Durante mucho tiempo se pensaba que los planetas, fuera del sistema solar, eran un fenómeno más bien raro. Nuestros instrumentos no eran muy buenos buscando cuerpos opacos. Esto comenzó a cambiar con la creación de diversos métodos de detección, como el llamado método de tránsito, en dónde se observa la disminución de la luz de una estrella cuando un cuerpo (un planeta) pasa frente a ella. La reducción del brillo de la estrella indica la presencia de un planeta, incluso se puede determinar su tamaño y su órbita.
Técnicas como esta cambiaron nuestra percepción y ahora sabemos que hay planetas por todos lados. Hasta este año (2024), más de 5 500 exoplanetas han sido descubiertos. Y, sin embargo, saber que hay miles de planetas (y seguro se descubrirán miles más), resulta muy interesante y nos brinda conocimiento, pero no responde una de las preguntas fundamentales: ¿Existe vida en ellos? Por supuesto, el que existan planetas incrementa las probabilidades de ello, pero hay que demostrarlo. ¿Por qué nuestro planeta, estando en un sistema con otros ocho y varios satélites rocosos, es el único que manifiesta el fenómeno de la vida? No es un asunto simple. Sostener una propiedad tan compleja como la vida requiere la convergencia de una buena cantidad de condiciones que, de entrada, son escasas en otros lares del universo conocido.
La Tierra las reúne: en primer lugar, es un planeta con vida por varias razones clave que crean un entorno favorable para el desarrollo y el sustento de organismos vivos. Aquí hay algunos factores importantes: una distancia adecuada de su estrella para encontrarse en la «zona habitable» con temperaturas adecuadas, ni tan cerca que los queme, ni tan lejos que los congele; la presencia de agua líquida, esencial para que se realicen procesos biológicos y reacciones bioquímicas; la presencia de una atmósfera protectora, principalmente de nitrógeno y oxígeno que son gases respirables. Hasta donde sabemos, los procesos anóxicos son una limitante para la complejidad de la vida. Además, esta atmósfera debe proteger de la radiación solar, mortal para cualquier organismo; la presencia de un campo magnético que proteja la atmósfera de los vientos solares o estelares y la radiación cósmica; una gran diversidad de elementos químicos, comenzando con aquellos que son necesarios para formar moléculas complejas, polímeros como las proteínas y los ácidos nucleicos; un clima estable y moderado, facilitado por su atmósfera y que permite la existencia de ciclos del carbono y el agua; gravedad adecuada que permita la existencia de un entorno que no aplaste la vida y, tal vez, la presencia de una luna o satélite estable que permita un clima estable y predecible.
La combinación de estos factores ha permitido que la vida no solo surja, sino que también evolucione y prospere en la Tierra durante miles de millones de años, condición que no es fácil a pesar de la existencia de tantos exoplanetas.
Así que, para que la vida surja, en cualquier forma, más aún la vida «inteligente», lo primero que se debe tener son condiciones propicias, pues no es un fenómeno mágico ni el resultado de la «siembra» en cualquier terreno. El planeta debe estar en la zona habitable, tener la composición atmosférica adecuada, que se trate de una estrella similar al sol, poseer factores geológicos que garanticen el aporte y la circulación de elementos para construir organismos, entre otros factores. Muchos estudios han demostrado que hay varios planetas que están en la zona adecuada, pero ahora hay que demostrar que las otras condiciones se dan.
Por otra parte, que estos planetas o alguno de ellos tengan «vida», no significa que esté organizada en sociedades o que exista la llamada vida inteligente —que es un fenómeno aún más raro—, y tampoco significa que nos podamos poner a charlar con ellos como en las películas de fantasía. ¿Cómo sería esta vida? En realidad no tenemos ni una pálida idea, solo podemos especular.
Todo esto viene a cuento por el estreno, hace unas semanas, de la serie de Netflix: El problema de los tres cuerpos, adaptación occidental del libro de la trilogía de Liu Cixin El recuerdo del pasado de la Tierra, cuyo primer libro da nombre a la serie. Aprovechamos este estreno para comentar algunas reflexiones en torno a la ciencia.
La serie comienza con el primero de los libros y suponemos que continuará con el resto en las dos temporadas que ya se anuncian. La trilogía se compone de El problema de los tres cuerpos (2016), le sigue El bosque oscuro (2017) y termina con El fin de la muerte (2018), todos publicados en español por NOVA. Estos tres libros forman una saga compleja y fascinante que aborda temas profundos sobre la naturaleza humana, la civilización, la ciencia y la exploración del universo.
