De entre los especímenes más exóticos de la ciencia está uno que se desplaza por tierra entre las ciencias sociales y por aire entre las naturales, capaz de alimentarse tanto de oralidad como de escritura, quizás el más matemático de los humanistas: el lingüista. En el libro Atrapados por la lengua. 50 casos resueltos por la lingüística forense, publicado en 2020 por Larousse, Sheila Queralt —lingüista forense, fundadora de su propio laboratorio—, muestra cómo las palabras han sido la soga al cuello que muchos delincuentes se han puesto sin saberlo, pues a manos de profesionales de la lengua, la evidencia de culpabilidad puede estar en una coma, una falta de hortografia, un salto abrupto de renglón, el número de vibraciones de tus cuerdas vocales o un cambio de párrafo.
La lectura suena ya bastante apetitosa con el adjetivo forense, que provoca siempre rechazo y curiosidad en partes iguales; dicho de otra forma, «morbo». Todas las líneas forenses se ligan al concepto de foro, la plaza pública donde la antigua Roma sometía a discusión los sucesos más relevantes de la política y la justicia, a la vista de muchas personas que emitían juicios. Esto ha derivado en la definición de forense como todas aquellas áreas ligadas a la justicia. De este modo, la ciencia de la lengua, la lingüística, en su rama forense, somete al análisis todos los elementos lingüísticos vinculados con lo legal, y ahora también quienes leemos este libro, somos partícipes del juicio.
Resulta que, como explica Queralt, la diversidad de elecciones lingüísticas que hacemos a diario, entre un modo y otro de expresar una idea (como evidencié a inicio del párrafo anterior), revela patrones que pueden decir mucho de quiénes somos, qué pensamos y en qué circunstancias construimos nuestros mensajes. Y si alguien ama los patrones son las y los lingüistas forenses. Así, el desdoblamiento que acabas de leer («las y los») te puede dar la idea de cierta postura política, al igual que el tuteo que empleo (en vez de usted) surtirá un efecto de cercanía e informalidad.
Naturalmente, solemos asociar la idea de lengua con los popularmente llamados «acentos» de cada país, sus palabras y las reglas para formar oraciones o, como nos gusta decir en la lingüística: dialectos, léxico y sintaxis, respectivamente. Sin embargo, la lingüística forense nos recuerda que lo que decimos oralmente y por escrito, conforma una entidad muy compleja (no complicada, aunque a veces también) que se puede ver desde los sonidos del habla, la anatomía de las palabras, la estructura de las oraciones, los significados y el uso de la lengua en contexto.
Esta complejidad que forma parte del ADN de la lengua, obliga a la lingüística —en todas sus ramas— a ser una ciencia tan humanista como matemática. Se vale de metodologías comunes entre las ciencias humanas, pero también de varias ciencias duras, naturales o exactas —tip conversacional: la discusión sobre cada uno de estos términos abre jugosas pláticas—. Además de ser una disciplina que define la «interdisciplinariedad», máxime en su línea forense: trabajar de la mano con otras ciencias para llegar muy muy lejos.
Así, la lingüística forense, a pesar de ser una ciencia joven y una rama aún más, ha sido capaz de encontrar información determinante en casos legales donde parecía no haber salida. La doctora Queralt nos cuenta 50 ocasiones en las que, mirando desde muchos ángulos toda clase de material lingüístico escrito y en voz —hasta aquel que parecía inútil—, se han descifrado asuntos legales y por la boca han muerto los peces más feroces.
Ojo aquí, que nuestra lingüista nos recalca que ella no estudia la psicología criminal, para ello están otras esferas del conocimiento; analiza los significados conceptuales (los literales) y procedimentales (los que guían la interpretación). Atrapar a imitadores de voces y escritos, develar al autor real y construir el perfil de un victimario, son algunas de las hazañas lingüísticas en los casos relatados. Desde identificar los escritos seudónimos de J. K. Rowling, en lo que compete al derecho de propiedad intelectual, hasta descubrir textos construidos bajo amenaza, pruebas prefabricadas y declaraciones falsas, colaborando en casos penales como el del multihomicida estadounidense Unabomber, capturado por el estilo de su lengua.
