Una de las principales barreras que separa a la ciencia del conjunto de la sociedad es la barrera lingüística. El problema radica en una imposibilidad para descifrar el idioma cada vez más hermético y especializado con que la ciencia designa los nuevos territorios que emergen día a día.
La comunicación del conocimiento de los expertos es uno de los pilares fundamentales del desarrollo de la sociedad actual. De nada vale que la ciencia avance si esos conocimientos no llegan a la población, sin embargo, la brecha entre los avances científicos y tecnológicos, y lo que la sociedad conoce de ellos es cada vez mayor.
Gran parte de la culpa de este fenómeno está en el bajo nivel educativo que tenemos que no se ha preocupado por desarrollar el pensamiento crítico del alumnado y en muchos sentidos ha enseñado la ciencia como una colección de datos, fórmulas y fechas para aprenderse de memoria. El estudiantado así formado, se olvida muy pronto de esa maraña de cosas e incluso las rechaza por aburridas. Las dificultades léxicas y conceptuales parecen ser el factor principal de la incomprensión de la ciencia para el público no especializado…
Por ello los divulgadores nos alegramos mucho cuando aparecen textos, artículos y libros (más otros recursos modernos), capaces de acercar a la ciencia a los lectores de una manera emocionante y disfrutable.
Todo esto viene a cuento por un libro que quiero recomendarles y que me parece un ejemplo precioso de quien realmente sabe contar historias al tiempo que comunica el conocimiento, haciéndolo atractivo y fácil… Se trata de La vida contada por un sapiens a un neandertal, de Juan José Millás y Juan Luis Arsuaga (Alfaguara, 2020). Este extraño nombre es en realidad la estructura de la historia. Millás, un escritor, le propuso a Arsuaga, un paleontólogo, asociarse para hablar de la vida, para tratar de entender por qué somos, cómo somos y cómo hemos llegado hasta aquí.
Millás se asume como el aprendiz en esta aventura, el neandertal, y acepta que Arsuaga es el verdadero experto, el sapiens, y juntos se van de viaje. Se van de viaje por los caminos de la prehistoria, en metro o en coche. Porque es en realidad el mismo espacio en donde nos movemos nosotros, de manera que nos damos cuenta de que esa historia no nos es ajena, es parte de lo que somos, aunque se mueva en dimensiones espaciales y temporales que nos hicieron creer, por la forma en la que nos lo contaron en la escuela, que no tienen que ver con nosotros.
Piense que en el espacio que ocupa al leer este artículo, no hace mucho se movían grandes manadas de bisontes, tal vez los acechaba un «tigre» dientes de sable o quizás nuestros ancestros a su vez acechaban a grandes mamuts. Y dependiendo de donde esté, puede haber aún rastros de ello.
Y si afuera, debajo de sus pies no quedan huellas, tal vez se deba a procesos geológicos, hídricos, a los sucesivos cambios en el clima y también, al indetenible cambio de uso del suelo que termina borrándolas. Pero no se preocupe, en usted están esas huellas del pasado y en realidad nos dicen que no somos tan lejanos de nuestra prehistoria.
La biología molecular nos acerca mucho al pasado
Sí, en nuestro ADN se encuentran las pruebas de nuestro pasado neandertal, incluso del denisovano. A medida que avanza el conocimiento sobre el ADN de las poblaciones «pre humanas», somos capaces de reconstruir el origen de ser humano. Diferentes estudios han concluido que nuestro material genético carga con un 2,0% de los genes de otras especies humanas que se extinguieron. ¿Qué implicaciones tiene este conocimiento? ¿Puede estar relacionado con fenómenos modernos en nosotros? La paleontología es indispensable para recabar más y más muestras en donde obtener ADN para saber más de este pasado y desde luego, de nuestro presente.
Hubo un tiempo en que los seres humanos no estábamos tan solos en la tierra. Por allí se movían otras especies de hermanos. Resulta que el antepasado directo del Homo sapiens en una ventana temporal, hace casi dos millones de años -un instante en el tiempo geológico- convivió en África con al menos otras dos especies de humanos, el Homo erectus y el Homo rudolfensis.
Esa convivencia se conservó luego ya en Europa con otras especies como el Homo neanderthalensis, el neandertal y el Homo, o simplemente Denísova, hace apenas unos 40,000 años. Resulta que podemos rastrear estos contactos en nuestro propio genoma e identificar su influencia y su papel en lo que somos, como los genes de percepción del dolor, o varios genes de la respuesta inmune, que vienen de ellos. El cromosoma Y al parecer les llegó de nosotros y ya sabrá usted como nos pasamos esos genes...
Pero el neandertal que vive en nosotros también creo el arte y aprendió el uso de plantas medicinales y de varias herramientas, lo que influyó sin duda en el fortalecimiento del Homo sapiens y creo la superioridad tecnológica que nos dio la ventaja sobre los otros humanos y tal vez los llevó a la extinción. Un tema apasionante para reflexionar seriamente…
Sobre eso nos cuentan Millás y Arsuaga con mucho humor y humildad. Un libro muy divertido que creo nos enseña mucho, en particular, en que consiste la verdadera divulgación de la ciencia. Lea este libro, además de que aprenderá y se divertirá, reflexionará mucho sobre lo que somos, de dónde venimos y fundamentalmente, a dónde vamos. Un libro fundamental.
Horacio Cano Camacho, Profesor Investigador del Centro Multidisciplinario de Estudios en Biotecnología y Jefe del Departamento de Comunicación de la Ciencia de la Universidad Michoacana de San Nicolás de Hidalgo.
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