La Ciencia en el Cine

El último de nosotros (The last of us)

Escrito por Horacio Cano Camacho

Cuando pensábamos que nos libraríamos por un tiempo de los zombis y del fin del mundo —que no pilla bailando con tales monstruos—, llega una nueva serie que nos los regresan ¡Y sospecho que tienen para rato!

En este sentido, les comparto que estoy atrapado por una serie de televisión sobre un nuevo apocalipsis zombi, ahora representado por la infección de un hongo que saltó de los insectos a los humanos. La verdad, la serie es espectacular y constituye un nuevo fenómeno en la televisión a la carta.

Los zombis son, junto con los vampiros, los monstruos favoritos de la cultura pop. Revisten una gran importancia para la construcción de historias de terror, cataclismos y demás distopías que pueblan el cine, la televisión, muchas formas de literatura y más recientemente los videojuegos, al grado de que muchas historias tienen la capacidad de trascender un medio y saltar a los otros, en ocasiones con buena fortuna, aunque no siempre.

The last of us, la serie a la que ahora nos referimos, está siendo transmitida por HBO, en una adaptación del videojuego del mismo nombre producido por la compañía Naughty Dog, y de la cual ya se ha anunciado una segunda temporada para coincidir con el videojuego en el que está basada.

Historias de zombis han existido siempre; en prácticamente todas las culturas podemos identificar relatos de muertos vivientes, pero, probablemente, son las derivadas de la cultura africana a través de los esclavos llevados a Haití con la práctica de vudú, las que han calado más en la cultura popular.

Por definición, un zombi es un muerto que ha regresado o «revivido» mediante ritos mágicos y que carece de voluntad propia, haciéndose susceptible de tener la voluntad controlada por otra persona u otra condición. Probablemente, en el imaginario popular se refería a personas con severas alteraciones mentales que pasaban de estados catatónicos a comportamientos agresivos o erráticos. Sin embargo, el término más popular se refiere a las prácticas del vudú y la santería que aplica mezclas de ingredientes de origen animal y vegetal para reducir al mínimo las funciones vitales de una persona, al grado de simular la muerte para luego «traerlo de vuelta» con un comportamiento alterado y sin voluntad.

Existe la creencia en varias regiones de África, y en particular en Haití, de que hay muertos que se levantan de su tumba para luego acabar vendidos como esclavos. El caso más célebre es el de Clairvius Narcisse, un haitiano que había muerto en 1962 y que reapareció en 1980 convertido en zombi.

Abro aquí una nota para decir que, a partir de la definición de zombi antes mencionada, los monstruos de The last of us no cumplen estrictamente con ella. En realidad, en la serie se habla de infectados. La confusión viene de que también deambulan y tienen comportamiento agresivo y claro, a la vez que no presentan conciencia alguna. Pero, en la serie se cuidan mucho de usar la palabra zombi, tal vez para alejarse del concepto tan trillado y, en muchos sentidos, excesivo. En la serie también los infectados presentan varias etapas evolutivas que se van mostrando desde el primer contacto con el hongo zombizante, lo cual habla de organismos «vivos» en pleno desarrollo.

En el caso de los zombies más famosos (y estos no de fantasía), se conoce muy bien la causa de este tipo de comportamiento. El efecto se produce por el uso de una mezcla de productos de origen vegetal y animal para crear una pócima tóxica, una mezcla venenosa que convierte a los seres humanos en muertos vivientes o zombis. Sus ingredientes activos incluyen tetrodotoxina y bufopentina, venenos muy peligrosos, de hecho, mortales.

La tetrodotoxina es una sustancia que se obtiene del pez globo, conocido como fugu, un producto de la gastronomía japonesa. Aunque el pez se encuentra ampliamente distribuido, puede ser letal si no está bien cocinado debido a su alta toxicidad, capaz de provocar un paro cardíaco. Esta sustancia ya ha sido aislada y se conoce bien, es una neurotoxina que presenta un poder anestésico 160,000 veces más potente que la cocaína. La bufopentina, por su parte, se obtiene del sapo bufo y se conoce muy bien su poder alucinógeno; también puede conducir a la muerte, aún en dosis muy pequeñas.