Unabomber es el asesino serial más famoso de la lingüística forense: serial por cometer varios homicidios y ataques durante 17 años, y serial por ser parte de la aclamada serie de Netflix. Sus rasgos lingüísticos —que te los dirá Queralt—, permitieron hacerle un «retrato» que sirviera como pauta para saber a qué clase de sujeto buscar —o sea, un perfil—. Modestia aparte —o sea, que voy a decir algo súper arrogante y no me pueden juzgar—, la lingüística forense, tan despreciada en un inicio en el mundo legal, resolvió lo que otras líneas no pudieron en más de diez años de incesante y costosa inversión por parte del FBI.
Pero además de abordar la evidencia lingüística en los procesos legales, este libro expone que la lingüística forense analiza el lenguaje de la ley y el rol del lenguaje en los procesos legales. Por un lado, la ley emplea cierto lenguaje que los estudios lingüísticos han encontrado críptico, cuando debería ser accesible para sus usuarios; si el derecho es para proteger a las personas, tiene que hacerse en un estilo que las personas entiendan. Aunado a esto, la interpretación de una palabra en un documento legal puede cambiar por completo el rumbo de las acciones derivadas del mismo, y la lingüística forense ha sido necesaria en ese plot twist.
Por otro lado, el lenguaje desempeña un papel político en los procesos, ya que puede poner en desventaja a grupos vulnerables por no incluirlos en su legislación o por no emplear los sistemas y las lenguas de las personas implicadas: lenguas indígenas —que en México son mínimo 68—, lenguas distintas a la oficial del país, lengua de señas —en la variante regional correspondiente—, braille, etc. Una mala traducción o un intérprete deficiente —diferente a traductor—, pueden resultar en litigios injustos.
Dentro de este mismo punto, no es nuevo el hecho de que, en México, como en el resto del mundo, las mujeres no fueron incluidas lingüísticamente por siglos en la constitución, gran parte de la población analfabeta sufre abusos jurídicos por no saber leer y muchísimas personas indígenas son encarceladas arbitrariamente sin que ellas tengan conocimiento de qué ocurre y sin que su lengua pueda ser escuchada. Nos falta mucho en el camino hacia los derechos lingüísticos para todas, todos, todes.
Afortunadamente, lingüistas como Sheila Queralt han participado en momentos donde se requería conseguir equidad entre hablantes. Espero que puedas emocionarte como yo, al leer la sentencia pionera en emplear un lenguaje sencillo para que el principal implicado, un niño con síndrome de Asperger, pudiera entenderla con claridad. Ni te imaginarías cuál fue el país que innovó dando este paso. Dicha sentencia abre una ventana para mirar la fragilidad que puede tener un individuo ante el lenguaje, no solo en una corte; nuestra ignorancia en ámbitos comunicativos como los medios, la política y las herramientas digitales, suele derivar en malas desiciones.
En este sentido, concientizar las marcas lingüísticas que tienen un depredador cibernético, reconocer las limitaciones de los motores de traducción, aprender qué tipo de conversaciones son admisibles como prueba legal, localizar las características de una fake news o entender los mecanismos de manipulación que emplea la clase política, permite protegernos y actuar de manera informada. Dentro de su texto, Queralt cuela algunos consejos al respecto, los cuales pueden salvarnos de ciertos delincuentes, o incluso servirnos como defensa en procesos judiciales.
En suma, este libro es una forma astuta de aprender un poco de lengua por placer o por autodefensa, mientras nos enteramos de fascinantes embrollos legales, propios de nuestras películas favoritas de suspenso —o del terror más intenso—. La doctora Queralt, encima, es una buenaza en su área a nivel mundial; un ejemplar destacado de Lingüista forense, una subespecie científica escasa y cada vez más empleada en la investigación. Si te gusta observar la comunicación humana y encontrar evidencias en ella, si eres detallista y sigues tu intuición —base de toda ciencia—, o si tienes alma de espía o vocación de chismoso, este libro podría convertirse en un acertijo seductor o, quién sabe, hasta en una efectiva orientación vocacional para unirte a esta ciencia.
Itzi Paulina Medina Jiménez. Maestra en Lingüistíca, Catedratica del Tecnológico de Monterrey, Campus Morelia.
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