Dr. Eduardo Valencia Cantero

Escrito por Rafael Salgado Garciglia; No. 75, 20024

 

  Es biólogo (Facultad de Biología, 1995) por la Universidad Michoacana de San Nicolás de Hidalgo (UMSNH), maestro en ciencias en biotecnología por CINVESTAV-Zacatenco (1997) y doctor en ciencias en biotecnología de plantas por CINVESTAV-Irapuato (2001). Actualmente, es profesor e investigador titular C en el Instituto de Investigaciones Químico Biológicas de la UMSNH, responsable del Laboratorio de Ecología Microbiana.
Desde 2004 cuenta con Perfil Deseable PROMEP (actualmente PRODEP); forma parte del padrón de investigadores del estado de Michoacán, reconocido como Investigador Estatal Honorífico; es miembro de la Academia Mexicana de Ciencias (2023), y del Sistema Nacional de Investigadores desde 2002, actualmente con nivel III.
Desarrollador de líneas de investigación centradas en la ecología microbiana, incluyendo comunidades bacterianas, relación nutricional planta-microorganismo, comunicación química planta-microorganismos y microorganismo-microorganismo. Uno de los primeros investigadores en México en estudiar el efecto de compuestos volátiles orgánicos producidos por bacterias. Es autor de artículos científicos nacionales e internacionales, de docencia y de divulgación. Asimismo, ha sido participante en congresos nacionales e internacionales, a la vez que ha dirigido tesis de licenciatura, maestría y doctorado.
Es profesor docente activo en los niveles de licenciatura y de posgrado. Ha participado activamente en el desarrollo institucional de la UMSNH, tanto en gestión de recursos y en la integración de comités y consejos universitarios, así como en la coordinación de programas de posgrado como el Institucional de Doctorado en Ciencias Biológicas (2014-2017) y en la coordinación de la creación del Programa de Doctorado en Ciencias en Biología Experimental (2018). Este año fue reconocido con el galardón «Legado Nicolaita 2024», otorgado por la UMSNH por su trayectoria en la docencia e investigación.

 

Cuéntanos ¿cómo y cuándo empezó tu interés por los microorganismos?

Yo fui lo que se llamaba un niño «nerd». A mí me interesaban todas las ciencias hasta finales de la preparatoria. Mi problema a la hora de elegir carrera fue que todo me gustaba, pero la biología finalmente me llamó más. La microbiología, y en particular la ecología microbiana, me resultó muy atractiva porque tenía importantes ventajas. El estudio de la ecología microbiana, siendo biología en toda regla, me permitía trabajar con microcosmos, tener resultados más rápidos y controlar factores que no se pueden controlar en sistemas más grandes, todo ello me resultaba muy emocionante, y algo que para mí era fundamental, es que no generaba gastos adicionales como viajes al campo que, como estudiante sin recursos, no podía costear. Yo entré al Laboratorio de Ecología Microbiana perteneciente al Instituto de Investigaciones Químico Biológicas cuando cursaba el séptimo semestre de la carrera y, pues, allí me quedé.

 

Una vez que te formaste como biólogo ¿qué te llevó a hacer los estudios de posgrado?

Cuando entré en la carrera de biología tenía la tirada de convertirme en profesor universitario. En la preparatoria (estuve en la Preparatoria Eduardo Ruiz), por relaciones familiares, tuve acercamiento con algunos profesores; en ese contexto, me formé una idea de que los profesores tenían una buena vida, un trabajo satisfactorio, un ambiente laboral académico, es decir, cultural, con cierta distinción y no demasiado exigente. En retrospectiva, veo que tal vez romantizaba un poquito el oficio.
A media carrera de biología me di cuenta de que no iba a poder ser profesor universitario si no tenía un posgrado. Primero supuse que bastaría con la maestría, pero para cuando salí de la carrera en 1994, me quedaba claro que necesitaría también un doctorado, así que ingresé a la maestría con la idea de ser profesor más que investigador. Fue en el posgrado que la actividad de la investigación me absorbió; sin embargo, la docencia, en particular, me resulta reconfortante por el trato con los chavos de licenciatura y posgrado.

