Hace unos días fui al cine, como miles de fans que esperábamos con ansia la segunda parte de
la película de Denis Villeneuve (Universal, USA, 2023). La fecha original para el estreno era el 3
de noviembre de 2023; sin embargo, debido a la huelga de guionistas y actores de Hollywood,
el estreno se pospuso hasta el 29 de febrero de 2024, lo que provocó que las expectativas
incrementaran.
Dune, la película en cuestión, está basada en el libro homónimo de Franck Herbert,
publicado (el primero) en 1965 y del cual me hice fan absoluto. El éxito conseguido por el
primer libro, llevó al autor a continuar con el tema y escribir, en total, seis libros: Dune (1965), El
mesías de Dune (1969), Hijos de Dune (1976), Emperador de Dune (1981), Herejes de Dune
(1984) y Casa capitular: Dune (1985). Estos libros forman la serie principal de Dune, escrita por
Frank Herbert (La editorial DeBolsillo sacó en 2021, la saga completa en un solo paquete).
Después de su muerte, su hijo, Brian Herbert, junto con Kevin J. Anderson, coescribieron varias
precuelas y secuelas que amplían el universo de Dune, aunque yo no los conozco.
La historia que plantean estos libros es, en apariencia, muy básica, incluso podríamos
plantear que es un cuento de hadas, con malos y buenos, princesas, brujas, héroes
salvadores... Sin embargo, desde el primer libro, se convirtió en un clásico y, probablemente,
en uno de los libros de ciencia ficción más exitosos e influyentes de todos los tiempos. Herbert
no se quedó solo en contar las vicisitudes de los personajes de manera lineal; la historia
compone efectivamente una verdadera «space opera», con aventuras épicas, drama
interplanetario, batallas interestelares y elementos de ciencia ficción especulativa en un
escenario galáctico o cósmico. Tal vez esté a la altura de la saga de La Fundación de Isaac
Asimov y la de Hyperion de Dan Simmons.
Dune no es una historia sencilla, después de todo. Nos presenta un mundo rico y
complejo poblado por una variedad de culturas, religiones, sistemas políticos y ambientaciones
únicas. La profundidad y la originalidad de este mundo han cautivado a los lectores de todos los
tiempos. Dune también aborda una gama muy amplia de temas relevantes, como la política, la
religión, la ética, la ecología, la evolución humana, el poder y la ambición. Nos presenta
muchos personajes memorables y complejos, cada uno con sus propias motivaciones,
ambiciones y conflictos internos, como Paul Atreides; los personajes de Dune son vívidos y
multidimensionales. La saga también es una epopeya épica que abarca miles de años y
múltiples generaciones de personajes. La amplitud y la escala de la narrativa atraen a los
lectores que disfrutan de historias de gran alcance.
La escritura de Herbert en la serie Dune fue innovadora en muchos aspectos, desde el
uso de la descripción de la explotación de los «débiles», la resistencia de estos al poder
colonial, hasta el ambientalismo como tema central, además de la exploración de la psicología
humana y la conciencia colectiva. Su estilo narrativo único y su capacidad para crear mundos
imaginativos, han influido en generaciones de escritores de ciencia ficción.
Esta profundidad de miras, como en las series Fundación e Hyperion, ya mencionadas, se
la pusieron muy difícil a los guionistas de cine. Una historia tan exitosa es una oportunidad
jugosa para la industria, pero los resultados han sido más bien decepcionantes. Alejandro
Jodorowsky, a inicios de la década de los 70, intentó adaptar un guión y resultó un monstruo
difícil de grabar y de comercializar. De la novela, con una pléyade de artistas, Jodorowsky creó
el storyboard que muestra la enorme capacidad artística del director, pero planteaba un
presupuesto irreal y una duración de ¡¡18 horas!! Seguramente habría sido un fracaso
comercial.
