La Ciencia en el Cine

EL NOMBRE DE LA ROSA

Escrito por Horacio Cano Camacho

Yo doy la clase de Metodología y Comunicación de la Ciencia a estudiantes del programa de doctorado en ciencia biológicas de la Universidad Michoacana y en algún momento les hablo de un principio metodológico de parsimonia y economía para seleccionar entre hipótesis que compiten entre ellas. Este principio se le atribuye a William de Ockham, un monje que vivió en la alta edad media. Todo indica que Ockham no planteó tal regla, pero como hacía uso frecuente de ella, pues ahora se la atribuimos.

Qué dice este principio, también conocido como el “Rasero de Ockham” (o simplemente Rasero o navaja de Occam): Cuando existan dos o más hipótesis que expliquen el mismo fenómeno, la más sencilla suele ser la correcta (más no necesariamente la verdadera). La idea es que tengamos una forma racional de seleccionar explicaciones cuando hay varias respuestas. Dicho en términos muy simples, si yo veo una luz titilante en el cielo, cuyo origen y naturaleza desconozco, puedo pensar que 1) se trata de extraterrestres que me están vigilando; 2) Son las señales de un avión u otra aeronave que va pasando; 3) No hay tal señal y se trata de una ilusión óptica… Puede incluso existir más respuestas posibles. La razón me lleva a asociar referencias como espacio, tiempo, rutas, cercanía de aeropuertos, experiencias previas y seleccionar la explicación más racional, pero que tienen más asideros en los hechos…

Todo indica que la regla fue simplificándose con el tiempo y en realidad la propuesta original era más o menos así: Nada debería ser postulado sin una razón dada, a menos que sea evidente, conocido por experiencia o demostrado por la autoridad de la Sagrada Escritura… Todo esto vienen a cuento por que el tal Guillermo, nacido en el pueblo de Ockham, condado de Surrey, era un fraile franciscano muy listillo, estudioso de la lógica, la medicina y la teología y que murió de peste negra.

Cuando platicamos en clase de esta regla no resisto la tentación de hablar de la novela cumbre de Umberto Eco, cuyo protagonista central es William de Baskerville y todo indica que éste se inspiró en Ockham. Es un monje franciscano que acude a un cónclave en un monasterio anclado en la misma época en que el otro fraile vivió. Y Basckerville asiste a este lugar para discutir con los frailes de otra orden, los dominicos la pobreza de Jesús. William de Baskerville es un hombre culto que hace uso de la lógica y la metodología científica (al menos lo que luego sería la ciencia) para enfrentar una serie de sucesos que requieren una explicación racional… Es cierto que también pudo inspirarse en Sherlock Holmes, el personaje central de Arthur Conan Doyle y cuya novela más famosa se llama precisamente El perro de los Baskerville, en donde el genial detective hace uso frecuente de este principio metodológico. Vaya usted a saber, Umberto Eco nunca nos lo dijo.

Y la novela inspiró la película del mismo nombre, una coproducción de Italia, Francia y Alemania, dirigida por Jean-Jacques Annaud en el año de 1986. Claro, siempre les recomiendo la novela, pero la película también es interesante.

La trama es claramente un novela de detectives, situada en el siglo XIV. William de Baskerville (Sean Connery), acompañado de su pupilo y aprendiz, el novicio Adso de Melk (un jovencísimo Christian Slater) para asistir a un debate entre franciscanos y los monjes dominicos, enviados del Papa, por ese entonces afincado en Aviñón, Francia.

Ambos grupos presentan posturas radicalmente distintas en torno a conceptos como la forma de honrar a Dios. Mientras que los franciscanos sostienen que es la pobreza de bienes materiales, la entrega al bien común y la vida espiritual. Los enviados del Papa sostienen que es la riqueza y la posesión de bienes lo que engrandece al Señor (creo que en la realidad ganaron los segundos…). Estas discusiones verdaderamente se dieron en la época situada en la novela y la película y terminaron con muchos en la hoguera de la inquisición o los más radicales incluso, en guerras que desangraron a la Europa de la edad media. No es mínimo ni banal el debate, lo que se está dirimiendo es el poder mismo de una organización que pretende dominar y expoliar al mundo, no convertirlo ni salvar su alma.

