En estos días se encuentra en exhibición comercial la película Green Book (USA, 2018) de Peter Farrelly. Una cinta entre comedia y drama, con guión de Nick Vallelonga y el propio director, que ya ha sido nominada a diversos premios, entre ellos al Óscar. Si me lo pregunta, les recomiendo que corra a la salas de cine antes de que salga de cartelera. Se trata de una delicia, tanto de producción, dirección y las actuaciones espectaculares de su dos protagonistas, Viggo Mortensen y Mahershala Ali que los ha hecho merecedores a los principales premios cinematográficos.
La película está basada en una historia real de sus dos personajes, para narrarnos la formación de una amistad más que improbable entre gente que no podía ser más disímbola. Nos cuenta un viaje al sur norteamericano del pianista de Jazz y músico clásico Don Shirley (representado por Mahershala Ali) y su chofer y cuidador Tony Vallelonga (en la realidad padre del guionista y representado por Viggo Mortensen).
El guión fue escrito a partir de las entrevistas que Vallelonga hijo, le realizó a su padre y la lectura de las cartas que éste le escribió a su madre durante la gira que ocurrió en 1962. Don o Donald Shirley fue un pianista clásico y de jazz norteamericano, compositor e interprete de gran calidad que experimentó una fusión entre el jazz y la música clásica. Junto a su Don Shirley Trio emprendió una gira al Deep South. Estamos en lo más álgido de la segregación racial en los Estados Unidos y el viaje se realizara al corazón mismo las tinieblas.
La compañía disquera Cadence records contrata como chofer del músico -y en los hechos como guardaespaldas- a Tony “Lip” Vallelonga, un “sacaborrachos” de bares de New York. Tony “el labioso” Vallelonga es un ítalo-norteamericano de Brooklyn, racista y pendenciero, pero muy leal a su familia, a su trabajo y a sus compromisos, cualidades que le ganan el puesto. La película cuenta este viaje…
El título de la película hace referencia a un librillo que se vendía a los “negros motoristas” que pretendían hacer algún viaje al profundo sur, indicándoles los restaurantes, estaciones de gasolina, hoteles, baños públicos, en donde un “afroamericano” podría ser admitido. La idea del Green Book era que el viaje se realizara sin contratiempos… y de manera “placentera”.
Green Book no es un alegato contra el racismo y la discriminación, no es ese su propósito, es más la historia de una amistad, pero el tema es inevitable en el viaje, que inicia en Nueva York, y se va haciendo más pronunciado y lacerante a medida que se acercan al profundo sur, esta región cultural y geográfica norteamericana representada en términos muy generales por las regiones que formaron ese extraño país muy temporal (por suerte) de los estados confederados durante la guerra de secesión. Son las regiones que defendieron el esclavismo y mantuvieron leyes de segregación racial hasta muy entrados los años 60´s.
Pero podríamos pensar que la discriminación es consustancial a esa parte de Norteamérica y creer que fuera de esta región las cosas son mejores. Pero no es así. La película nos muestra como el racismo está más entronizado de lo que suponemos y es ante todo una cuestión cultural. Los italianos –como el protagonista- odian a los negros, los irlandeses odian a los italianos, los “negros” a los latinos, y estos a su vez odian a otros. Y esto es algo de lo que se va bebiendo a diario en las familias, en los barrios, hasta convertirse en un monstruo que mira al mismo mundo, pero a través de filtros distorsionadores.
Imaginemos por un momento en los zapatos de Tony Vallelonga, un trabajador sin mucha educación, con problemas básicos de lenguaje y escritura, un sobreviviente eternamente en crisis económica. Toda su vida ha crecido con ideas muy elementales y muchos estereotipos de los otros: a los negros les gusta el pollo frito, son violentos, hablan raro y no son confiables. Un día todas sus nociones chocan con la realidad. El “negro” para el que trabaja tiene una vida refinada, más que lo que él pueda imaginar, no come pollo frito, habla varios idiomas y toca el piano como el gran maestro que es. Algo al que Vallelonga no puede ni siquiera aspirar…
Pero saber idiomas, ser culto, interpretar música clásica como todo un maestro y no comer pollo frito, también aleja a Don Shirley de su propia gente, porque todo ello lo hace “diferente”.
Podemos hablar de racismo, clasismo, sexismo y un sinfín de manifestaciones de la exclusión y del odio hacia los otros, pero vamos a concentrarnos en sólo una…
Raza es un término muy usado en nuestra cotidianeidad. Hablamos de razas de perros, de ganado, incluso usamos raza para referirnos a ciertos pueblos o culturas: “la raza purépecha”, “la raza negra”, usamos hasta el concepto ”la raza humana”, “raza europea”. El término es muy antiguo y se ha usado para definir a poblaciones que presentan una notable variabilidad entre individuos.
