Todos hemos escuchado de dietas milagrosas, incluso algunos hasta las hemos practicado. Hay remedio para todo y para todos en la viña del señor. Y claro, estas propuestas son muy atractivas: imagine usted que se puede curar algo tan grave como el cáncer simplemente agregando o quitando un platillo de su mesa. O curar el Covid-19 tomándose un ajo en ayunas, o eliminar tal cosa comiendo papaya exclusivamente durante una semana. Sería tan fácil.
Pero si las dietas milagrosas son un hecho cotidiano, falta agregar nuestra obsesión por la comida saludable. Desde el agua que bebemos que casi casi la tomamos bendecida por el santo papa, hasta la eliminación total se ciertos ingredientes, parecen ser la norma. Como que no padecer intolerancia a la lactosa o al gluten nos vuelve marginales. Los propios médicos (y las vecinas) detectan estas alergias nada más escuchar la primera queja. Así, sin exámenes de ningún tipo. Y claro está. Nosotros sentimos una enorme satisfacción por que ya somos de la cofradía exclusiva de los intolerantes… Y claro, engordamos el negocio de los vendedores del miedo. Los estantes y los refrigeradores de las tiendas están llenos de estos productos.
Barritas energéticas para sustituir a la comida, tés milagrosos que curan todo, vitaminas y proteínas en polvo para sustituir a las que nos comemos en forma de bistec. Vegetales sin colesterol (aunque usted no lo crea), chocolates sin grasas trans (ni chocolate), camarones libres de transgénicos (ya casi todo exhibe una leyenda de esas como blasón). Es tal la obsesión por lo “sano” que un buen día vamos a parecer astronautas con dietas en una barra con sabor a pollo, res, hongos, pero sin ninguno de esos ingredientes por “insanos”.
Tenemos una relación muy complicada con la comida. Ahora respondemos por modas. Llegan unas, a las pocas semanas se van y son sustituidas por otras, incluso más radicales o contradictorias de las que teníamos antes. He visto en internet sitios que advierten de los riesgos de consumir tal producto, para enseguida descubrir otro sitio que recomienda los milagros de consumir… el mismo.
Hoy en la mañana escuchaba a una cocinera que recomendaba un plato y el “argumento” para ponerle tal ingrediente era que detoxificaba los riñones y otro fundía la grasa del cuerpo y nos permitiría adelgazar. Yo imaginaba que éramos como una barra de mantequilla y la grasa estaba allí, formando paquetes que, al fundirse, simplemente se irían por la taza del baño. Pero resulta que son los riñones los que filtran la sangre y la grasa está en realidad dentro de células vivas y claro, no se funde, a menos que le apliquemos al cuerpo unos cientos de grados de calor.
Sobre todo esto nos habla el Chef Anthony Warner, mejor conocido como El Chef furioso, en su libro del mismo nombre (Zenith, 2019. ISBN 9786077475897). Detrás de todas estas ideas hay una muy mala ciencia: dietas milagrosas, détox, “sanas” que nos prometen el paraíso. Se sustentan en una muy mala costumbre de todos nosotros. Y nos son los malos hábitos alimenticios, es nuestra falta de costumbre de pensar un poquito de manera crítica y racional.
Vivimos bombardeados por mensajes de todo tipo, la mayoría de los cuales aprovechan esta falta de cultura científica de la sociedad y sobre todo la carencia y ejercicio del pensamiento crítico.