William de Baskerville llega a una abadía de pacíficos frailes benedictinos y de inmediato es requerido por el abad para resolver una serie de crímenes misteriosos que tienen sumida a la comunidad en el terror. Baskerville fue un inquisidor sui generis que destaca por su inteligencia y perspicacia. Seguidor de Roger Bacon y el mismo Ockham, promotores de la ciencia y el pensamiento lógico y racional, usará sus dotes para investigar y desentrañar los secretos de la abadía.

A mismo tiempo (en la novela infinitamente más que en la película) Umberto Eco nos va sumergiendo en la historia de esa época convulsa, mostrándonos un mundo dominado por la superstición, la intolerancia y el sometimiento al poder “espiritual” de la Iglesia Católica que no soporta la más mínima disidencia. No obstante este ambiente oscuro y terrible, hombres como el representado por William de Baskerville van sembrando las semillas de lo que se convertirá en la ciencia, el mejor instrumento para obtener conocimiento y liberarse del oscurantismo y la esclavitud del miedo.

El secuestro del conocimiento es representado por la biblioteca de la abadía, un edificio impresionante y terrorífico por si mismo, que resguarda los miles de libros que diferentes culturas y épocas han sido producidos por el intelecto humano. Esos libros (copiados a mano por los frailes) han sido sustraídos de los ojos y la curiosidad de los hombres por que, ha decir de su guardián principal, el fraile Jorge de Burgos (claramente inspirado en la figura de Jorge Luis Borges, ciego, enormemente culto y director de la biblioteca de Buenos Aires, a quien Eco le rinde así un homenaje), un hombre tan sabio como fanático.

La película transcurre mostrándonos como el ingenio y el método inductivo (previo al método científico moderno) ideado por Roger Bacon, precisamente y la lógica de Ockham, William de Baskerville va descubriendo que todo mundo en la abadía tiene algo que ocultar: vicios de la carne y del espíritu. Por ello Jorge de Burgos protege con tanto celo el conocimiento, para evitar, según él, la lujuria del intelecto.

La novela, esto es el libro, consiguió un éxito rotundo, con millones de lectores en todo el mundo. Tantos que el mismo Umberto Eco se dijo siempre sorprendido. Han surgido debates, talleres, libros sobre el Libro y cualquier cantidad de mitos y enigmas en torno a esta obra. El título mismo –El nombre de la rosa- continuará siendo un misterio que Eco nunca quiso revelar. La inspiración de los personajes, los sitios que nombra, todo está envuelto en una nube de misterios.

Pero todo ello es adicional a su calidad, la cual es innegable. El nombre de la Rosa ha sido colocado por diversas encuestas como uno de los libros más importantes e influyentes del Siglo XX.

La película no desmerece. A pesar que una cinta no puede ser un reflejo fiel de el libro que la inspira, y que debemos considerarla un obra por si misma, es bastante cercana. El ambiente, los personajes, los sucesos históricos están muy bien representados. Un acierto muy notorio es la elección del reparto, iniciando por Sean Connery y un personaje que ya verán circular por la cinta, el fraile Salvatore, caracterizado magistralmente por Ron Perlan y Bernardo Gui, el inquisidor temible a quien dio vida Murray Abraham.

La película consiguió muchos premios, entre ellos el “César” de la Academia Francesa como la mejor película “extranjera” en 1987; dos premios Bafta (el Oscar Inglés) al mejor actor y el mejor maquillaje.

Vea la película, lea la novela y adéntrese de una manera apasionante en el origen de la ciencia moderna en la época menos impensable. Además inicie una reflexión en torno al papel del conocimiento como una fuerza liberadora. La película está disponible prácticamente en todos los formatos…