Esta trilogía es, probablemente, una de las obras de ciencia ficción más destacadas e influyentes del género en su etapa contemporánea, tanto es así, que es el primer Premio Hugo (2015) que se otorga a una obra originalmente escrita en un idioma distinto al inglés. También ha sido acreedora a los más prestigiosos galardones del género como los premios Nébula, Yhine, Ignotus, Siun, Kurd Lasswitz (mismo caso que el Premio Hugo, pero en este caso para una obra escrita en alemán), entre otros, lo que destaca su calidad e importancia en el género.
El problema de los tres cuerpos, primer libro y toda la trilogía, como también se le conoce, es una obra de ciencia ficción, pero también es un thriller, una novela épica, una novela de suspense, una space opera y un alegato muy interesante en torno a aspectos científicos y filosóficos, de los cuales hablaremos más adelante.
Vamos a platicar del primer libro y de aquí a la primera temporada de la serie de Netflix. La trama comienza con la historia de Ye Wenjie, una científica china que en la década de 1960 descubre una señal alienígena proveniente del espacio, ella responde al mensaje e «invita» a quien produjo la señal a venir a la Tierra. Este hecho la lleva a conectarse con una sociedad secreta llamada «Fronteras de la ciencia», la cual busca comunicarse con los extraterrestres y facilitar su llegada a la Tierra.
Por su parte, Wang Miao, es un científico experto en nanotecnología y nanofibras que se ve involucrado, muy a su pesar, en la investigación del gobierno chino en una serie de «suicidios» de varios científicos que trabajaban en investigaciones de física cuántica, biología y otras áreas conectadas con los estudios de la naturaleza de la materia. Wang es cooptado por Shi Qiang, un exmilitar y de métodos cuestionables que se encargará de guiar y proteger a Wang en su ingreso e investigación de fronteras de la ciencia.
Hay un cuarto «personaje» en la novela. Se trata del videojuego de Los tres cuerpos, cuya trama consiste en que los jugadores (únicamente científicos, intelectuales, filósofos y empresarios exitosos) traten de encontrar una solución al problema de los tres cuerpos en un planeta hipotético con tres soles, cuyo comportamiento impredecible crea etapas de caos y estabilidad en un planeta lejano. Este juego en realidad contiene el enigma a lo que está sucediendo en la Tierra y su contacto extraterrestre.
La narrativa salta entre diferentes períodos de tiempo, incluyendo la Revolución Cultural China, donde nos muestra la gran represión de Mao Zedong y sus huestes hacia la ciencia y cualquier forma de conocimiento «imperialista», lo que significó millones de muertes para el país. El fracaso de esta revolución y la muerte de Mao, despertaron al gigante asiático y potenció su enorme despegue científico-tecnológico, así como su economía actual.
El libro brinca al presente, donde científicos modernos descubren una amenaza inminente para el planeta por parte de la civilización alienígena, cuyo mundo está afectado por el problema de los tres cuerpos, un sistema trinario que dificulta la estabilidad de su planeta, generando etapas de calma y de caos, lo que rompe la continuidad de su desarrollo y los obliga a abandonarlo.
A medida que avanza la historia, se exploran temas profundos como la naturaleza humana, el poder de la ciencia y la tecnología, así como la posibilidad de vida extraterrestre. La novela presenta un rico tapiz de ideas científicas y especulaciones sobre el universo, a la vez que examina las consecuencias de los descubrimientos científicos y tecnológicos en la sociedad humana.
No quiero contar demasiado, pero la civilización extraterrestre tardará 400 años en llegar a la Tierra, viajando al 10 % de la velocidad de la luz. Este es un tiempo suficiente para que la tierra se prepare; entonces, los futuros invasores deciden destruir nuestra principal arma: el conocimiento científico. Para ello eliminan, mediante sus defensores en la tierra (que los hay y muchos), a los científicos más prestigiosos y emprenden una serie de actividades para desprestigiar a la ciencia. Este es un punto muy importante de la novela, que en realidad se refiere a los movimientos negacionistas, anticiencia y credos y grupos pseudocientíficos de diversa índole, cuyo propósito es combatir y desprestigiar a la ciencia y que no es casual, ya que están financiados por la ultraderecha global.
