Termina la espera para algunos de nosotros, pues recientemente se estrenó la secuela del inesperado éxito de Marvel Studios, Ant-Man, del 2015. Para quienes no conozcan al personaje de Ant-Man (el hombre hormiga), no se trata de un hombre con antenas, seis patas y relleno de ácido fórmico. Ant-Man es un superhéroe que, gracias a la tecnología, es capaz de cambiar de tamaño. Originalmente y como el nombre lo sugiere, Ant-Man sólo era capaz de hacerse pequeño, pero eventualmente (y como se vio en la cinta Capitán América: Guerra Civil, de 2016), adquiere la capacidad de volverse gigante. Los comics de Marvel (y ahora sus cintas) se caracterizan por tratar de incorporar elementos científicos realistas con un toque de ficción imposible. En el caso de Ant-Man, dicho elemento inverosímil son las inexistentes y subatómicas partículas Pym. Estas permiten a la materia alterar sus dimensiones y su masa. Cuando algo se reduce, también lo hace su masa, pero no su densidad, lo que permite al hombre hormiga ser milimétrico, pero golpear con la fuerza de un adulto o bien, crecer casi 20 metros sin colapsar bajo su propio peso. Desde luego, esto es ficción.
Hace 380 años, Galileo propuso lo que hoy conocemos como la ley cuadrático-cúbica, que indica que cuando aumenta la talla de un objeto, su superficie aumenta de forma cuadrática, pero su volumen lo hace de forma cúbica. Es decir, cuando Ant-Man aumenta 10 veces su tamaño (lo que es cercano a su talla máxíma del cine), su superficie corporal aumenta 100 veces, pero su volumen lo hace 1,000 veces. Este cambio le haría imposible caminar, respirar o que su sangre circulara, su gigantesca (y ahora delgada) piel sería vencida por la presión de sus órganos y el pobre hombre explotaría. Este efecto catastrófico no lo vemos en el cine (todos saldrían despavoridos de la sala) y en su lugar vemos a un Scott agotado por el esfuerzo de ser gigante: La magia de las partículas Pym.
Aún queda mucha más física en la cinta. La antagonista, “Ghost” sufre efectos cuánticos de un experimento que salió mal. Todo átomo en su cuerpo posee una elevada probabilidad de hacer un efecto conocido como “efecto túnel cuántico”. En mecánica cuántica, las partículas no poseen una historia (ubicación) única, como solemos pensar para con los objetos grandes. En su lugar, poseen más de una historia, en sí, todas las historias posibles, al mismo tiempo, pero limitadas por su probabilidad de suceder. Es por ello que un electrón en un átomo no tiene una órbita determinada, como un planeta y posee en su lugar, un orbital, que es una zona de probabilidad de encontrarlo, más no una trayectoria fija. En mecánica cuántica, las cosas se ponen bastante raras y una partícula tiene la probabilidad (escasa) de sobrepasar una barrera que su cantidad de energía cinética no le permitiría alcanzar. Gracias a este fenómeno, los átomos de hidrógeno en el núcleo del sol se pueden fusionar, a pesar de que las fuerzas de repulsión electromagnéticas pudieran indicar que esto es imposible. Todo es cuestión de probabilidad en el mundo cuántico. La parte de ficción es cuando este fenómeno le permite a Ghost atravesar toda cantidad de objetos y disparos de energía, como una suerte de “ninja cuántico”.
No quiero abusar de la palabra “cuántico”, pero hay un efecto de esta disciplina física que llama poderosamente la atención, pues hasta ahora era casi invisible en el cine. Se trata del efecto de entrelazamiento cuántico. Este fenómeno, descrito por Erwin Schrödinger en 1935 nos dice que cuando dos sistemas cuánticos entran en contacto, quedan entrelazados. Lo que le suceda a uno, le ocurrirá al otro, sin importar la distancia, así estuvieran en los “lados opuestos” del universo. Siguiendo la lógica de las cintas, en 2015 Ant-Man abusó de las partículas Pym para hacerse pequeño, infinitamente pequeño, lo que produjo que entrara en el “reino cuántico”, lugar donde la avispa original (Janet van Dyne) se había extraviado. Ya estando ahí y de alguna forma un tanto mágica, su sistema biológico, entró en contacto con el de Janet y se entrelazaron, proporcionando a la cinta de un imposible, pero curioso pretexto para mover la trama principal, empleando un concepto real, el entrelazamiento. Fenómeno que algún día los físicos reales pretenden usar como medio instantáneo de comunicación, librándonos así del límite de velocidad impuesto por el universo: la velocidad de la luz.
Obviamente, Ant-Man and the Wasp no pretende ser una obra de ciencia ficción seria, se toma sus libertades. Pero es una cinta entretenida que, vista de cierta forma, ofrece una gran oferta de fenómenos físicos para discutir, que van de la biomecánica, a la física convencional y termina con la mecánica cuántica.
Solo o acompañado, le recomiendo ir al cine y pasar un rato agradable con esta nueva cinta. Y por cierto, no existe el suero de la verdad.
Saber más:
Hawking, S. (2014). Agujeros negros y pequeños universos. Editorial Crítica. 217p.
Hawking, S. y Mlodinow, L. (2010). El gran diseño. Editorial Crítica. 228p.
Roberto Díaz Sibaja, doctor en ciencias biológicas con especialidad en paleontología. Divulgador de la ciencia y frecuente colaborador de Saber Más.
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