Nos venden toda suerte de ideas que no admiten el menor análisis si le aplicamos el pensamiento escéptico. Y hay una regla fundamental del mismo: “Afirmaciones extraordinarias (en este caso sobre las propiedades de lo que comemos) requieren niveles extraordinarios de pruebas o evidencias” y usted debería pedir o exigir esas pruebas extraordinarias. ¿Por qué comer como nuestros ancestros trogloditas que no vivian más allá de viente o treinta años? ¿Por qué consumir productos “alcalinos” si la homeostasis de nuestro cuerpo ajustará y neutralizará el pH de todo lo que entra a nuestro sistema? Es más ¿entiendo qué demonios es eso de alcalino, paleolítico, gluten free, transgenes, colesterol bueno, radicales libres, lactasas? O simplemente soy presa del pánico y la ignorancia, que por supuesto, no estoy dispuesto a reconocer…
La cocina normal, esa que todos hemos consumido por décadas, incluso cientos de años, no salió de la nada. Es el resultado de años y años de prueba y error. Sabemos qué nos nutre, qué nos alivia ciertos malestares sencillos o qué nos provoca pesadez, no porque le hagamos análisis a cada cosa que nos llevamos a la boca, sino porque tenemos mucho tiempo comiéndolo y a través de generaciones. Entonces pregúntese ¿por qué no nos comemos esa parte del tal planta? ¿por qué mi conocido murió de cáncer a pesar de que era un gran aficionado a tal plato o fruto, que ahora se ofrece como milagroso? ¿por qué si comer rayadura de limón “cura” la diabetes, esta es la segunda causa de muerte en el mundo? O si tal producto cura la calvicie por que tantos pelones…
No hacernos preguntas y dedicarles unos momentos a tratar de responderlas o buscar verdaderos expertos que nos ayuden puede tener consecuencias fatales: mucha gente ha muerto porque abandona sus tratamientos contra el cáncer o por problemas cardíacos por hacer caso de las dietas milagrosas o los productos milagro. Otros miles y miles se someten a regímenes terribles (y caros) porque alguien o ellos mismos, llegaron a diagnósticos absurdos sin el concurso de médicos y análisis exhaustivos. Otros simplemente creen que tal dieta implica un “estilo de vida” sano, divertido o prestigioso, muchas veces influenciados por estrellas o personajes famosos a los que queremos imitar a través de seguir sus consejos, sin entender plenamente el daño que le están haciendo a su cuerpo.
Sobre todo ello nos habla El chef furioso en un estilo provocador, verdaderamente enojado con los vendedores del miedo. Esos que se llevan millones de pesos o dólares a la bolsa simplemente aprovechándose de la desinformación, el comportamiento “aspiracional” y el pensamiento grupal que nos impulsa a seguir consejos de manera acrítica, porque alguien nos lo recomienda o dice que le funcionó.
Está escrito en un estilo divertido, y decía, provocador de verdad, pero sustentado en evidencias. Lean este libro, ahorrarán dinero y sobre todo, perderán la culpa que cargan al comer… contiene capítulos sobre la dieta libre de gluten, la dieta alcalina, el aceite de coco, la dieta paleo, los famosísimos antioxidantes, entre otros y claro, un muy buen análisis sobre el origen de los mitos de la comida.
Una anécdota final: Hace algún tiempo en la Universidad (¡!) se me acercó un compañero a ofrecerme un producto que estaba vendiendo para completar su quincena. Me miraba con cierta reticencia. Y finalmente pudo más su necesidad de dinero. Mira, me dijo, te convendría este producto para bajar de peso, es muy bueno y está probado. Es muy sencillo, lo preparas como un licuado o malteada todas las mañanas en lugar de desayuno y sas, en dos semanas perderás los kilos que te sobran… Yo le dije ¿de verdad funciona? ¿Es tan bueno como dices? Si… fue su respuesta un poco avergonzada. Entonces ¿porqué no lo tomas tú y cuando pierdas los cuarenta kilos que te sobran, seguro me animo y te lo compro… Quince días después ya vendía desodorantes y agendas (libros de vida, les decía) que claro, también obraban milagros.
Horacio Cano Camacho, Profesor Investigador del Centro Multidisciplinario de Estudios en Biotecnología y Jefe del Departamento de Comunicación de la Ciencia de la Universidad Michoacana de San Nicolás de Hidalgo.
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