Estoy pensando mucho que película recomendar en esta sección y no parece ocurrírseme nada. He hablado sobre extraterrestres, robots, viajes planetarios, clones, etc., y ahora quiero cambiar para no generar la idea de que el cine solo contiene elementos dignos de analizarse en esta sección de la ciencia en el séptimo arte si es de “ciencia ficción”.
Puede parecer contradictorio puesto que cine y ciencia parecen viajar por caminos muy distintos. El cine se alimenta de fantasías, la ciencia de realidades… Mucha gente cuando le hablamos de un evento de cine y ciencia que organizamos en la Universidad Michoacana de San Nicolás de Hidalgo, mi casa, en colaboración con la Universidad Nacional Autónoma de México piensa que vamos a proyectar documentales del llamado cine científico: biografías de científicos ilustres, películas sobre la fauna marina, flora de una región, tecnología, entre otros temas.
En la ciencia en el cine hablamos de películas más convencionales, aquellas que todo mundo puede ver en una sala de cine o por la tele. Esas películas no son de ciencia, ni pretenden serlo; sin embargo, contienen elementos que pueden llevarnos a plantearnos preguntas y si usamos el conocimiento aportado por la ciencia como una herramienta para responderlas, pueden ser un recurso valioso de divulgación científica. La cuestión es que despierten nuestra curiosidad sobre temas diversos y nosotros busquemos información más precisa para entender mejor esos temas. Esa es la idea de esta sección…
De manera que de vez en cuando aparecen películas que nunca supondríamos conectadas a la ciencia o a la tecnología, más allá de los recursos para su producción, que sin duda se benefician de estas herramientas. Así que hoy quiero platicar sobre una película enclavada en el género del thriller, la intriga y el misterio. Se trata de La chica del tren (EUA, 2016) del director Tate Taylor, joven actor y director norteamericano que alcanzó cierto éxito de crítica y público con The Help (2011) presentada en México con el horroroso nombre de “Criadas y señoras”.
La película es una adaptación del bestseller del mismo nombre de la escritora de Zinbabwe y nacionalizada británica, Paula Hawkins. La novela nos cuenta la historia de Rachel Watson (representada en la película por Emily Blunt, en lo que tal vez sea uno de los aspectos más destacados de la puesta en escena), una mujer solitaria, recién divorciada y con un fuerte problema de alcoholismo. Todos los días toma el tren de las 8:04 para ir a Londres a trabajar (en la película se adaptó a Nueva York). El mismo paisaje, las mismas casas, los mismos rostros, cada mañana y al retorno...
En ese recorrido cotidiano observa a los demás y construye historias felices, románticas de quienes observa al pasar. Una pareja en particular destaca. Los mira desayunar a diario en la terraza, siente que los conoce, que forman una pareja perfecta y les asigna una vida de ensueño. Inventa una vida que sustituye a la suya, anodina y llena de fracasos. Hasta que un día, en apenas unos segundos ve algo que le muestra que tal vez esa pareja nos es tan perfecta como ella ha imaginado y experimenta una rabia tremenda… Al día siguiente se despierta herida, llena de contusiones y con una resaca terrible. La cuestión es que no recuerda nada, pero sabe que algo muy grave sucedió…
La chica del tren es un thriller psicológico que llegó a nuestras tierras precedido de un enorme éxito comercial en el mundo anglosajón. Desde su publicación, se convirtió en un “superventas” a pesar de que la crítica especializada no la ha tratado nada bien. Y no es para menos. La temática tiene una originalidad muy discutible: son evidentes sus concordancias con la ya clásica película de Alfred Hitchcock, La ventana indiscreta, si bien, la novela y aún más la película de La chica están muy lejos de la cuidada y original propuesta de Hitchcock.
Debido a una serie de giros argumentales y saltos temporales se le ha querido comparar con otras novelas muy exitosas y debemos decirlo, muy solidas: Perdida de Gillian Flynn, también llevada al cine con muy buen resultado por David Fincher. Es muy evidente también la influencia de Patricia Highsmith y su Crímenes imaginarios, incluso con La verdad sobre el caso Harry Quebert de Joël Dicker. La verdad es que La chica del tren es una novela policiaca que tomó muchos elementos presentes en las novelas citadas pero no logró ensamblarlos con la precisión y el oficio de sus influencias, pero es muy difícil culpar a un autor, por ello cuando se enfrenta a Highsmith y el mismo Hitchcock, quienes han impactado en el cine y la literatura de una manera tan contundente.
La novela ha sido criticada y tachada de “floja”, y la película más. A pesar de la poca experiencia de la autora, que antes de incursionar en la novela negra era una consumada autora de novela rosa, la historia tiene elementos interesantes que en manos de un director experimentado y decidido pudieron aprovecharse de manera más afortunada. Sin embargo, es indudable la fuerza y el atractivo de la historia contada por Hawkins.
