Horacio Cano Camacho, A mí, las secuelas del cine suelen no gustarme, salvo algunas excepciones. Así que fui con toda la incredulidad del mundo a ver el estreno de la octava película, secuela de una de mis favoritas: Alien, el octavo pasajero (1979, Ridley Scott), un clásico de la ciencia ficción y el terror cósmico. Esta película dejó huella en el cine por varias razones. Entre otras cosas, se adelantó a transformar el papel de la mujer en el cine, trastocando el rol de género que solía mostrar a una damisela en peligro rescatada por un hombre para darle a la mujer el papel central y mostrar que ellas pueden defenderse por sí mismas y que suelen ser más racionales. Ellen Ripley, interpretada por Sigourney Weaver, es uno de los primeros personajes femeninos fuertes y complejos en una película de acción y ciencia ficción. Su personaje rompió con los estereotipos de género de la época, presentando a una mujer como la protagonista y superviviente en una situación extrema. Ripley se convirtió en un icono feminista y en un modelo a seguir en el cine. Pero esa película tiene aún más. Logró una combinación muy novedosa de ciencia ficción con el género de horror, creando un estilo de «terror espacial» único. El diseño de producción fue espectacular, creando un ambiente oscuro y opresivo (gótico, se dijo en su momento) que, por sí mismo, causaba una profunda sensación de agobio en los espectadores. La película aborda temas como la supervivencia, la naturaleza del miedo y el peligro de lo desconocido. Rompe con la idea de especies «inteligentes» y humanoides en el espacio para mostrarnos a un ser, el xenomorfo (o el Alien), totalmente dominado por sus instintos de cazador y «egoísta», dispuesto a sobrevivir a pesar de todo y de todos. La película también aborda, como un intertexto, la explotación corporativa y la deshumanización con la tripulación de la Nostromo, siendo enviada a una misión peligrosa sin tener conocimiento completo de ella, un tema que resuena con las preocupaciones sobre la ética empresarial. El éxito absoluto de su exhibición trajo consigo una serie de secuelas y precuelas de calidad muy dispar, desde algunas películas respetables hasta verdaderos «churros». La precuela Prometheus (2012) y su derivada Alien: Covenant (2017), aunque muy bien realizadas y producidas (dirigidas por el mismo Ridley Scott), cayeron en un rollo new age, defendiendo la idea de la siembra de la humanidad en la Tierra por «seres superiores» en el pasado, casi como si fueran guiones elaborados por seguidores de alguna religión moderna, mostrando una enorme cola de cine pretencioso y moralista. De manera que no tenía motivos para ver esta nueva cinta, pero las buenas críticas y un director latino detrás, además de no tener nada que hacer un viernes por la noche, me llevaron al cine. Estamos, sin duda, ante la mejor de las películas de la saga, después, claro, de la primera y la segunda. Es un regreso a los orígenes, a su atmósfera de terror visceral, muy al estilo lovecraftiano y gótico. La cinta hace un homenaje al octavo pasajero y contiene chispas de referencias a varias de las otras películas, incluso un homenaje velado a 2001: Odisea del espacio. El director, Fede Álvarez (Uruguay), recrea la atmósfera retrofuturista de la película número uno. El diseño de producción retoma las computadoras con monitor verde óptico de los ochenta e imagina el futuro con ese alcance propuesto por Ridley Scott para el Alien, el octavo pasajero, también con una estética de un mundo industrial desgastado, feo, sin luz y de lluvia perenne. Los personajes son un grupo de jóvenes colonos de alguna luna minera que no ven futuro para sus vidas, controladas hasta la muerte por las corporaciones y quienes deciden huir hacia una luna «libre», fuera del control de las empresas. Su destino, de no hacerlo, es morir en las minas, en un ambiente tóxico e irrespirable. El personaje principal es la huérfana Rain, interpretada magníficamente por Cailee Spaeny, y su torpe hermano adoptivo Andy, un replicante sintético, interpretado con exquisitos matices por David Jonsson. Uno de estos jóvenes ha detectado una nave abandonada que vaga solitaria por el espacio y está a punto de chocar con el cinturón de asteroides del planeta, destruyéndose inexorablemente. Su idea es abordar esa nave y recuperar las cámaras de criopreservación para usarlas en su propia nave, reconstruida con chatarra, y lograr llegar a la luna libre, un viaje que les tomará nueve años. Para desbloquear lo necesario en la nave abandonada, se requiere de la ayuda del androide Andy, aprovechando su condición de propiedad de la empresa. Ante la falta de futuro, los jóvenes vuelan hacia la nave y se acoplan a ella, felices de la esperanza de vida futura, pero algo que no estaba en sus cálculos se esconde en esta trampa. Resulta que la nave vagabunda es, en realidad, una estación espacial, creada con algún propósito experimental que descubriremos en el primer minuto de la cinta, por lo que me atrevo a mencionarlo. La empresa mandó una misión para «recuperar» el xenomorfo lanzado al espacio en Alien, el octavo pasajero por Ellen Ripley, en su lucha por sobrevivir. La corporación, sin escrúpulos, quiere usar a esa criatura con algún fin inconfesable. Recordemos que, en la primera cinta, envían a la tripulación de la nave Nostromo para investigar una «extraña» señal de auxilio que resulta ser una misión secreta para traer a la Tierra una forma de vida muy compleja y peligrosa para usarla en la guerra. Los jóvenes descubrirán así que la tripulación de la estación espacial fue exterminada por el xenomorfo y ahora ellos deben sobrevivir en un micromundo terrible que recuerda a la Alien original en una lucha absolutamente asimétrica. No les cuento más. Creo que, con todos sus «fallos», inevitables cuando se trata de comparar con la cinta original, ya un clásico de toda la historia del cine, esta propuesta es muy digna y disfrutable. Lo único innecesario de mi aventura en el cine fue una brutal sacudida, mojada y despeinada en la sala 4Dx que hasta las palomitas me tiró. Unos efectos que considero no aportan nada; mi imaginación es más que capaz de construir todo el ambiente de terror sin que me distraigan con una batidora mega gigante. Existen en la película muchos elementos para discutir desde la perspectiva de la ciencia, como la minería espacial, la colonización del espacio y la posibilidad de vida más allá de nuestro planeta, además de aspectos éticos y estéticos que necesitan analizarse. Pero no quiero arruinar la sorpresa por lo reciente del estreno. Véala y seguro regresaremos a esos temas en Saber Más, revista de divulgación de la Universidad Michoacana de San Nicolás de Hidalgo.
Profesor Investigador del Centro Multidisciplinario de Estudios en Biotecnología
y Jefe del Departamento de Comunicación de la Ciencia de la
Universidad Michoacana de San Nicolás de Hidalgo.
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