Con mucha frecuencia reflexionamos acerca de nuestra limitaciones en aquellos campos en que de alguna manera nos hubiera gustado destacar, pero que por distintas causas no lo pudimos hacer. A mi me hubiese gustado ser músico y tocar el chelo, ese otro sueña que es un corredor de velocidad de categoría mundial, el de allá hubiese querido se un gran cantor… Pero no lo hicimos ¿Qué pasó?¿nos faltó oportunidad, entrenamiento, una mejor educación?¿nuestra habilidades o la carencia de algunas de ellas son producto del entrenamiento o tienen un trasfondo más biológico? O dicho de otra manera ¿cuánto de genética hay en nuestras habilidades y cuánto de cultura?
Sobre estas y otras preguntas reflexiona Sam Kean en su libro “El pulgar del violinista y otros relatos veraces de locura, amor, guerra y la historia del mundo a partir de nuestro código genético”, Editorial Ariel, 2013, 456 pp, Barcelona (ISBN 9788434406247), un texto muy inteligente, irónico y fascinante sobre la genética.
Kean construye un libro de divulgación sobre un tema que puede parecer muy denso y aburrido y lo hace como una serie de historias llenas de vida. El título mismo ya anuncia este hecho. Niccolo Paganini fue un violinista y compositor italiano reconocido como uno de los más virtuosos de todos los tiempos. Paganini tenía una característica anatómica notoria: una flexibilidad extraordinaria en los dedos que le permitían moverse sobre las cuerdas de su instrumento con una “monstruosa habilidad”. Era tal la facilidad para sacar los sonidos del violín que en su época corrió la historia de que el gran músico había realizado un pacto con el mismísimo demonio a cambio de su destreza. Ahora sabemos que la flexibilidad de los dedos, una condición llamada pulgar de violinista, es un defecto genético, que además de permitir movimientos imposibles para una persona normal, generan dolores y malestares terribles. De manera que el gran Paganini debía parte de su capacidad como interprete a una característica de su ADN, pero esto no significa que poseía el “gen de violinista” ni nada por el estilo. Una forma de estructurar sus articulaciones, genéticamente determinada, le permitía a sus dedos asumir posiciones insólitas, pero sin el entrenamiento constante y magistral desde su infancia, Paganini no hubiera sido mas que una persona con dedos deformes. Así funciona la genética: nos proporciona una cualidad que dependiendo del entorno, puede ser una ventaja o un gran defecto.
El pulgar del violinista nos va contando el acontecer de la genética a través de pequeñas historias. El libro se divide en varios capítulos: En un inicio nos narra cómo leer el código genético, luego nos cuenta nuestro pasado animal, el origen de lo humano, la capacidad del ADN para “predecir” el futuro, la genómica. Y cada capítulo está formado por pequeñas historias construidas de manera divertida, vivaz. De manera que el autor nos hace muy comprensible y entretenido el funcionamiento del genoma y las leyes que lo rigen. Todo con una muy seria investigación histórica y apegado a hechos científicos.
Sam Kean ya antes había logrado un renombre en el campo de la divulgación científica. Fue finalista para Premio Evert Clark/Seth Payne de la National Association of Science Writers con su libro “La cuchara menguante, un relato sobre la tabla periódica de los elementos” que trata sobre la química y su presencia indisoluble en la historia de la humanidad y es colaborador de New York Times Magazine, New Scientist y la revista Science. Estamos ante un escritor y periodista científico de gran calidad.
Leyendo El pulgar del violinista recordé un libro muy parecido que leí en mi adolescencia y que en gran medida es responsable de que yo me dedique a trabajar con ADN. Se trata del libro de divulgación “Por qué me parezco a mi padre” de Nikolai V. Luchnik editado por MIR en aquel país que ya no existe, la URSS y ahora casi inconseguible. Kean como Luchnik logran hacer comprensible y divertida la ciencia para todos.