El libro es muy ágil y sus reflexiones, aunque muy profundas, son fáciles de entender y de seguir. Es un ejemplo de muy buena literatura y de cómo se puede ligar un problema ficticio con la problemática real del planeta, usando la posibilidad de una visita extraterrestre como elemento problemático que solo la ciencia puede resolver.
La serie occidental —y denomino así a la de Netflix— presenta una serie de adaptaciones y de modificaciones para (supongo) «adecuarla al gusto occidental», por ejemplo, le cambia el sexo a los personajes, los mete en la licuadora de una supuesta «diversidad» étnica y de género, y sitúa la historia en Londres para cumplir los cánones de lo políticamente correcto. Está muy bien producida, visualmente es atractiva, pero los personajes, el humor y diversas situaciones, la hacen poco creíble y muy forzada en su intento de limar algunos aspectos de la historia original. En ello contrasta fuertemente con una versión china —realizada un poco antes— que, desafortunadamente, solo está disponible en chino con subtítulos en inglés; la pueden ver en YouTube y, para mi gusto, es más fiel a la trilogía y mucho más interesante y creíble, sosteniendo el ritmo original y hasta el humor chino.
Y las comparo con toda intención; la ciencia ficción es un género literario claramente asociado al desarrollo industrial y científico-técnico, por lo tanto, ligado a las grandes potencias industriales. En ese sentido, es un género anglosajón en su origen (la Revolución industrial), con expresiones muy ricas luego en la Unión Soviética y ahora, en China. Esto se pierde en la serie de Netflix.
Regresando a la historia, en realidad no sabemos si existen otros planetas con vida (en alguna forma) y mucho menos si tal vida ha alcanzado un grado de desarrollo para considerarse vida inteligente, e incluso constituir civilizaciones. En gran medida, esta idea responde a cierto pensamiento «lineal» en que consideramos que la evolución siempre tiene un sentido que va de lo sencillo a lo complejo e inevitablemente conduce a la civilización como la «cumbre» de la evolución. Este pensamiento está fuertemente influenciado por el antropocentrismo y por el pensamiento religioso. En el universo, no tendría que ser así. Las formas de vida «inteligente» en realidad somos muy marginales en el árbol de la vida. Los seres humanos somos un granito de arena en la diversidad de seres vivos, desde las bacterias hasta plantas y animales.
Pero vamos a asumir que el desarrollo y la evolución conducen al surgimiento de civilizaciones allá en el espacio. ¿Cuántas hay? ¿Serán similares a nosotros? El astrónomo Frank Drake reflexionó sobre el tema y planteó, en 1961, una forma de calcularlo con la famosa ecuación de Drake, fórmula utilizada para estimar el número de civilizaciones extraterrestres avanzadas en nuestra galaxia, en la Vía Láctea, con las que podríamos comunicarnos. Fue propuesta como una manera de conducir la discusión científica sobre la búsqueda de inteligencia extraterrestre (SETI).
La ecuación considera una serie de factores como la tasa de formación de estrellas adecuadas en la galaxia (estrellas por año), la fracción de esas estrellas que tienen sistemas planetarios, el número de planetas por sistema planetario con condiciones adecuadas para la vida, la fracción de esos planetas donde efectivamente se desarrolla la vida, la fracción de planetas con vida donde esta puede evolucionar a la vida inteligente y que llegan a desarrollar tecnología detectable y el tiempo para que esas civilizaciones puedan comunicarse.
Cada uno de estos elementos incorpora una incertidumbre significativa, lo que refleja lo poco que sabemos sobre cada uno de estos factores. La ecuación de Drake no da un número preciso, sino que es una manera de estructurar nuestra ignorancia sobre estos factores para enfocar la investigación científica en la comprensión de cada uno de ellos. En términos reales, no tenemos ninguna evidencia de tales civilizaciones. Tenemos más de un siglo enviando señales de nuestra existencia al espacio a través de métodos involuntarios, como las señales de radio, luego de televisión y, al menos, medio siglo mandando mensajes conscientes y tratando de captar esas respuestas o pescando señales salidas de algún lado.
Dice el gran escritor de ciencia ficción «dura», Kim Stanley Robinson, que, para fines prácticos, estamos solos en el universo, lo cual no deja de ser una verdad, por ahora, muy deprimente, ¿o no?