En la práctica haitiana se hace beber la mezcla a la víctima que, al reducir todas sus funciones biológicas al mínimo, es dada por muerta y sepultada. Horas después es desenterrada y se le hace beber otra mezcla que contiene atropina y escopolamina, dos metabolitos secundarios producidos por el toloache, como se le conoce a la planta Datura stramonium, una de las más venenosas y que en México se usa como un «filtro de amor» para —supuestamente— atrapar al amado o amada, quien muestra un comportamiento pasivo que se asocia con el enamoramiento. Este proceso «recupera» las funciones vitales mínimas, pero daña inevitablemente —e irreversiblemente— las funciones cognitivas, al grado de poder ser esclavizado para realizar trabajos pesados.

El término «zombi» también ha evolucionado en la cultura pop donde rompió con los elementos místicos y/o religiosos para referirse a un muerto viviente producido por factores biológicos (infecciones epidémicas) o alteraciones genéticas voluntarias, aunque no siempre estas son identificadas en los argumentos de las películas, videojuegos o comics. Por ejemplo, en la serie (trasladada de un cómic) The walking dead, el apocalipsis zombi parece producido por el salto de un retrovirus endógeno humano (HERV). Hay un diálogo entre el líder de un grupo de sobrevivientes y un científico de los Centros para el Control y la Prevención de Enfermedades (CDC) en Atlanta, Georgia, en donde este les revela que, en realidad, la «secuencia» zombi la tenemos todos los humanos.

Los retrotransposones y transposones son secuencias genéticas móviles (como el HERV) presentes en prácticamente todos los seres vivos que pueden «saltar» en el genoma de un individuo, es decir, moverse dentro del ADN genómico, cambiando de posición o «saltando». Dependiendo de dónde se estacionan, estos elementos móviles pueden activar o silenciar a los genes responsables de la diferenciación de las células neuronales, precursoras de las células nerviosas. Al moverse de localización, pueden insertarse nuevamente en otra región del mismo genoma, alterando la información y provocando rearreglos masivos del mismo genoma. Este tipo de secuencias juegan un papel muy activo —aunque no bien entendido— en el proceso evolutivo, pero también han sido asociadas en los humanos con esquizofrenia, depresión y otros cambios conductuales, como el autismo.

En la película de Guerra mundial Z, basada en la serie de libros de Max Brooks, también parece ser el caso: un transposón que se activó por estados de estrés permanente en los soldados y personas que habitan en zonas de conflicto armado, con una ansiedad permanente. Los transposones y retrotransposones, en general, se encuentran inactivados por modificaciones en el empaquetamiento del ADN o por hipermetilación de su secuencia, lo que las hace inviables para transcribirse. Se conoce que procesos prolongados de estrés, pueden conducir a cambios en la metilación y, por lo tanto, a que estas y otras secuencias genéticas se puedan activar donde deberían estar silenciadas, provocando la transcripción de genes específicos o la movilización de las secuencias transponibles. Ahora, estas condiciones pueden afectar a un individuo, no se contagian o por lo menos, nunca se les han descrito propiedades pandémicas, a menos que el factor activador estuviera disperso en una población y afectara a todos, lo cual sería muy raro, puesto que este tipo de cambios en la activación por modificaciones al ADN afectarían a unos pocos individuos y los cambios serían al azar, no en la misma secuencia en todas las personas. Los elementos móviles, como los transposones, retrotransposones y retrovirus, están bajo una intensa investigación por su posible vinculación con cáncer, enfermedades nerviosas y degenerativas.

A este tipo de fenómenos de activación de secuencias genéticas por cambios ambientales, como el alimento, el estrés y las sustancias cancerígenas, que causan cambios en la inactivación del ADN, se le llama regulación epigenética o regulación ambiental de la expresión de ciertos genes. Los genes pueden responder a causas epigenéticas y, en la película, se le busca combatir con la llamada protección cruzada, apelando a la competencia entre parásitos y patógenos, de mucho interés en la investigación científica, donde una enfermedad puede proteger contra otras más peligrosas; sin embargo, no se conoce protección cruzada contra elementos móviles, aunque sí se conoce que las células tienen mecanismos para protegerse a sí mismas, como la metilación, ya comentada, la existencia de sistemas basados en ARNi que buscan destruir la secuencia desarreglada, pero que en la actualidad están muy lejos de ser aplicadas clínicamente.

Otro tipo de zombificación se presenta en películas como Soy leyenda, basada en el libro homónimo de Richard Matheson, donde el apocalipsis se produce por un virus alterado para tratar el cáncer y del que se pierde el control. Respecto a la novela hay un cambio fundamental, ya que en ella se trata de una pandemia de vampirismo, más que de zombis. En la serie de películas de Resident evil, como en la de 28 días, apelan a culpar a la investigación genética que genera brotes víricos como causa del apocalipsis zombi.

