Radicales libres

Escrito por Horacio Cano Camacho

No tengo mayor aspiración que formular la belleza de la ciencia. Pongo esa belleza antes que la ciencia. Nitimur in vetitum¹: siempre deseamos dos cosas: a la mujer del vecino y la perfección que somos menos susceptibles de obtener.

– Erwin Schrödinger

¹«Nos esforzamos por lo que está prohibido»

Imaginemos por un momento la siguiente escena: Felix Baumgarther, austriaco de 43 años, desea conseguir la proeza de realizar el salto más alto jamás realizado. Para ello debe subir a la estratósfera y lanzarse al vacío. Para conseguirlo, se hace de un paracaídas que alguien le vende, consigue un globo, un traje, una camarita de video y con ayuda de unos amigos se lanza a la aventura. Al día siguiente la televisión y los principales diarios del mundo dan cuenta de su muerte. Una parte del publico dirá ¡que tipo tan valiente! Otros seguramente diremos ¡pero que imbécil!

Afortunadamente no fue así y el señor Baumgarther es ahora todo un personaje, lleno de fama y poseedor de cualquier cantidad de récords. Y es que este señor asumió su reto con todo un procedimiento metodológico y un diseño de sus acciones que es de envidia. Según sabemos ahora, preparar el salto le llevó tres años de intenso trabajo: entrenamiento, diseño de paracaídas, pruebas medicas, simulaciones en computadora y saltos de prueba desde distintas alturas. En su equipo, más que sus amigos, se encontraban médicos, fisiólogos, ingenieros, paracaidistas expertos, pilotos de pruebas, y un gran etcétera.

Sin duda alguna hace falta coraje y osadía para asumir una aventura como esa y en casi todos los campos del quehacer humano estamos llenos de hombres y mujeres como él. Le aseguro que cuando pase el revuelo de la noticia y se asiente la notoriedad de su protagonista, comenzaran a “olvidarse” los preparativos de su aventura, los grandes retos de ingeniería y otras cosas “aburridas” que sólo los especialistas valoran. Y por supuesto, comenzaran a destacarse los aspectos anecdóticos y hasta cierto punto triviales que comenzarán a cobrar notoriedad y por desgracia, perdurarán más que el trabajo real. Hasta que todo esté desdibujado por apreciaciones subjetivas y valentonadas de toda especie, incluso del mismo protagonista en busca de alargar su fama. Por desgracia somos así. Lo vivido y lo posteriormente narrado se confunden fácilmente…

Todo lo anterior viene a cuento por un libro que leí hace poco y quiero en esta sección des-recomendar… se trata de “Radicales libres” de Michael Brooks, Editorial Ariel, España (2012) y que lleva además un subtitulo muy llamativo: “la anarquía secreta de la ciencia”. Según el autor, el libro tienen por objetivo desmitificar la ciencia (¡sopas…!) y contar la “realidad” que se esconde tras la mayoría de los grandes descubrimientos científicos.

Que Kary Mullis creó el PCR (una de las pruebas de laboratorio más poderosas de los últimos tiempos) bajo los efectos del LSD; que ese otro científico sacó sus ideas de un sueño o de sufrir alucinaciones. Aquel otro engaño a su cuates y les sacó información de manera fraudulenta. Aquel de más allá, al que tanto admiramos, es un tipo medio loco capaz de inocularse el mismo enfermedades mortales con tal de pasar a la historia… En fin, como lo decía en el caso del paracaidista en los párrafos anteriores, al autor se le olvida el trabajo y la preparación previa que está detrás de los grandes descubrimientos y sólo se “acuerda” de revisar los aspectos extravagantes o francamente deplorables de hijos de vecino, que además de eso, también trabajan generando conocimientos.

Muchos descubrimientos se deben en gran medida a la chiripa o serendipia (hallazgo inesperado y afortunado), es cierto. Pero para asumir la importancia de lo repentino se requiere preparación previa. Confundir los aspectos personales con el trabajo científico es no sólo desconocer la naturaleza de la ciencia sino asumir de manera muy peligrosa que el estudio, la preparación teórica, la sistematización, la colaboración y el análisis objetivo no importan, basta con unos gramos de testosterona, dopamina o cualquier droga para pasar a la historia. El libro en cuestión es sólo un texto bien escrito, lleno de anécdotas a veces divertidas, a veces descabelladas y recomendable para impresionar incautos o sacarle el esperado SI a la novia, pero nada más.

Yo no dudo que entre la comunidad científica existan tipos extravagantes, excéntricos, pero creativos y muy inteligentes, pero también hay ególatras capaces de cualquier cosa, tantos como personas serias y muy responsables, tal como en cualquier otra comunidad, pero de allí a decir que sus grandes aportes se deben a estas características es un exceso y una gran mentira. Muchos famosos, luego de que se da la noticia de sus triunfos, inventan personajes para agrandar así su fama, sacar lustre de trabajos largos y aburridos y trascender apoyados en sus propios mitos. Luego de salir de las sombras de su trabajo cotidiano nos cuentan historias inverosímiles pero que por desgracia, tanto gustan al la televisión y las revistas. Debemos aprender a dejarlas fuera de los aportes verdaderos. Lean el libro, se divertirán, pero no olviden: La belleza de la ciencia radica no en estas crónicas de mal gusto o franca chapuza en la que algunos tipos se afanan en destacar. La verdadera ciencia requiere de curiosidad, escepticismo, racionalidad, universalidad, iniciativa, objetividad, apertura, creatividad, autocrítica. Esos son sus valores, no las francachelas que los investigadores se tiraban de vez en cuando.

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