A los humanos nos gusta ordenar y clasificar todo: los frutos, las hojas de las plantas, las rocas, las estrellas, los planetas y, por supuesto, los seres vivos; poner orden al mundo permite comprenderlo mejor. Siempre estamos buscando patrones en todo y vamos agrupando de acuerdo a su cercanía o distancia con esos patrones: es nuestra naturaleza.
Desde luego, entenderlo también nos permite utilizarlo en alguna aplicación práctica como alimentarnos o defendernos. Las primeras clasificaciones y ordenamientos, seguro respondieron únicamente a los caracteres visibles y más generales: las formas, los colores y las texturas. Con el tiempo y con el aumento de nuestros conocimientos, estas agrupaciones intentaron representar relaciones de funcionamiento, de origen y desde luego evolutivas.
Las clasificaciones han evolucionado desde lo que se observaba a simple vista hasta las características más íntimas, como las genética en el caso de los seres vivos, y hemos descubierto que algunas de ellas tiene utilidad práctica, por ejemplo, en la identificación de organismos muy precisos y cómo no, en la identificación de personas. En el oscuro mundo de la violación de las normas establecidas, estas clasificaciones han resultado prácticas, a saber, en los estudios legales.
Identificar una persona incluye varios criterios y en la investigación policíaca se usan:
Identificación física del sospechoso. Altura, peso, color de cabello, color de ojos, rasgos faciales distintivos, tatuajes o cicatrices visibles, entre otros.
Testimonios de testigos presenciales. Personas que hayan presenciado el delito pueden proporcionar información sobre la apariencia física y el comportamiento del sospechoso.
Evidencia forense. Se analizan pruebas físicas y forenses encontradas en la escena del crimen, como huellas dactilares, ADN, cabello, fibras, manchas de sangre u otras evidencias biológicas para identificar posibles sospechosos.
Registros y bases de datos. Se comparan las características físicas y la información personal del sospechoso con registros existentes, como bases de datos policiales, registros de antecedentes penales, licencias de conducir u otros documentos de identidad.
Vigilancia y grabaciones. Se revisan las grabaciones de cámaras de seguridad, fotografías o videos de vigilancia que puedan capturar imágenes del sospechoso o de su actividad relacionada con el delito.
Estos criterios se han ido acumulando a lo largo de la historia y han sido valorados, mientras que muchos otros se han descartado.
Ahora vamos a recomendar una novela, no un libro científico ni de divulgación. Aunque en realidad se trata de un thriller, de una novela de acción y de misterio, pero que describe muy bien cómo llegó a nosotros un sistema de clasificación e identificación de personas en la comisión de un delito: las huellas dactilares, y lo haremos de la mano de uno de los artífices, Juan Vucetich y el «Caso Rojas» que, a finales del siglo XIX, sentó las bases para el estudio objetivo de la escena de un crimen.
El Malleus Maleficarum (en español, «Martillo de las Brujas») es un libro escrito en el siglo XV por dos monjes dominicos, Heinrich Kramer y Jacob Sprenger, y es considerado una de las obras más influyentes en la historia de la «caza de brujas» y la persecución del diferente en la época de la Inquisición. El propósito del libro era proporcionar una guía detallada sobre la identificación, la persecución y la erradicación de la brujería. En sus páginas, los autores argumentaban que las brujas eran una amenaza real para la sociedad y la Iglesia, por lo que ofrecían instrucciones detalladas sobre cómo descubrirlas, interrogarlas, juzgarlas y castigarlas.
Este libro contribuyó en gran medida a la propagación del miedo y de la histeria en torno a la brujería, o lo que en la época se consideraba como tal. El libro fue utilizado por la autoridad en los procesos de brujería y justificaba las torturas y los métodos inhumanos para obtener confesiones y condenas. Su influencia en la época fue significativa y tuvo un impacto duradero en la persecución de disidentes durante varios siglos. Por absurdo que ahora nos parezca, fue un intento para encontrar formas confiables de descubrir al mal.