Un primer elemento que salta del libro y cinta, es lo que muchos han tachado de un cliché en el que confina al personaje central Rachel Watson, mujer divorciada que ante el reto de su libertad y potencial se transforma en una mujer solitaria, irresponsable y alcohólica. Otros personajes femeninos de la historia no salen mejor librados, mujeres adictas a la infidelidad, madres castradoras y señoras intolerantes…
Seguro ya se estarán preguntando, ¿por qué demonios nos recomienda una película que la crítica califica de “floja”? Yo decía párrafos atrás que podemos aprender de casi cualquier película no por que ella nos enseñe, sino por la capacidad para generar preguntas que nosotros vamos desarrollando. Y La chica del tren tiene potencial para ello. Por principio de cuentas la capacidad de la protagonista para inventar fantasías y realidades idílicas en su cabeza. Rachel parece del todo incapaz para experimentar disfrute. Su mundo es trágico y no parece encontrar la salida, no tiene espacio para encontrarle elementos interesantes o positivos a ninguna situación. Al parecer, esta capacidad de crear mundos “satisfactorios” son un intento de no sentirse sola, de pertenecer e involucrarse en algo o con alguien...
Esa incapacidad para el disfrute, observada en varios pacientes sometidos a estados de ansiedad y estrés puede llegar a provocar cambios en la producción de neurotransmisores involucrados en lograr estados de satisfacción parece estar ligada de alguna manera con el desarrollo del alcoholismo. Hay evidencias de que el consumo de esta droga parece estar ligado a la atenuación temporal de los sintomas negativos de desordenes en la producción de esos neurotransmisores. Existen al menos tres moléculas, conocidas por su extraños nombres de BDNF (factor neurotrófico derivado del cerebro), CRF (factor liberador de corticotropina) y NPY (Neuropéptido Y), cuya alteración en su liberación y síntesis está asocidada con la dependencia al alcohol y se conectan claramente con el estrés.
Eso no significa que una persona que se divorcia o tiene algún problema que le genera estrés se va a volver alcohólico. Eso sí sería un cliché… Se ha observado en muchos pacientes sometidos a situaciones estresantes que en ellos se produce un “rearreglo” de ciertas zonas de la cromatina. La cromatina es una gigantesca macromolécula formada por ADN (los genes) y proteínas (Histonas) que enrolla y compacta al material genético para que quepa en la célula y ahora sabemos que constituye también un mecanismo muy sofisticado de la regulación de la expresión de los genes (epigenética). Resulta que en estados de estrés se producen sustancias que pueden modificar el arreglo de la cromatina, alterando el patrón de expresión de determinados genes. Cuando las moléculas citadas arriba se ven alteradas por este mecanismo, inducen al alcoholismo, lo cual brinda a los psiquiatras y neurofisiólogos blancos para diseñar terapias contra este tipo de adicciones.
Existen muchos resultados de investigaciones sólidas sobre la asociación positiva entre el abuso de alcohol y otras drogas con el estrés y la exposición a traumas interpersonales. La película y la novela logran muy bien meternos en el drama de los sentimientos negativos, la desesperanza y la incapacidad para el disfrute. ¿Cuánto de esto es producto cultural y cuánto de la genética?, ¿cuánto se lo podemos atribuir a la “debilidad” de carácter y cuánto a fuerzas genéticas, que en la mayoría, desconocemos?, ¿por qué unas personas son más proclives que otras a las adicciones?
Y algo que me a mí me tuvo despierto toda la noche fue la siguiente pregunta: Si resulta cierto que el estrés y los traumas interpersonales son capaces de modificar la arquitectura del ADN y alterar la producción de moléculas vinculadas con la modulación del equilibrio emocional, ¿qué estará sucediendo en muchas comunidades de nuestro país sometidas al estrés continuo por la violencia, la inseguridad y la pobreza?, ¿no estaremos produciendo generaciones completas de psicópatas o adictos?
La película, en mi muy particular manera de ver, funciona muy bien para inquietarnos. Nos permite mirarnos en muchos de los espejos que nos presenta. Un aspecto interesante es que nos muestra unos vuelcos complejos al darnos cuenta que los que conocemos no necesariamente son lo que nosotros creemos de ellos, que todos tenemos nuestras zonas oscuras en donde quedan espacios para miserias o prejuicios. Tal vez otras novelas, otras películas sean más solidas en ello, pero no hay duda que La chica del tren funciona.
Vale la pena echarle un ojo un sábado por la tarde, con el espíritu listo para reflexionar y dejarse seducir un rato, emocionarse con la trama y tomar partido, aunque luego comprendamos que lo tomamos por el equivocado...