Martha Jaqueline Garduño-Colín La casa es ese sitio que va más allá de cuatro paredes y un techo. Es el lugar donde pasamos gran parte de nuestras vidas, donde creamos buenos y malos momentos, donde generamos historias, memorias y anécdotas de vida, es el sitio que denominamos hogar. En la vejez, las personas pasan a una etapa de su vida en la que están más tiempo en casa y esta pasa a ser un microcosmos, ya que se acentúa el tiempo de permanencia en ella, convirtiéndose en su universo. De ahí la importancia de entender cómo este sitio influye en la manera de vivir la vejez. La calidad de vida de las personas mayores sufre afectaciones debido a que el entorno tiene un diseño orientado a personas con capacidades físicas intactas, sin ningún tipo de impedimento o discapacidad a lo que se le conoce como capacitismo, aunado, también, a un enfoque edadista, es decir, pensado en una población joven. El cuerpo de un octogenario no entra en este tipo de cuerpo joven, con energía y con las aptitudes físicas en perfecto estado, y su entorno inmediato, su casa, resulta también un sitio que no fue diseñado pensando en ellos. Esto resulta por demás problemático debido a que la casa es el sitio donde la gente mayor pasa gran parte de su tiempo y, por lo tanto, forma un eslabón muy importante dentro de su entorno y de su vivencia. La forma del hogar, es decir, escalones, habitaciones, ventanas, texturas e incluso acomodo de los muebles, influye en cómo se desarrolla la vida de quien lo habita, por lo que la casa puede limitar actividades, pero también propiciarlas con el diseño. La psicología ambiental, la neuroarquitectura e inclusive la arquitectura emocional, a lo largo del tiempo y desde su discurso particular, han mostrado cómo el entorno tiene un efecto que, bien encaminado, puede ser inclusive terapéutico para las personas y con ello ofrecer una mejor calidad de vida. Por el contrario, un entorno que atienda exclusivamente las necesidades fisiológicas y de seguridad, sin el confort, bienestar y percepción, será un sitio desagradable para el habitante. Con ello se remarca que el sitio donde se habita, sea uno especializado como un centro geriátrico o la casa donde se ha pasado toda la vida, influye en cómo se siente su habitador. La casa representa algo que puede ayudar o ser una barrera para el habitante; todo dependerá de lo bien que esta responda y se adapte a las necesidades de los moradores. Generalmente, cuando se habla de construir espacios para personas mayores de 80 años, la idea que se tiene es construir centros geriátricos, hospitales o casas de día, es decir, sitios que implican un traslado y una convivencia con personas nuevas en su círculo social en una edad avanzada. De cierta manera, al considerar estos lugares de manera primaria como el sitio para la persona mayor, se busca tener el acercamiento a personal médico que pueda brindar el cuidado necesario de manera pronta y dejan de lado las características físicas del propio espacio y cómo este hace sentir a la persona. No obstante, la atención debiera centrarse en la casa, pues es aquí donde vive la mayoría de las personas mayores, el sitio donde han transcurrido gran parte de su vida y seguirán haciéndolo; esto ahora es estudiado como el Aging in place, ya que las personas vivirán ahí a pesar de que con el tiempo su casa ya no sea el entorno ideal al no adaptarse a los nuevos requerimientos corporales y emocionales que van surgiendo. La casa es un entorno pocas veces planeado para envejecer en él y, aunado a ello, la que se produce actualmente rara vez satisface por completo las necesidades de una población joven y físicamente más fuerte al producirse bajo esquemas económicos insostenibles que dejan de lado el diseño indispensable que tiene fundamentos en la antropometría y capacidades motoras actuales y futuras del habitante; por lo que, si este diseño no satisface la necesidad de un joven, menos lo hará con las de una persona mayor o un niño, y la casa debiera funcionar para todos, independientemente de la edad por la que el habitante se encuentre transitando. La construcción en serie de viviendas con los metrajes mínimos y pocas o nulas condiciones de accesibilidad, por ejemplo, accesos en segundos o más