La ciencia, curiosamente, es muy cautelosa al respecto. Enrico Fermi planteó en 1950 una paradoja sobre la incomunicación con civilizaciones extraterrestres. Si suponemos que hay vida fuera de nuestro planeta y que esta puede ser muy abundante, recordemos el optimismo de muchos buscadores, ¿dónde están todos? Fermi, intentando responder a esta cuestión, se refiere a la aparente contradicción entre la alta probabilidad de la existencia de civilizaciones extraterrestres en el universo y la falta de evidencia de, o contacto con, tales civilizaciones. Hay muchos elementos que operan en contra del optimismo:
1.Escala y edad del universo: La Vía Láctea tiene cientos de miles de millones de estrellas, muchas de las cuales tienen planetas. Dada la inmensa cantidad de sistemas solares y la edad del universo, parece probable que muchas civilizaciones avanzadas deberían haber surgido.
2.Tiempo de colonización: Incluso si las civilizaciones avanzadas se desarrollan de manera lenta, deberían haber tenido tiempo suficiente para colonizar la galaxia. Las tecnologías avanzadas permitirían viajes interestelares y, con suficiente tiempo, una civilización podría extenderse por toda la galaxia.
3.Evidencia de contacto: A pesar de estas posibilidades, no hay evidencia observacional ni contacto conocido con civilizaciones extraterrestres. No se han detectado señales de radio, ni otros signos de vida inteligente en el cosmos.
Esta paradoja se puede explicar si, como dijimos antes, en la propia tierra, a pesar de los miles de millones de especies que existen y han existido, la «inteligencia» es una propiedad más bien rara. De hecho, solo un puñado de animales, apenas si somos capaces de construir herramientas, menos de crear civilizaciones tecnológicas, en realidad, solo una. De manera que en el universo no tiene por qué ser distinto; la inteligencia es una propiedad rara y surge en muy contadas ocasiones.
Las civilizaciones avanzadas tienden a autodestruirse antes de poder colonizar otras estrellas y aquí la especie humana es un buen ejemplo, máximo en estos días de amenazas de guerra nuclear. La otra razón es que, a pesar de la tecnología, el universo es inmenso y las vastas distancias interestelares y las limitaciones tecnológicas hacen que el viaje y la comunicación sean extremadamente difíciles. También hay que pensar en dos cosas: es posible que no hemos buscado lo suficientemente bien o en las frecuencias correctas, y que las civilizaciones avanzadas pueden optar por no comunicarse o esconderse activamente.
Desarrollando más la paradoja de Fermi, el propio Liu Cixin en la trilogía El recuerdo del pasado de la Tierra o del problema de los tres cuerpos, plantea una hipótesis aún más dura: la llamada hipótesis del bosque oscuro, presentada en el campo de la astrobiología y de la ciencia ficción para explicar la aparente ausencia de señales y contacto con civilizaciones extraterrestres, en relación con la paradoja de Fermi. Esta teoría fue popularizada por el autor chino Cixin en la segunda entrega de la trilogía.
La teoría se basa en las siguientes premisas:
1.Desconfianza universal: Todas las civilizaciones avanzadas consideran a otras civilizaciones potencialmente peligrosas. Dado que no se puede conocer con certeza las intenciones que tienen, se asume que podrían ser hostiles.
2.Principio de camuflaje: Las civilizaciones inteligentes optan por mantenerse ocultas y no emitir señales detectables para evitar ser descubiertas por posibles civilizaciones hostiles. Emitir señales podría atraer la atención de una civilización más avanzada y agresiva.
3.El universo como un bosque oscuro: El universo es como un bosque oscuro donde cada civilización es un cazador armado. Cada cazador (civilización) trata de moverse sin hacer ruido, observando cuidadosamente para evitar ser detectado, porque cualquier encuentro con otro cazador puede terminar en la aniquilación mutua.
4.Destrucción preventiva: Si una civilización detecta otra, podría optar por destruirla preventivamente para eliminar cualquier posible amenaza futura. La incapacidad de predecir el comportamiento de otra civilización hace que esta acción preventiva sea una estrategia racional.
La teoría del bosque oscuro sugiere que la ausencia de señales de civilizaciones extraterrestres es un comportamiento deliberado y estratégico para evitar el riesgo de ser aniquilado. Las civilizaciones inteligentes permanecen en silencio y tratan de no ser detectadas, lo que resuelve la paradoja de Fermi al proponer que el silencio en el cosmos es una estrategia de supervivencia universal.