 

¿Nos puedes contar sobre la experiencia de regresar a la universidad que te formó, pero ahora como profesor e investigador?

Realmente fue algo muy satisfactorio. Parafraseando, podría decir que uno sale de la universidad, pero la universidad no sale de ti. Creo que la Universidad Michoacana, en particular, tiene una personalidad fuerte que te marca. Yo realicé la maestría y el doctorado en el CINVESTAV, centro de investigación de excelencia y muy exigente, perteneciente al Instituto Politécnico Nacional, el cual tiene su propia mística; sin embargo, cuando regresé a la Universidad Michoacana sentí que regresaba a casa. De hecho, regresé como profesor al Laboratorio de Ecología Microbiana, donde hice mi tesis de licenciatura, aunque ya se había movido de las instalaciones que tenía anexas a la Facultad de Farma (Facultad de Químico Farmacobiología) a los edificios B1 y B3 en ciudad universitaria.
Una anécdota ilustrativa fue que encontré en el librero del Dr. Farías, que fue mi asesor, la bitácora de laboratorio que usé en la tesis de licenciatura, la cual todavía uso al día de hoy. Creo que he sido afortunado, porque no solo he podido llevar a cabo investigaciones para mi universidad, sino que también he podido practicar la docencia en la Facultad de Biología, mi facultad, y con ello contribuir a la formación de nuevas generaciones de biólogos; mientras que en el Instituto de Investigaciones Químico Biológicas he formado a maestros, doctores y, recientemente, a biotecnólogos.



Desde entonces ¿cuáles fueron tus líneas de investigación y hacia donde las has dirigido?

En el doctorado trabajé corrosión de acero por efecto de comunidades bacterianas sintéticas, lo que implica la participación de bacterias en las transformaciones químicas del hierro. Al llegar al Instituto de Investigaciones Químico Biológicas, adapté mi línea de investigación a la participación de las bacterias del suelo en las transformaciones químicas del hierro como nutriente vegetal, es decir, efecto bacteriano en la nutrición vegetal por hierro, de allí pasamos a la comunicación de las plantas con su microbiota (comunidad de microorganismos asociados) que es una comunicación de ida y de regreso, lo que implica que las plantas tiene la capacidad de ayudar a prosperar a determinadas poblaciones bacterianas que les son benéficas a través de señales bioquímicas, haciendo lo propio las bacterias hacia las plantas. En esencia, lo que estudiamos es: cuáles son estas señales, cuáles son sus efectos en las plantas y bacterias, y cuáles son los mecanismos fisiológicos, así como los elementos genéticos involucrados en esta relación. Finalmente, hemos incursionado en la comunicación bacteria-bacteria con un enfoque similar.

 

 

 

¿Cuál consideras que es la principal contribución de tus investigaciones?

Mostrar el papel que tienen determinados compuestos orgánicos volátiles de origen bacteriano, en particular uno llamado N,N, dimetilhexadecilamina, importante en la comunicación planta-bacteria, en su efecto en la nutrición vegetal por hierro, en la estimulación del sistema inmunológico de la planta, en la organogénesis (es decir, formación de órganos) y en la modulación de la microbiota vegetal.

 

Hasta ahora, ya sea en la docencia o en la investigación ¿qué satisfacciones te han dado los logros que has conseguido?

