La película que hoy recomendamos trata de robots, y de robots inteligentes que se rebelan contra sus creadores. Se trata de Ex Machina, cinta de Alex Garland (Gran Bretaña, 2015). Esta es la primera película de Garland como director. El argumento es muy interesante: El protagonista, un joven (Caleb, caracterizado por Domhnall Gleeson) muy avezado en la programación, es incorporado a un extraño, pero fascinante experimento en una hermosa mansión del dueño de la compañía de internet más grande del mundo (Nathan, protagonizado por Oscar Isaac). La mansión se encuentra aislada del mundo en enigmáticos paisajes naturales. En este lugar debe interactuar con la primera creación humana de Inteligencia Artificial (IA). Se trata de un robot caracterizado como una mujer: Ava (a quien da vida, literalmente, la actriz Alicia Vikander). La creación es tan poderosa que pronto cobra conciencia de sí misma y de su poder…
No cuento más, pero la película pronto se vio mezclada en un debate sobre el "peligro" que el desarrollo de la IA puede representar para la humanidad. Recientemente circularon algunas notas de prensa sobre el pronunciamiento de personajes famosos en torno al supuesto peligro que representan los robots para la humanidad. El temor es que el desarrollo de la llamada IA lleve a estas máquinas a "cobrar conciencia" y en algún momento prescindir de su creador.
Y si bien en la mayoría de nosotros las preocupaciones son más mundanas que la posibilidad de robots siniestros, de vez en cuando se cuela alguna idea, alguna nota, que despierta esta vieja preocupación.
Días atrás un trabajador de una planta industrial en Alemania murió aprisionado por un robot que alguien encendió por error. Pero este accidente provocó que algunos vieran aquí la escena de un hipotético futuro en donde las máquinas desarrollan (o se les desarrolla) la capacidad de tomar decisiones y que el daño a los humanos ahora no sea por accidente sino "conscientemente". La polémica está servida. Los expertos en robótica incluso cuestionan que máquinas -como la involucrada en el accidente- capaces solo de realizar algunas acciones repetitivas y rudimentarias sean catalogadas como robots. Para que un robot sea considerado como tal, dicen estos expertos, debe tener capacidad de percibir el entorno, presentar algún tipo de sentido y capacidad de decisiones autónomas. Y por supuesto, estamos muy lejos de esto.
Entonces ¿de dónde surgió este pánico a los robots y demás creaciones humanas? En la literatura podemos encontrar el origen de estos temores. Podemos citar los ejemplos de Frankenstein o el moderno Prometeo de Mary Shelley (1818) y La Isla del Doctor Moreau de H.G. Wells (1896). En ambos libros, las creaturas terminan por revelarse a sus constructores.
Pero es en el cine, sin duda, donde esta visión cobra su mayor “esplendor”. En 1927 se estrenó la película alemana, dirigida por Fritz Lang, Metrópolis en donde los obreros se rebelan contra la clase dominante (empresarios e intelectuales) instigados por un robot construido por un científico. En 1968 se estrenó 2001: Odisea del espacio, de Stanley Kubrick que nos muestra –entre otras ideas muy interesantes- con un gran realismo científico como la tripulación de una nave espacial es asesinada por la supercomputadora HAL ante la confusión que le genera el tener que mentir… Esta es la primera película que incorpora el concepto de Inteligencia Artificial, como elemento central de la trama y núcleo del funcionamiento de una máquina autónoma, capaz de tomar decisiones y controlar la vida y destino de sus creadores.
La idea de crear “máquinas pensantes” ha sido una aspiración humana desde tiempos pasados, de Pigmalión y Galatea al Golem de los judíos de Praga, aparecen en la historia mitos de creaciones dotadas de inteligencia, generalmente para defender o satisfacer alguna necesidad humana, pero no es hasta la invención de las computadoras en donde la fantasía comienza a convertirse en realidad. La IA no sólo busca que las máquinas tengan un lenguaje común con los humanos, sino que sean capaces de percibir los cambios del medio, reconocerse en ese medio y tomar decisiones autónomas para enfrentar esos cambios. Pero hacer esto no está resultando nada fácil…
Aunque se ha avanzado mucho en programación y en la construcción de sistemas de percepción y en dotar a máquinas de sentidos, los resultados aún están muy lejos de alcanzar siquiera lo propuesto por la ciencia ficción. Muy seguramente en un futuro de mediano plazo, los robots parecerán más unos aparatos que pueden limpiar una recámara sin romper nada o cocinar palomitas de maíz sin que nosotros les vigilemos más que máquinas capaces de tomar decisiones sofisticadas y poner en peligro nuestra integridad…
Pero que estemos lejos no implica que no reflexionemos en la naturaleza del problema. Y Ex Machina lo hace muy bien: ¿Cuál es la responsabilidad ética con nuestras creaciones? ¿cuáles son los límites de estas creaciones? ¿hasta dónde llega lo “artificial”, hasta dónde lo “natural”? ¿qué significa ser humano?
Y no crean que es una película filosófica. Es una buena cinta, emocionante y con un tiempo muy cuidado. Cierto, está realizada en espacios estéticamente envidiables, pero cerrados, claustrofóbicos. Pero en este espacio se forja la atmósfera adecuada para el diálogo entre la inteligencia emocional, humana al fin y la inteligencia emocional, aparentemente, solo aparentemente, limpia, virginal.
Ex Machina es una película bien construida, inteligente y que nos hará reflexionar inevitablemente. No es una película de vaqueros facilona, en donde los buenos y los malos se presentan desde el minuto uno y cada momento nos dicen a dónde van. No hay “robotitos” héroes o ingenuos, ni peleas legendarias. Es decir, es una buena película…