ARTÍCULO
Huele a quemado
Anahí Aguilera y Víctor Ruíz-García
Resumen
Mi tía Lin preparaba comida deliciosa en su fogón de tres piedras, pero la exposición diaria al humo de la leña, dañaron su salud. Este peligro aún lo corremos en nuestras casas donde cocinamos con estufas de gas LP o eléctricas, debido a las partículas finas suspendidas en el aire que pueden superar los límites considerados como seguros por la Organización Mundial de la Salud. ¿Cómo podemos saber si el aire que respiramos tiene una adecuada concentración de partículas? Lo ideal sería tener un dispositivo que mida las partículas, aunque eso es poco común en nuestras casas. La buena noticia es que ya tenemos un sensor de partículas en nuestro cuerpo: nuestra nariz. Las partículas provenientes de la combustión las percibimos como un olor a quemado. El riesgo aumenta cuando pasamos muchas horas, por muchos días, respirando grandes cantidades de partículas, como en el caso de mi tía Lin.
Palabras clave: Calidad del aire interior, combustión, contaminación del aire.
RECIBIDO: 10/06/2024; ACEPTADO: 26/08/2024; PUBLICADO: 22/09/2025
La comida de mi tía Lin siempre ha sido muy aclamada por toda la familia, en especial su atole y sus frijolitos «chinitos», como ella le dice, que son frijoles refritos con manteca. Mi tía es una mujer mayor, que toda su vida cocinó con leña en un fogón de tres piedras. Si alguna vez has visto un fogón encendido, recordarás la cantidad de humo que puede liberar. Desde hace más de una década, mi tía ha presentado problemas de salud en sus pulmones debido a ese humo que respiró durante tantos años.
Cuando la leña se quema, más propiamente dicho, se combustiona, obtenemos el calor que vamos a aprovechar para cocinar o calentar nuestra casa; pero también contaminantes no deseados como el hollín, que son las partículas que respiró mi tía durante toda su vida. Estas partículas se quedan suspendidas o flotando en el aire y algunas son tan pequeñas que no podemos verlas a simple vista. Son microscópicas, tienen diámetros inferiores a los 2.5 micrómetros o micras, y se les denomina PM2.5; el cabello humano tiene un diámetro de 60 micras aproximadamente.
El problema con esas partículas pequeñas es que son respirables, pueden entrar por nuestra nariz, llegar a nuestros pulmones y quedar atrapadas ahí. Nuestros pulmones las retienen como un filtro que, a la larga, comienza a taparse. Sin embargo, no podemos reemplazar nuestros pulmones por unos nuevos, como lo hacemos con los filtros de las aspiradoras, automóviles u otros artefactos. Entonces nos enfrentamos a problemas de salud, como mi querida tía Lin.
Mis papás decidieron que mi tía ya no cocinaría con leña y le quitaron su fogón. En contra de su voluntad, pero sabiendo que le haría bien, mi tía comenzó a utilizar una estufa de gas que produce menos partículas al quemar el gas, en comparación con el fogón de leña. Con esto en mente, yo me imaginé que, en nuestras casas citadinas, donde tenemos estufas de gas o de inducción eléctrica, como es mi caso, ya no deberíamos tener problemas con esas partículas diminutas flotantes.
Para mi sorpresa, en los últimos meses he tomado más conciencia sobre la presencia de estas partículas PM2.5 en mi casa, ya que adquirimos un purificador de aire que puede medir la cantidad de partículas suspendidas en el aire de la habitación. Una noche, estábamos asando un bistec en la parrilla de inducción eléctrica que emite muy pocas partículas en comparación con el fogón de leña de mi tía, cuando entré en una habitación cercana donde estaba el purificador, vi que estaba registrando una mala calidad del aire, específicamente, mostraba valores no recomendados por la Organización Mundial de la Salud (OMS): superiores a 35 microgramos por metro cúbico de aire (35 µg/m3).