Iván Vučetić, mejor conocido como Juan Vucetich, investigador argentino, inmigrante, nacido en Hvar, archipiélago de Dalmacia, en el Adriático de la actual Croacia, y quien es reconocido por sus contribuciones en el campo de la identificación criminal, particularmente por su trabajo pionero en el uso de las huellas dactilares. Vucetich proporcionó argumentos científicos para terminar con prácticas de tortura y de las creencias en las investigaciones judiciales. Durante su carrera en la policía de La Plata, Argentina, desarrolló un sistema de clasificación y archivo de huellas dactilares para ayudar en la identificación de delincuentes, mismo que seguimos usando en la actualidad.
La novela Las huellas del mal (Grijalvo, 2023), de Federico Andahazi, parte de un hecho verídico: el asesinato de dos niños (7 y 2 años) en Quequén, un pueblo de la Provincia de Buenos Aires, en 1892, un crimen muy sangriento y del todo inexplicable que pasó a la historia como el primer crimen en el mundo que fue juzgado presentando evidencias indudables de la culpabilidad del sospechoso.
Ante lo dramático del caso, el presidente de la República Argentina, Carlos Pellegrini, envió al inspector Juan Vucetich a Quequén, como una oportunidad para probar el método dactiloscópico que, de resultar positivo, prometía revolucionar las ciencias forenses y la investigación policíaca.
El inspector Vucetich llegó acompañado de su asistente, el grafólogo y filólogo Marcos Diamant para colaborar con la policía local. De inmediato, notaron el rechazo y el intento de sabotaje del jefe de la policía municipal, quien hace todo para cerrar el caso de inmediato, culpando, sin mayores pruebas, a un amigo y compadre del padre de los niños, quien además, fue el que descubrió el hecho y dio aviso a las autoridades.
Del crimen, ha sobrevivido la madre, Francisca Rojas, una mujer muy conflictiva que solo resultó mal herida, pero que alcanzó a salvarse, para luego declarar que efectivamente fue el compadre el autor del crimen. Vucetich y Diamant, empleando la observación detallada y la disposición de la escena del crimen, sospechan que es más complejo que la idea simplista del jefe local, por lo que organizan todo para preservar la escena y tomar las huellas digitales encontradas por todos lados.
El asunto se complica con la dura resistencia de las autoridades locales y un actor inesperado: los grupos anarquistas, muy activos en el país con la llegada de inmigrantes europeos y quienes se oponen activamente a la posibilidad de que un método antropométrico pueda ser usado para identificar a cada persona, por considerar que compromete inevitablemente la libertad ante un poder totalitario, además de suponer que el método los tratará de marcar «como ganado». Todo ello complica el trabajo de Vucetich, quien se encuentra con vertientes económicas, ideológicas y políticas que mezclan y enturbian todo, cuando él solo desea justicia para los niños y el arresto inequívoco del culpable.
Andahazi, como nos tiene acostumbrados en sus novelas anteriores, crea un marco histórico muy preciso, con antecedentes que van desde los intentos de Francis Galton en el siglo XIX por crear métodos precisos de identificación individual y quien descubrió las características individuales de las huellas dactilares, pasando por Edward Henry quien a finales del siglo XIX, en la India, desarrolló un sistema clasificatorio para estas huellas dactilares, hasta llegar a los controvertidos trabajos de César Lombroso, quien identificaba estas características antropométricas con la capacidad intelectual, tendencias criminales, entre otras cosas totalmente ajenas. También abunda en la muy convulsa realidad política de Argentina y en el fenómeno de la inmigración europea, buscando nuevas oportunidades de desarrollo, hasta el ya comentado movimiento anarquista. Todo esto crea un contexto que nos permite entender la dimensión del aporte de Juan Vucetich.
Como buen novelista, hace uso de varias licencias que le dan una gran agilidad e interés a la historia que cuenta, permitiendo que nos metamos en ella cual thriller adictivo y que nos identifiquemos con las dudas y las pasiones de ese par de científicos en el mundo más anticientífico.
Un libro muy interesante, basado en hechos reales que plantea el descubrimiento de un método ahora rutinario, pero que en su momento fue saboteado, combatido y negado por intereses totalmente extraños a los que pretendía, ¡no se lo pierdan!
Horacio Cano Camacho, Profesor Investigador del Centro Multidisciplinario de Estudios en Biotecnología y Jefe del Departamento de Comunicación de la Ciencia de la Universidad Michoacana de San Nicolás de Hidalgo.
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