La fantasía de volar

Escrito por Horacio Cano Camacho

UNA PROBADA DE CIENCIA 

 

Horacio Cano Camacho
Profesor Investigador del Centro Multidisciplinario de Estudios en Biotecnología y
Jefe del Departamento de Comunicación de la Ciencia de la
Universidad Michoacana de San Nicolás de Hidalgo.
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Seguramente, ustedes, como yo, han soñado con poder volar. De hecho, no es un sueño muy original. La humanidad, desde sus inicios, se ha sentido fascinada por esta capacidad observada en diversos organismos; la literatura, el arte, la mitología y las tradiciones han dejado constancia de esta fascinación por independizarnos del suelo. Este sueño ha sido inalcanzable hasta tiempos muy recientes, pero nuestros deseos no se han detenido. La fantasía de volar ha sido un anhelo profundamente humano que se remonta a miles de años atrás. A lo largo de la historia, ha inspirado mitos, invenciones y logros científicos.

De niño, tenía un amigo que, después de ver en el cine de mi pueblo unas «alas delta» cruzar la sabana africana en busca de grandes manadas de animales, decidió construir una idéntica, aunque, por desgracia, con materiales poco adecuados para el propósito de volar. Nuestro amigo Ícaro voló por unos segundos, solo para ir a caer al río Lerma, que por entonces aún llevaba agua, lo que seguramente lo salvó de una lesión muy grave.

Desde la antigüedad, hay narraciones y ejemplos claros de personas que se tomaron en serio el diseñar formas para que los humanos pudiéramos emprender el vuelo. Estos «inventos» reforzaron aún más nuestro propósito, aunque debemos decir que la vasta mayoría de ellos no funcionó, como es el caso de los aparatos diseñados (o dibujados) por Leonardo da Vinci en el siglo XV.

Los insectos, las aves e incluso algunos mamíferos, han desarrollado esta capacidad a través de la evolución de órganos especializados, mientras que nosotros simplemente hemos tratado de imitarlos para desarrollar nuestro propio vuelo. Así que, para documentar nuestro sueño, bien vale la pena «echar a volar» para entender la función y los principios que permiten a muchos organismos cumplir nuestra fantasía.

Eso es precisamente lo que hace el extraordinario libro que ahora les recomiendo. Se trata de La fantasía de volar: La apasionante e ingeniosa victoria contra la gravedad (Arie, 2023), del afamado zoólogo y divulgador Richard Dawkins. Es un libro fascinante que, si bien se lee como una novela, o mejor, como un cuento, en realidad es una explicación detallada de la evolución del vuelo, sus ventajas en la adaptación de las especies y cómo nosotros hemos tratado de desafiar la gravedad.

 

 

El libro comienza con el sueño de volar, una descripción breve, pero muy jugosa de lo que ha significado el vuelo para la humanidad y una comparación con los diferentes organismos que lo han logrado de manera «natural». Continúa con la respuesta a la pregunta: ¿Para qué sirve volar? Aunque podría parecer obvia, es analizada a la luz de la evolución, lo que nos permite mirarla desde una óptica muy interesante: el vuelo como un recurso que permite la preservación de los genes, o de cómo estos «han inventado» el vuelo para permanecer y trascender. Es una visión muy interesante que refleja muchas de las ideas que el autor ya había expuesto en su fabuloso texto El gen egoísta.

El libro sigue con una sección genial, quizá incluso más que los capítulos anteriores: Si volar es tan genial, ¿por qué algunos animales han perdido sus alas? Este asunto no es trivial. Aquí regresamos a la evolución y a la supervivencia de los genes. Podría parecer sencillo: no tienen alas porque no existen los genes para construirlas, o porque en la evolución esas mutaciones correctas no se presentaron. Sin embargo, Dawkins ensaya una respuesta más interesante: los cerdos, por ejemplo, no tienen alas porque no les resultan útiles… Y no se piense que es escapismo o un recurso gracioso para eludir el tema; en realidad, parte de un análisis evolutivo. Las alas no solo no les serían útiles, sino que constituirían una desventaja para su estilo de vida, además de un costo energético enorme para sostenerlas. Como podemos ver, bajo la óptica de Dawkins —y de muchos otros—, nada tiene sentido si no se analiza a la luz de la evolución.

 

 

No les cuento más. Es un libro fabuloso en todos los sentidos, muy bien escrito, con ejemplos encantadores y, sobre todo, con una mirada desde la evolución que puede aplicarse a las diferentes estructuras y conductas que observamos en las distintas especies.

Nosotros, los humanos, no tenemos alas, pero tenemos el intelecto para construirlas, para crear aparatos con los cuales disfrutar de las ventajas de volar (y yo añadiría, de sus costos). La especie humana ha desarrollado otra capacidad aún más poderosa: la de tener ideas y convertirlas en creaciones que nos permiten superar nuestras debilidades: el lenguaje, la inteligencia y la capacidad de preguntarnos cosas.