Entonces reflexioné. No solo el combustible y el dispositivo que usemos para cocinar son fuentes de partículas PM2.5, sino que las prácticas culinarias y los tipos de alimentos son fuentes relevantes para la generación de partículas en nuestras casas. Por ejemplo, freír o asar son dos formas de cocinar que emiten más partículas que hervir o cocer los alimentos; además, la comida con altos contenidos de grasas libera más partículas al aire. Otro asunto para considerar es la potencia o la intensidad del calor con la que cocinemos: entre más potencia, más partículas pueden ser liberadas.
Por desgracia, no solo la cocción de alimentos es una fuente de PM2.5 en nuestras casas. Alguna otra noche estaba luchando contra un pequeño zancudo que no dejaba dormir a mi hijo. Cansada de no poder atraparlo, se me ocurrió poner una laminita para ahuyentar mosquitos. Después de unos minutos empezó el olor típico que ahuyenta a los insectos voladores. Para mi sorpresa, el purificador de aire también comenzó a registrar valores de PM2.5 no recomendados por la OMS. Entonces, corrí a desconectar la laminilla y me percaté de cómo la presencia de partículas en la habitación comenzaba a descender. Quemar inciensos y lamillas para disminuir la presencia de zancudos es otro ejemplo de generación de partículas al ambiente.
Durante estos meses pasados, me preguntaba si todos deberíamos tener un sensor de partículas en nuestra casa para garantizar una buena calidad del aire interior, como algún electrodoméstico de bajo costo y fácil manejo, con una visualización amigable que nos haga saber cuándo estamos en ambientes no seguros; incluso debería tener una alarma para alertarnos cuando haya niveles peligrosos de partículas. Eso sería ideal, pero creo que es poco viable en la actualidad, ya que implica costos y se requiere que haya interés por parte de los usuarios.
La buena noticia es que ¡Ya tenemos un sensor en nuestro cuerpo!
Este nos permite percibir cuando hay muchas partículas en el aire; evidentemente, no mide la concentración o cantidad de partículas, no nos ofrece un número de referencia, pero puede detectar la presencia de este contaminante. Ese sensor es nuestra nariz. ¿Cómo puede percibir las partículas? Al menos las partículas provenientes de la combustión, la nariz las percibe como un olor a quemado. Cuando te des cuenta de que el ambiente huele a quemado, será mejor revisar qué pasa y ventilar bien el lugar, abrir puertas y ventanas, utilizar extractores de aire, si es posible y conveniente, e incluso purificadores de aire.
Solo una advertencia, al menos en donde yo vivo, en la periferia de la ciudad, la gente acostumbra a quemar pasto seco y hasta basura, por lo que a veces el olor a quemado no proviene del interior de mi casa, sino de afuera, y las concentraciones de partículas se elevan mucho más que con el bistec asado o las laminillas para zancudos. En estas situaciones, en lugar de ventilar, es más conveniente cerrar bien las puertas y ventanas hasta que el olor a quemado se disipe.
¿La próxima vez que percibas un olor a quemado, sentirás angustia o pensarás que te enfermarás? Recuerda que lo más importante es tomar conciencia de la exposición que tenemos a las partículas finas suspendidas (PM2.5). El riesgo que vivimos depende no solo de la «intensidad» del olor o la concentración de las partículas, sino también de la frecuencia con la que lo percibimos y de la duración de esa exposición. Si solo sucede de vez en cuando, por momentos muy breves, no debería haber mayor problema. En el caso de mi tía Lin estuvo expuesta diariamente durante muchos años a concentraciones altas de esas partículas, por lo que terminó enfermando. ¡Qué suerte que tenemos un buen sensor de partículas con nosotros y, además, gratis!
AGRADECIMIENTOS:
Al Laboratorio Nacional SECIHTI de Biocombustibles Sólidos (BIONER) (Apoyo LNC-2023.40).
Anahí Aguilera. Investigadora Posdoctoral SECIHTI, Grupo de Innovación en Ecotecnologías y Bioenergía, Instituto de Investigaciones en Ecosistemas y Sustentabilidad. UNAM, campus Morelia. Morelia, Michoacán.
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Víctor Ruíz-García. Investigador por México, SECIHTI. Coordinador del Laboratorio de Innovación y Evaluación en Bioenergía, Instituto de Investigaciones en Ecosistemas y Sustentabilidad. UNAM, campus Morelia. Morelia, Michoacán.
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