El cine de terror tanto como el catastrófico tienen muchos seguidores y se mantienen comercialmente muy vigorosos. Pero si miramos un poco hacia otros géneros, por ejemplo, la ciencia ficción, la historia no es diferente. El mundo que nos presentan es generalmente una distopía. Un futuro con características negativas, tanto en el ambiente como en las condiciones que determinan una sociedad armónica.
Películas como La amenaza de Andrómeda (Robert Wise, 1971), El puente de Casandra (George Pan Comatos, 1976), Epidemia (Wolfgang Petersen, 1995), 12 monos (Terry Gillian, 1995), Ceguera (Fernando Meirelles, 2008), hasta aquellas que recrean un mundo postapocalíptico de los sobrevivientes, apelando más a la parte fantástica, tales como Soy leyenda (Francis Lawrence, 2007, sobre la novela homónima de Richard Matheson de 1954), Guerra Mundial Z (Marc Forster, 2013, versión libre del libro de Max Brooks de 2006), Exterminio, también llamada 28 días después (Danny Boyle, 2002). No son todas, por supuesto, pero si constituyen una buena muestra.
En general, reflejan los miedos de la sociedad hacia lo desconocido. Puede ser hacia los microorganismos, los hipotéticos habitantes de otros planetas y de manera central, hacia la tecnología y la ciencia. En general, estas películas tienen en común la pérdida de control sobre nuestras creaciones. En esta línea están películas tan dispares como La mosca (remake de David Cronenberg, 1986), la excelente The Road (John Hillcoat, 2009) sobre una catástrofe nuclear (esta película está basada en una estupenda novela de Cormac McCarthy publicada en 2006), Robocop (Paul Verhoeven, 1987), The Terminator (James Cameron, 1985).
Decía que el hilo conductor es un artilugio que alguien estudia o construye (en general con malos propósitos) y por descuido o sabotaje se le sale de control, sembrando la destrucción. Por desgracia, los científicos son presentados la mayoría de las veces como villanos de risa, medio tontos, o de plano malévolos. Por supuesto que las cintas más serias apelan más a otros elementos en la pérdida de control de las máquinas. En la Carretera, Cormac McCarthy nos habla de la catástrofe nuclear, no importa quien la desató, el error fue tener esos instrumentos de destrucción que creaban la posibilidad real del error irremediable… De manera que la ciencia ficción tiene, en términos generales, una visión pesimista de la realidad. Parece confirmar a cada paso el enunciado de la ley de Murphy “si algo puede salir mal, saldrá mal…”
Una visión pesimista… tal vez las historias felices no le interesan a nadie. Quién iría a ver una película en donde no hay tensión dramática, errores, metidas de pata, sufrimiento y por el contrario todo es felicidad, buena onda, aciertos, progreso… Nadie le creería porque la vida misma es complicada y las posibilidades del error están a cada paso.
De manera que llegamos a una enésima película inscrita en el género de ciencia ficción con una visión catastrófica. Ahora le toca el turno a la llamada Inteligencia Artificial. Se trata de Morgan (USA, 2016), película dirigida por Luke Scott con un reparto de lujo, en donde destacan Kate Mara (El Marciano, House of Cards), Anya Taylor-Joy (La bruja, CSI-NY), Jennefer Jason Leigh (Los 8 más odiados, Twin Peaks), Paul Giamatti (Entre copas, El ilusionista), entre otros.
Luke Scott es hijo –imposible no decirlo- del gran Ridley Scott y ésta es su primera película. La producción es de su padre y su influencia se nota fuertemente.
Es fácil encontrar muchos elementos de Blade Runner y de la fábula clásica de Frankenstein. La trama es sencilla: Una compañía tecnológica invierte mucho dinero en un proyecto de inteligencia artificial. Por razones aparentemente obvias, el proyecto es secreto y para reforzarlo se mantienen en un lugar alejado y con estrictas medidas de seguridad. Hasta allí llega la investigadora Lee Weathers (una excelente Kate Mara) enviada para dictaminar sobre un incidente que pone en riesgo la inversión. Y el “incidente” no es otro que la pérdida de control de esta nueva creación.
Ese es el mejor momento de la cinta, la creación de una suerte de androide que mezcla biotecnología, con inteligencia artificial y nanotecnología. Una creación tan perfecta que parece indistinguible de un ser humano, pero no lo es... Y esta confusión es la receta para el desastre. Una criatura que se revela superior en todo a sus creadores. En el conflicto se pone a discusión lo que es humano y lo que es una simple cosa; la posibilidad de generar empatía con una entidad artificial; la distancia entre la inteligencia artificial y la naturaleza humana. Esta primera parte es llevada con mucha solvencia, nos adentra en la historia y hasta nos provoca simpatía por el robot Morgan representado con mucho acierto por Anya Taylor-Joy.
Para evaluar la inteligencia verdadera del robot (más cercano a los replicantes de Blade Runner que al robot de Ex Machina), Morgan es sometida (o sometido, ya que realmente es una “máquina”) al Test de Turing por un psiquiatra y allí se desencadena la bronca…
La película realmente se divide en dos partes, la primera que ya comenté, muy interesante y bien construida y una segunda que toma derroteros más de Hollywood, con acción, muertos, peleas y esas cosas que les encanta en el cine comercial. Por supuesto, también es una parte bien construida, pero creo que desaprovechan la reflexión que la primera estimuló y se van por caminos más fáciles y seguros.
Hay aspectos, que, si bien son de ficción, están en el miedo y la desconfianza de los ciudadanos hacia la tecnología y me parece que este tipo de cintas pueden ser el motivo para hacernos preguntas y estimular de alguna manera el debate. Claro, lo siguiente es mostrar y difundir la realidad de la IA, la biotecnología misma a la luz de lo que verdaderamente sabemos y podemos hacer. Y aquí tal vez es donde Morgan más falla. De cualquier manera, debemos verla y reflexionar un rato…