Anoche miré en las redes sociales una “noticia” muy llamativa. Según la organización Anonymous, la NASA (la agencia espacial norteamericana), está a unos días de anunciar al mundo la existencia de vida extraterrestre. Es posible –y esto es solo puntada mía- que cuando lea esta nota ya estemos de manteles largos para recibir a nuestros primos marcianos o por lo menos ya sepamos que según la NASA, sea muy probable que en un planeta perdido en el universo “pudiera” haber algún tipo de sistemas complejos que puedan clasificarse como vivos… En realidad no entiendo que tipo de evidencia pueda tener alguien para lanzarse a dar un anuncio como ese.
La noticia coincidió con una película que vi en casa, en un sistema de esos de televisión bajo demanda, pero que se proyectó en las salas no mucho tiempo atrás. Se trata de Life (en México le agregaron, como si hubiera necesidad, el subtitulo Vida inteligente). Life (Vida) es una película norteamericana muy reciente -2017- de ciencia ficción (¿?) de Jorge Daniel Espinoza (un director sueco de origen chileno) que ya se había hecho de cierta fama con El niño 44 y Safe House. El reparto está formado por Jake Gyllenhaal (Donnie Darko, Brokeback mountain), Rebeca Ferguson (Misión imposible, The White Queen), Ryan Reynols (Linterna verde, Deadpool), Hiroyuki Sanada (El último samurái, 47 ronin y el nuevo ajonjolí de todos los moles cuando se trata en Hollywood de presentar algún personaje japonés que siempre será un “experto” en tecnología o un guerrero), Olga Dihivichnaya (que sale de muerta) y Ariyon Bakare (en el papel de… no se qué).
El argumento es muy sencillo: en la Estación Espacial Internacional un grupo de científicos recibe una muestra de suelo marciano en la que se sospecha sobreviven formas de vida microscópica. Y claro, la previsión es correcta, en el suelo marciano encuentran una célula en estado latente. Nunca aclaran si se trata de una espora o alguna estructura de resistencia. Las esporas son cuerpos microscópicos (unicelulares o pluricelulares) que funcionan como mecanismos de dispersión o de dormancia que permiten al organismo sobrevivir en condiciones adversas. En la dormancia las funciones metabólicas vitales se reducen a la mínima expresión. Un organismo puede permanecer en este estado durante años o hasta que las condiciones ambientales sean adecuadas, entonces alguna señal (agua, temperatura, concentración de gases) reactiva los procesos metabólicos y el organismo cobra actividad nuevamente. En la película una sola célula es sometida a varios estímulos pero solo dan cuenta del agregado de glucosa con el que reactivan al marciano y éste crece de la nada y se transforma en un monstruo…
No creo estar haciendo “spoiler” y contando cosas que le arruinen la sorpresa al auditorio. La película Life es totalmente previsible, ¿cuántas películas hemos visto con esta temática? Hasta nuestro Santo, el enmascarado de plata, hizo una película con la misma temática Santo contra los asesinos de otros mundos. Claro, Life está muy bien hecha y te mantiene entretenido, no es una película de verdadera ciencia ficción, es más un thriller o una película de terror a la manera de Alien. Y allí funciona bien.
La ambientación de la Estación Espacial con sus espacios mínimos por necesidad donde todo, incluidos los astronautas, están pegados unos a otros es muy realista, aunque la iluminación lo arruina, porque el ambiente se encuentra muy lejos del espíritu gótico de Alien, aquel espacio claustrofóbico que ya pasó a la historia del cine. Aquí, más parece la sala de operaciones a corazón abierto de cualquier hospital terrestre (bueno, de un hospital como se debe)…
Life es una película palomera. Hay mucha tensión y algo de terror, pero nada que no hayamos visto antes. La parte que me preocupa es esa obcecación que tenemos con que cualquier forma de vida extraterrestre, si la hay, será un desastre para nosotros. Se agradece que no recurrieron al recurso de presentar marcianitos ni almas caritativas que quieren ayudar a los humanos a corregir nuestras pifias con el planeta a la manera de la pésima Planeta rojo de Antony Hoffman (2000) o choros místicos como en Misión a Marte de Brian De Palma (2000). En nuestra película el extraterrestre marciano es sólo una forma unicelular, más parecida a una amiba.
La bronca y la horrorosa metida de pata aparece después… Resulta que a la amiba esa o espora o ya no sé qué… le dan a comer glucosa… y magia, se convierte en una especie de pulpo gigante que quiere comerse a todos los allí presentes, resiste el fuego, la radiación, abre puertas y ventanas y hasta tiene una base de datos con los planos de la estación espacial mediante el cual localiza a todo mundo. Hay errores del guión muy evidentes: resulta que no puede vivir sin oxígeno y cuando sale al espacio anda felíz como una lombriz. Depende de la glucosa y se la puede pasar horas y horas sin comer… los “científicos” de la película son todos unos idiotas que violan las reglas de seguridad a la menor provocación, en fin. Es evidente que no tuvieron la asesoría de un bioquímico o un biológo celular medianamente competente.
Y es que si el bicho marciano está hecho de carbono como toda la vida que conocemos, debe obedecer las mismas leyes y aunque sea película, no se pueden violar ciertos principios así como así, máxime cuando la cinta pretende ser de ciencia ficción. Un organismo no puede crecer de la nada, ni aunque sea marciano. Unos microlitros de solución de glucosa no hacen un pulpo gigante y menos uno que identifica de la nada a los humanos con los que nunca a tenido contacto.
Como pueden ver, la película me hizo enojar por que es un churro en el que se invirtieron cantidades cuantiosas de dinero. Pero véala, se entretendrá una tarde de domingo aburrida y entenderá que el cine, por ficción que sea, puede hacerse con calidad si se respetan ciertas reglas. No todo se puede y se debe…