Ahora sabemos que el cerebro es el gran organizador de todos los procesos del cuerpo, ya que recibe las señales no solo de interior, sino también del medio, a la vez que articula las respuestas debidas. Asimismo, en el cerebro residen todos los procesos mentales que nos hacen ser lo que somos, incluyendo la conciencia de nosotros mismos. Pero esta noción es relativamente nueva. En el mundo antiguo, desde Egipto hasta la Grecia Clásica, el cerebro no tenía mayor importancia, pues se pensaba que los procesos mentales se localizaban en el corazón, o en los órganos de los sentidos, incluso que residía fuera del cuerpo.
Los sentidos son un sistema que nos permite la intermediación entre la naturaleza y nuestro cerebro. Hoy vamos a platicar de uno en particular: el olfato, y lo haremos de la mano de un excelente texto de divulgación titulado Una cuestión de olfato, del neuroetólogo Bill Hansson (Crítica, 2022). Desde el arranque, Hansson propone una visita al mundo antiguo, un panorama de olores muy diferentes al que nos enfrentamos en la actualidad y eso, de entrada, nos plantea varias preguntas: ¿Olemos, nosotros y nuestro ambiente, de la misma manera que, digamos, en el siglo XIII? ¿Cómo han cambiado los olores en el tiempo y nuestra manera de detectarlos? Estamos hablando de evolución sensorial.
Si a mí me pusieran —por aquello de que los viajes en el tiempo ya fueran posibles— en el medioevo, ¿me podría orientar?, ¿sería capaz de identificar una señal de peligro? Y lo mismo pudiéramos ensayar con un hombre de aquella época colocado en medio de una de nuestras modernas ciudades o centros comerciales.
Ahora imaginemos el cambio de patrones odoríferos en la naturaleza. Por desgracia, no solo hemos cambiado el ambiente con nuestra actividad, modificado el uso del suelo, contaminado los cuerpos de agua, el aire y el suelo, sino que también hemos modificado a qué huele nuestro entorno, lo cual debe tener consecuencias para el resto de los seres que habitan este planeta. Un insecto, por ejemplo, se guía hacia la hembra o hacia una flor a través de señales químicas, y si nosotros nos sentimos confundidos en un ambiente con olores muy distintos a los que están grabados en la memoria olfativa, piense en la confusión del resto de seres vivos…
El paisaje de olores está cambiando y mucho tiene que ver con nosotros. ¿Cuáles pueden ser las consecuencias? Hansson propone un ejercicio: visitar un bosque cercano y tratar de registrar los olores, seguramente si intentamos comparar con una experiencia previa, nos daremos cuenta de que ya no huele igual, no están los mismos árboles, ni la misma hierba, probablemente, ni los mismos hongos. Ahora el bosque es un relicto rodeado de cultivos de maíz o trigo, habrá agroquímicos, humo de motores y plantas invasoras.
Un mosquito se orienta y localiza la fuente de alimento —nosotros— por nuestra huella de CO2, pero si este gas está aumentando dramáticamente su concentración, ¿qué pasará ahora con el mosquito? Alguien puede pensar que es una ventaja para nosotros, pero este aumento de concentración rompe también otros ciclos de aromas y altera completamente su paisaje, al cambiar las temperaturas, los patrones de floración y la emisión de las propias señales odoríferas de las plantas.
Sobre todas estas historias platica Bill Hansson en este maravilloso libro, Una cuestión de olfato, que nos hará reflexionar sobre un sentido muy subestimado. Recomendable para todos, chicos y grandes y, en particular, para los profesores de cualquier nivel. Ojalá comencemos a prestarle más atención al paisaje de aromas.
Horacio Cano Camacho, Profesor Investigador del Centro Multidisciplinario de Estudios en Biotecnología y Jefe del Departamento de Comunicación de la Ciencia de la Universidad Michoacana de San Nicolás de Hidalgo.
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