En 1984, el director David Lynch, con un guión original suyo, creó la primera obra de cine
tangible que fue estrenada a inicios de 1985, pero fue un fracaso de taquilla y tuvo críticas
negativas. A pesar de contar con una lista rutilante de estrellas (hasta el cantante pop Sting), un
presupuesto gigantesco para la época y unos efectos especiales bastante adelantados, la
historia resultó incomible. No se logró conectar la profundidad del texto de Herbert con el
lenguaje cinematográfico y los fans la detestamos y, aún ahora, a mí me provoca risas.
En el 2000, se realizó una adaptación para televisión: «Frank Herbert’s Dune», dirigida por
John Harrison, quien adaptó la novela en una forma más detallada y extensa que la película de
1984. La miniserie recibió críticas en su mayoría positivas y fue bien recibida por los fanáticos
de la novela, según lo que investigué.
Yo soy de los convencidos de que cuando se trata de adaptaciones de novelas, debemos
verlas como obras separadas o corremos el peligro del desencanto total. El cine es una obra
por sí misma (como lo es el texto original) y refleja muy bien la capacidad del director y
guionista para reinterpretar o recrear la obra original. Puede que nos guste o puede que no.
Y pienso que el error fundamental de los intentos anteriores en el cine consistió en pasar,
casi textualmente, la novela al lenguaje del cine. Como ya lo mencionamos, la saga es más que
una historia lineal, es una reflexión en torno a diversas temáticas, desde aspectos filosóficos,
religiosos, ambientalistas y claramente políticos. Y esto es difícil de contener en una película
comercial de dos o tres horas. La historia termina por convertirse en un batiburrillo donde los
espectadores no entendemos nada, se comprimen los tiempos de la novela, se aceleran los
sucesos y se pierde el hilo. Además, las reflexiones en temas filosóficos o políticos, muy
naturales en el libro, en el cine constituyen diálogos o monólogos aburridos, hasta
incomprensibles. En su momento se dijo que Dune, como La Fundación e Hyperion, era
inadaptable e infilmable.
Así llegamos hasta 2021, de la mano de Denis Villeneuve. Todo el dinero del mundo,
recursos tecnológicos muy buenos y creíbles, vía libre para el director (a Lynch se le exigía
competir con Star Wars, que en muchos sentidos se inspiró en la propia Dune), además de la
enorme fama y experiencia acumulada por Villeneuve en sus cintas anteriores, sobre todo las
de ciencia ficción, como La llegada (2016) y Blade Runner (2017).
Villeneuve no llegó e intentó plasmar la novela en video tal cual: recreó la historia y la
adaptó a su propio estilo y visión. El director y también guionista tomó los elementos esenciales
de la novela, aquellos que la hicieron tan exitosa, y los complementó con su propia visión,
fotografía (que es su sello), una música grandiosa y un vestuario inolvidable, escenarios de
ensueño, filmados en muchos países y con un ritmo muy vertiginoso y buscado por el nuevo
público.
Seguramente el director partió (y esa es solo una idea mía al ver el resultado) de una
pregunta esencial: ¿De qué va Dune?, es decir, ¿por qué es tan popular? Es una space opera,
entonces debe contener, sí o sí, aventuras épicas, drama interplanetario, batallas interestelares
y elementos de ciencia ficción especulativa en un escenario galáctico o cósmico. Pero no es
una historia común, como ya lo mencionamos, Dune presenta un mundo rico y complejo; temas
profundos para la reflexión; personajes memorables; una narrativa épica, emocionante y para
nada aburrida; así como el mencionado manejo de la fotografía y de la música.
El resultado me parece muy bueno y destacado: no estamos frente a Dune, la novela (hay
que leerla porque es una de las cumbres de la ciencia ficción clásica), sino frente a Dune, la
película, que me parece espectacular. La historia del primer libro se divide en, hasta ahora, dos
partes, lo que me parece un acierto. Eso le da espacio para darle cierta profundidad, sobre todo
en la primera parte, que necesariamente será más lenta. Pero no se abusa, se presenta la
historia, los porqués, los dónde y los quiénes... Nos presenta el origen del conflicto, los
personajes implicados y el punto del conflicto.