niveles mediante escaleras, puertas con vanos estrechos de menos de 80 cm, o baños donde es imposible entrar usando alguna ayuda técnica como un bastón, andadera o silla de ruedas, hacen que la vivienda sea un sitio poco digno y seguro para habitarla en la vejez. Si al diseñar las casas se centran los esfuerzos exclusivamente en generar un entorno con atención médica disponible, sería regresar de cierta manera al enfoque médico asistencialista que existía hace unas décadas donde a la discapacidad, y en este caso a la vejez, se le trataría como algo que se debe reparar. No es que la senectud no traiga consigo dificultades que requieran atención médica; sin embargo, el grado de dependencia que trae consigo no debiera aumentarse con un entorno problemático. El entorno adecuado deberá responder no solo a la necesidad de un sitio seguro, sino también a la de un sitio social y recreativo. Podemos equipararlo con la pirámide de Maslow: la casa debe cubrir, en primer lugar, las necesidades fisiológicas y de seguridad, pero también debe lograr una buena calidad de vida y un microcosmos bien equilibrado, satisfacer la necesidad de autorrealización en el propio espacio. Por tanto, el diseño no debe contemplar solo la eliminación de desniveles o la textura correcta en pisos para no resbalar, se tiene que generar una diferencia entre lo público y lo privado en la propia casa, hacer zonas de relajación y conexión interior-exterior, considerando que se pasará menos tiempo fuera y que a pesar de ello se debe ofrecer contacto con aire puro, con la vegetación y con la iluminación. Las terrazas o balcones se vuelven un sitio muy importante en este aspecto. Sin embargo, podría serlo también la ventana, ya que bien orientada y diseñada, enmarcaría algún punto focal o permitiría una iluminación que genere una sensación placentera en el habitador. La forma de traer la sensación de naturaleza al interior puede ser también por medio de vegetación en la casa, cuidando siempre el tipo de vegetación que se coloque para que el cuidado y mantenimiento no representen un trabajo adicional para la persona. Se puede, inclusive, tenerla al exterior y que sean de poco mantenimiento para que se enmarquen con estas ventanas de punto focal. Sitios de silencio y descanso serán también adecuados para poder desconectarse de los ruidos externos y también de los que produzcan el resto de los habitantes o vecinos. Una pequeña habitación con mobiliario de descanso, buena iluminación —preferentemente natural— e inclusive cortinas gruesas que sirvan de barrera acústica, podría ser suficiente. Cada uno de estos elementos contribuirá a que las habitaciones se vuelvan dinámicas, que la sala pueda ser una sala de cine, pero también un despacho o el salón de terapia física donde llegará el fisioterapeuta, en caso de requerirse. Habiendo comprendido que, al envejecer, las mismas actividades del día a día del adulto mayor van haciendo que pase más tiempo en su casa, se deben hacer propuestas que no cierren la casa al exterior, de manera tal que quede completamente aislada y solo funcione como un sitio para dormir, estar recluidos y alejados de la interacción social. Para que la casa se convierta en un microcosmos, deberá englobar lo público y lo privado, lo recreativo y lo social, pero también lo fisiológico. Se debe prestar a la realización de actividades que antes la persona hacía al exterior y no privarla de sentirse bien y en contacto con la naturaleza, aun estando al interior. Quizás sea el momento de que la arquitectura dé un paso hacia un diseño más propositivo y que el arquitecto se vuelva un mero intérprete que relacione las actividades con espacios. Que su reto se centre en que el mismo espacio abarque dos o tres funciones distintas a la vez, con el objetivo de concebir un sitio que genere bienestar y no frustración ni sentimiento de encierro en la persona que lo habita.
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Estudiante de la Especialidad en Accesibilidad Universal en la Arquitectura y la Ciudad,
Centro de Investigación en Arquitectura y Diseño de la
Facultad de Arquitectura de la Universidad Autónoma del Estado de México.
Toluca de Lerdo, México.
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