El concepto raza ha tratado de ser explicado como un fenómeno genético y taxonómico, para “ordenar” la diversidad. Puede tener cierta utilidad práctica en la ganadería donde de manera muy simplista nos diferencia poblaciones que comparten a la vista (y nada más que a la vista) ciertas características que las distinguen o parecen distinguir de otras. Pero este uso práctico no tiene ningún fundamento biológico, en donde incluso ha desaparecido como categoría taxonómica y se ha substituido por el de población.
Una raza, en la zootecnia, aparece por selección artificial y aislamiento controlado que evita el flujo natural de genes. Los individuos son seleccionados por determinadas características y se les mantiene aislados, reproduciendose únicamente entre los de su grupo.
Cuando entramos al tema de la existencia o inexistencia de “razas” en humanos penetramos en un tema muy resbaloso por que se ha intentado históricamente darle a la diversidad una explicación ideológica y usarla como la justificación de comparaciones ofensivas, discriminación, exclusión, es decir, una justificación del racismo.
El origen de nuestra especie (Homo sapiens) puede situarse sin duda alguna en las zonas tropicales de África nororiental, hace alrededor de 100,000 años. Todos los seres humanos actuales somos descendientes de estos primeros Homo sapiens (hombre inteligente u hombre capaz de entender) que hace unos 50,000 años se dispersaron por toda Europa, Asia y luego América del Norte. Bajo diversas presiones ambientales fueron desarrollando adaptaciones propias y sutiles que crearon poblaciones “más locales”.
Cuántas de las diferencias entre poblaciones son debidas a la influencia cultural y ambiental y cuántas son emplicadas por cambios genéticos es motivo de investigación actual. Es muy probable que estas adaptaciones observables sean efectivamente producto de la respuesta genética, incluso epigenética a los nuevos ambientes que los humanos fueron encontrando, pero tales adaptaciones son muy pequeñas y afectan sobre todo, procesos metabólicos o estructurales muy ligeros: la capacidad para degradar la lactosa de la leche bovina (y de otras especies), cambios en la conformación de la queratina del pelo (rizado, lacio), cambios en la relación melanina/feofitina que deriva en cambios de tono de piel y de cabello o ciertas adaptaciones fisonómicas.
La fisiología, genética, bioquímica y demás, son idénticas en todos los grupos humanos y las variaciones genéticas entre una persona de Gambia, una de Suecia, un “blanco”, un “negro” o de cualquier color son insignificantes a nivel de habilidades o procesos conductuales para asumir que hay grupos superiores o más evolucionados.
A nivel de la secuencia del ADN, el polimorfismo es demasiado pequeño para asumir que existen diferencias significativas entre las poblaciones humanas que evidencien cambios evolutivos “asimétricos”…
Sin embargo, hay que decir que existen diferencias no biológicas a las que llamaremos “diferencias culturales”, típicamente humanas, como la fabricación de herramientas, el lenguaje simbólico, la manera en que asumimos la muerte, la organización para el trabajo, el desarrollo de actividades artísticas, las instituciones políticas, los credos religiosos, entre otras muchas. Y la cultura también cambia, y lo hace más rapidamente que la biología. Hablamos entonces de la evolución cultural, una manera de evolución que en los últimos milenios ha constituido el modo dominante de la evolución humana.
Lo que observamos en todo caso, es la capacidad como especie para adaptarnos a los cambios ambientales locales, donde se desarrolla una población como la temperatura, luz, tipo de alimentación, resistencia a ciertas enfermedades, etc. Pero raza no es una categoría biológica y menos para los humanos, es una construcción social basada en diversos contextos históricos, políticos, económicos y culturales.
Existe la idea, cultivada por los europeos y norteamericanos (de EUA) principalmente quienes dividen al mundo en tres grandes razas: asiáticos, africanos y europeos. Pero no hay evidencia genética al respecto. Todos los humanos tenemos los mismos genes, no hay algunos exclusivos para europeos, chinos o congoleses. Lo que si cambia son pequeñas variaciones en las secuencias.
Pero el racismo no entiende de ciencia y asume que hay poblaciones originales en Europa, sin mezclas que dieron origen exclusivamente a estos individuos racistas. De la misma manera que los africanos actuales derivan de grupos ancestrales diferentes, etc. Todo lo cual es un mito sin ningún fundamento. Y Green Book es solo una muestra de que el aprendizaje de la música, los idiomas y montones de cosas igualmente sofisticadas no es patrimonio de un grupo o “raza”. La capacidad existe en todas las poblaciones y lo que limita el desarrollo de ciertas habilidades y aprendizajes es la exclusión, un fenómeno totalmente cultural.
Vaya a ver Green Book y comience a reflexionar como los prejuicios, el pensamiento grupal y el odio pueden destruir a las personas y sus comunidades y nada de éstos tiene lugar para la ciencia…
Horacio Cano Camacho, Profesor Investigador del Centro Multidisciplinario de Estudios en Biotecnología y Jefe del Departamento de Comunicación de la Ciencia de la Universidad Michoacana de San Nicolás de Hidalgo.
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