Dune es una epopeya compleja de ciencia ficción que se desarrolla en un futuro distante.
En este universo, la humanidad se ha trasladado a la galaxia y los planetas son verdaderos
estados-nación dominados por familias (casas), con un emperador como poder central, en una
estricta jerarquía política y económica. Las casas compiten por un recurso esencial para toda la
industria: la especia melange, un recurso equivalente al petróleo actual, incluso el coltán o el
litio más actuales. Pero solo un planeta lo posee en abundancia, un pequeño mundo desértico
llamado Arrakis, también conocido como Dune, habitado por un pueblo, los Fremen,
comunidades que se han adaptado a la vida en este ambiente hostil.
La especia tiene propiedades que son esenciales para la navegación interestelar, la
prolongación de la vida y la expansión de la conciencia humana. Por supuesto, un recurso tan
valioso es deseado por las diferentes casas que se disputan su explotación. Una familia, los
Harkonnen, ha explotado Arrakis a sangre y fuego, arrasando con todo y empujando a los
Fremen a lo más recóndito del desierto. El emperador, en una muy extraña decisión, concede el
dominio de Arrakis a la casa de Atreides, una familia mucho más empática con el nuevo
planeta. Sin embargo, esta decisión imperial oculta una trama de engaños y control que
trastocará ese universo de manera radical.
La trama principal de Dune sigue a Paul Atreides, el joven hijo del duque Leto Atreides, un
personaje respetado, quien se encuentra en medio de una intriga política cuando su familia es
asignada para gobernar a Arrakis. Paul descubre que tiene habilidades mentales especiales y
se convierte en un líder entre los nativos de Arrakis, los Fremen. La historia sigue su viaje
desde un joven noble hasta un líder legendario... Hasta aquí les cuento.
Las películas de Denis Villeneuve construyeron una historia apabullante, tanto por la
cinematografía como por todos los detalles que le acompañan. Hay que poner un ojo en la
arquitectura, que va desde el brutalismo de las fortalezas coloniales de Arrakis, la decoración
que recuerda la estética musulmana de Al-Ándalus en los recintos de los Fremen, hasta la
estética fascista en los edificios y coliseos de los Harkonnen. Una producción claramente al
servicio de la historia como pocas veces se logra en el cine. Esta película, en ambas partes
como un todo, es un guiño a la situación actual de depredación colonial por los recursos
naturales y cómo se arrasan pueblos y ambientes con la «justificación» del progreso.
Regresando a la arquitectura, en Arrakis hay un enorme contraste entre los edificios
desnudos, de concreto, de líneas sencillas pero monumentales, imitando a la roca, contra la
belleza extraña del desierto, sus montañas y sus campos dorados, también desnudos, como
una alegoría del desarrollo versus la naturaleza pura. En la Casa Atreides, también podemos
ver los jardines y ventanales decorados con figuras geométricas, tal como en los jardines de la
Alhambra, armonía y paz... ¿Es un mensaje?
En la casa de los Harkonnen, por el contrario, el mundo es blanco y negro, con miles de
banderines, estandartes y marchas nazis, con cuerpos excesivamente blancos y perfectos
¿Una referencia a los nazis, como la forma extrema del colonialismo y la devastación de
pueblos y ambientes?
Como ya dije, las películas son espectaculares, bien realizadas y magníficamente
producidas, dignas de disfrutarse. Aprovechen y vayan al cine y, por supuesto, lean Dune,
seguro se convertirán en fanáticos.
Horacio Cano Camacho, Profesor Investigador del Centro Multidisciplinario de
Estudios en Biotecnología y Jefe del Departamento de Comunicación de la Ciencia de la
Universidad Michoacana de San Nicolás de Hidalgo.
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