Las satisfacciones puedo clasificarlas en dos niveles. En un primer nivel están las cotidianas, como la investigación, que es una actividad sorprendente, ya que todo el tiempo se van encontrando cosas nuevas. También está la docencia que, como comentaba antes, es reconfortante la interacción con los chavos, diría que es regenerativo ir a dar clases, pues te saca de los problemas del laboratorio (que vaya que los hay), da frescura y con frecuencia te proyecta a tu propia época de estudiante. También está el sentimiento de contribuir a que los estudiantes encuentren su propio camino, especialmente si se logra incidir en su forma de ver el mundo.
En un segundo nivel, y en retrospectiva, está la satisfacción de poder contribuir, aun siendo con un grano de arena, al conocimiento universal, eso es muy satisfactorio. Con un enfoque más profano diría que a los investigadores nos tiene continuamente bajo evaluación, tanto la universidad como la Secretaría de Educación Pública (SEP) y el Consejo Nacional de Humanidades, Ciencias y Tecnologías (CONAHCYT), y siento que en eso he cumplido.
En mi desempeño profesional he tenido la oportunidad de dirigir estudiantes de maestría y de doctorado, varios de ellos también se han dedicado a la investigación y ahora son investigadores exitosos con sus propios grupos de trabajo. Destaco a los doctores Crisanto Velázquez Becerra y a Ma. del Carmen Orozco Mosqueda, quienes fueron mis primeros estudiantes de doctorado y que ahora son Niveles II del Sistema Nacional de Investigadores e Investigadoras (SNII), eso también es muy satisfactorio. Y, finalmente, algo de lo que me siento orgulloso es mi participación en el desarrollo de los programas de posgrado en los que he participado, en particular en el Doctorado en Ciencias en Biología Experimental, del que fui coordinador académico fundador.

 

 

 

Como investigador ¿cuál es tu opinión acerca de la importancia actual de la divulgación de la ciencia?

En el gremio de los investigadores existe la obligación de comunicar nuestros resultados a «la comunidad». Si bien esta es una cuestión que tiene distintas aristas, este punto es fácil de entender si nos preguntamos ¿De qué le sirve al mundo el conocimiento más grandioso, si este permanece oculto? Aquí algo en lo que hay que reflexionar es ¿Quién es la comunidad? Una respuesta posible es: La comunidad son nuestros colegas, especialistas en un tema en particular. La utilidad de que los colegas especialistas conozcan nuestros trabajos es casi obvia, porque en el método científico los planteamientos de un investigador se basan en los trabajos de otros investigadores y los aportes científicos son la base de los desarrollos tecnológicos.
Sin embargo, decir que nuestra comunidad son los especialistas de un tema en particular es cuando menos muy parcial. Una vez que salgo de las instalaciones de la universidad y platico con familiares, amigos y vecinos, me queda claro que la comunidad somos todos, y estoy de acuerdo que es nuestra responsabilidad (de los investigadores) trasmitir (divulgar) el conocimiento a los no especialistas. Por supuesto que es un reto, en parte porque no estamos acostumbrados y no fuimos formados para eso, pero también porque nuestros temas de investigación están plagados de conceptos y de términos técnicos que no son del todo ajenos a un docente. Ante la pregunta ¿Para qué le sirve a la comunidad no especialista saber de nuestras investigaciones? Para mí la respuesta es fácil, los humanos somos curiosos, los humanos queremos saber, el conocimiento mejora el criterio de las personas y mejora su vida.

 

¿Qué mensaje envías a los jóvenes para que opten por estudiar una carrera científica?

Les diría que en esta vida se requiere de todo, por ejemplo, artistas, tecnólogos y también científicos, todos comprometidos con sus trabajos. Por otro lado, estudiar una carrera en ciencias no te compromete necesariamente a dedicarte a la investigación, la sociedad también necesita licenciados e ingenieros en áreas científicas. Yo opté por esta profesión buscando un desarrollo personal, o como decía antes, «una buena vida». En mi caso, puedo decir que me ha resultado bien. Cuando me preguntan ¿Qué hiciste hoy? Casi siempre respondo que estuve leyendo, revisando textos, escribiendo, haciendo experimentos, dando clase. Pero cada día es diferente, porque lo que leo, reviso, escribo, mis resultados y mis clases son diferentes. Es todo menos tedioso. Pero no voy a mentir, un investigador está sujeto a mucha presión y en eso nos hemos de parecer a otras profesiones. Para estudiar ciencias (y yo agregaría las ingenierías) se requiere vocación y es muy satisfactorio.