.

 

The Curse of Frankenstein (1957)

Director: Terence Fisher

Protagonistas: Peter Cushing como el Dr. Frankenstein, Christopher Lee como la criatura

Importancia: Esta película marcó el inicio de la famosa colaboración entre el estudio Hammer Films y los actores Peter Cushing y Christopher Lee. En lugar de centrarse en la criatura, esta versión se enfoca más en el propio Dr. Frankenstein, retratado como un científico mucho más despiadado y egoísta que en versiones anteriores. Fue una de las películas que revitalizó el interés por el terror gótico en la segunda mitad del siglo XX.

 

El jóven  Frankenstein (1974)

Director: Mel Brooks

Protagonistas: Gene Wilder, Peter Boyle, Marty Feldman

Importancia: Una parodia del clásico de James Whale, Young Frankenstein se ha convertido en un clásico de la comedia. Gene Wilder interpreta al nieto del Dr. Frankenstein, que intenta distanciarse de su abuelo, pero acaba repitiendo sus experimentos. La película es una fiel recreación visual del estilo de las películas de los años 30, con un humor ingenioso y respetuoso con la obra original. Es tanto una sátira como un homenaje a la historia de Frankenstein.

 

Frankenstein (1994)

Director: Kenneth Branagh

Protagonistas: Robert De Niro como la criatura, Kenneth Branagh como Víctor Frankenstein

Importancia: Esta adaptación, titulada Mary Shelley's Frankenstein, busca ser más fiel a la novela que muchas versiones anteriores. Kenneth Branagh no solo dirigió, sino que también protagonizó la película como Víctor Frankenstein. A pesar de intentar mantenerse cerca del material original, la película recibió críticas mixtas, aunque la interpretación de Robert De Niro como la criatura fue elogiada. Es una de las adaptaciones más ambiciosas en cuanto a su intento de capturar la profundidad filosófica y emocional del libro.

 

Yo, Frankenstein (2014)

Director: Stuart Beattie

Protagonistas: Aaron Eckhart

Importancia: Esta película es una adaptación libre del personaje de Frankenstein, basada en un cómic que reinventa al monstruo como un héroe inmortal en una batalla entre gárgolas y demonios. Aunque no fue bien recibida por la crítica, es un ejemplo interesante de cómo el mito de Frankenstein sigue evolucionando y tomando formas inusuales en el cine contemporáneo.

 

Victor Frankenstein (2015)

Director: Paul McGuigan

Protagonistas: James McAvoy como Víctor Frankenstein, Daniel Radcliffe como Igor

Importancia: Esta película presenta la historia desde la perspectiva del ayudante de Frankenstein, Igor. Aunque intenta dar un nuevo giro a la historia, combinando elementos de aventuras y ciencia ficción con la narración tradicional, fue mal recibida por la crítica y el público, en parte por desviarse tanto de los temas originales.