Richard Dawkins, el prominente biólogo evolutivo, se ha opuesto al envío de señales activas que anuncien la existencia de la humanidad al cosmos, conocido como METI (Messaging to Extraterrestrial Intelligence), debido a varias razones que se centran en preocupaciones de seguridad y prudencia evolutiva.
1.Riesgo de contacto con civilizaciones hostiles: Dawkins y otros críticos de METI advierten que anunciar nuestra existencia podría atraer la atención de civilizaciones avanzadas que podrían ser hostiles. Sin conocer las intenciones y la naturaleza de posibles civilizaciones extraterrestres, existe un riesgo significativo de que contactar con una civilización más avanzada pueda ocasionar nuestra destrucción o subyugación. Este argumento es coherente con la idea del «bosque oscuro», donde las civilizaciones optan por el silencio para evitar riesgos.
2.Lecciones de la historia humana: Dawkins sugiere que la historia de la humanidad proporciona numerosos ejemplos de encuentros entre civilizaciones con diferentes niveles tecnológicos que han resultado desastrosos para las civilizaciones menos avanzadas. Por lo tanto, anunciar nuestra presencia podría poner a la Tierra en una situación similar de vulnerabilidad.
3.Falta de consenso global: Dawkins también señala que decisiones tan trascendentales como enviar señales al cosmos deberían ser tomadas con un amplio consenso global. Actualmente, no existe un acuerdo internacional sobre si debemos enviar mensajes deliberados al espacio, y hacerlo sin un consenso podría ser irresponsable.
4.Irreversibilidad de la acción: Una vez que una señal es enviada, no se puede recuperar ni cancelar. Dawkins argumenta que debemos ser extremadamente cautelosos con acciones irreversibles que podrían tener consecuencias significativas e impredecibles para la humanidad.
Richard Dawkins se opone al envío de señales activas al cosmos debido a las incertidumbres y a los riesgos asociados con el contacto con civilizaciones extraterrestres, basándose en principios de prudencia y la necesidad de un consenso global antes de tomar decisiones tan importantes. Stephen Hawking, el renombrado físico teórico y cosmólogo, también se oponía al envío de señales de nuestra existencia al cosmos, compartiendo preocupaciones similares a las de Dawkins.
Aquí les recomiendo la lectura de un cuento de ciencia de Arthur C. Clarke, El fin de la inocencia, que relata la llegada de una civilización extraterrestre, por supuesto, más desarrollada que la nuestra. Los Overlords llegan a la Tierra en gigantescas naves espaciales, demostrando rápidamente su superioridad tecnológica y estableciendo un gobierno mundial benevolente. Bajo su administración, la humanidad experimenta un periodo de paz, prosperidad y desarrollo cultural sin precedentes.
Sin embargo, los Overlords solo ocultan las verdaderas intenciones; imponen ciertas restricciones, como la prohibición de los viajes espaciales, lo que despierta la curiosidad y la frustración de los humanos. A lo largo del tiempo, se descubre que los Overlords están preparando a la humanidad para una trascendencia final, un proceso en el que los niños humanos evolucionarán hacia una forma superior de existencia, uniéndose a una conciencia colectiva universal.
El cuento aborda temas profundos, como el sacrificio de la libertad por la seguridad, la evolución de la humanidad y el papel de los seres superiores en el destino de las especies inferiores. Clarke explora las implicaciones éticas y filosóficas del progreso tecnológico y el contacto con civilizaciones más avanzadas, planteando preguntas sobre el futuro de la humanidad y el verdadero significado de la inocencia y la madurez.
Hay varias preguntas derivadas de su lectura: ¿La vida siempre evoluciona hacia lo más complejo y desarrollado? ¿La trascendencia sería el destino de la humanidad? ¿El contacto con civilizaciones extraterrestres siempre será terso? ¿Qué significa, para nuestra evolución, el alto desarrollo científico y tecnológico, tal como la inteligencia artificial?
En fin, los invito a leer la trilogía de Liu Cixin y meditar en torno a estas cuestiones y otras de la ética y de la filosofía de la ciencia. Las series son buenas, en especial la china, aunque quitando el buenondismo de la serie de Netflix, puede quedar un producto disfrutable.
Horacio Cano Camacho, Profesor Investigador del Centro Multidisciplinario de Estudios en Biotecnología y Jefe del Departamento de Comunicación de la Ciencia de la Universidad Michoacana de San Nicolás de Hidalgo.
Esta dirección de correo electrónico está siendo protegida contra los robots de spam. Necesita tener JavaScript habilitado para poder verlo.