The last of us, por el contrario, rompe con esta tendencia «anticientífica» del cine de zombis de las épocas más recientes, para fundamentar su historia en casos reales de zombificación en el reino animal. De hecho, la serie comienza con una muy interesante discusión entre científicos sobre el poder de los hongos para producir enfermedades terribles y, al menos en este caso, incurables y con potencial pandémico.

El hongo Ophiocordyceps (Cordyceps en la serie), al entrar en contacto con la hormiga carpintera, «germinan» sus esporas, brotando de ellas unas extensiones (micelio) que penetran la coraza del insecto mediante enzimas llamadas quitinasas, las cuales degradan el componente quitina (un polisacárido de la coraza del bicho) e invaden el cuerpo del insecto hasta alcanzar el sistema nervioso. A continuación, el hongo «ordena» a la hormiga, mediante neurotoxinas, que se dirija a un árbol en específico, exactamente al medio día, que se traslade a las hojas superiores y con una mordida se aferre a ellas, por medio de una «orden» química que provoca que los músculos de la mandíbula del insecto se sujeten para siempre al árbol.

Cuando el transporte muere, de su cabeza brota el hongo con su cuerpo fructífero que siembra el suelo de esporas que las otras hormigas usarán de alimento, multiplicando el ciclo zombi. En la serie, esto se repite, solo que los infectados son humanos y andan mordiendo a otros para alimentarse, diseminando la enfermedad. El hongo Cordyceps no se transmite por mordida, ni por alimentos contaminados a los humanos, incluso a otras especies de insectos. Las hormigas lo adquieren por consumir las esporas y en nosotros difícilmente librarían el medio hostil del sistema digestivo, además de que con el sencillo uso de cubrebocas evitaríamos respirarlas si estuvieran en el aire, algo que sí podemos ver en el videojuego y que al parecer obviaron en la serie televisiva, pues esto cubriría el rostro de los actores permanentemente.

Ya dijimos que El último de nosotros, estrictamente no se trata de zombis, puesto que no están muertos: la infección los «secuestra» para hacer la voluntad del atacante, pero sí son muy interesantes para el universo de monstruos. Y de este tipo se conocen muy bien muchos casos. Hay caracoles infectados por hongos que se posan al sol en espera de pájaros que se los coman, abordando así al trasporte para diseminar la infección, hasta avispas que intoxican a las arañas y las alteran para que cambien los patrones de diseño de sus telarañas, en una intoxicación parecida a la producida por LSD. Cuando la araña construyó el patrón preciso, la avispa la mata, succiona su contenido para alimentarse y luego se posa sobre la nueva tela, generando su capullo, como un sarcófago, donde la larva es la momia y luego de aquí emerge un nuevo adulto.

Podríamos hablar de muchos casos más, pero lo dejamos para otra ocasión. Lo que quiero dejar patente es que los humanos no escapamos de esta zombificación, de hecho, es más sutil y mucho menos terrorífica, menos cinematográfica, pero que nos vuelve más «seductores», atractivos sexualmente y hasta osados, todo con la finalidad de servir a los propósitos del parásito, sobre todo invadir nuevos nichos y completar sus ciclos reproductivos. O el caso de la rabia, producida por un Rhabdoviridae, un virus mortal que de no atenderse a tiempo, provoca fiebre, dolor de cabeza, exceso de salivación, espasmos musculares, parálisis, agresividad, fotofobia y confusión mental, algo terriblemente parecido a los zombis.

Tal vez el mundo de los zombis esté dejando atrás el propósito inicial del cine de estas criaturas, creado por autores como George Romero, que era servir de pretexto para realizar una crítica feroz al mundo capitalista a partir de que nos mirásemos como criaturas sin voluntad, esclavos de sistema, que solo cumplimos su finalidad de crearles más riqueza a los poderosos y que, en todo caso, presenta al zombi como un sustituto de todos y cada uno de los temores que podrían estar molestando a la psique de la sociedad, desde el capitalismo hasta la Guerra Fría.

De cualquier manera, esta nueva tendencia más «científica» del mundo zombi, puede ser un buen pretexto para introducirnos a la naturaleza terrorífica de la propia naturaleza.

 

Horacio Cano Camacho, Profesor Investigador del Centro Multidisciplinario de Estudios en Biotecnología y Jefe del Departamento de Comunicación de la Ciencia de la Universidad Michoacana de San Nicolás de Hidalgo.

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