José Alfonso Villa Sánchez, es Doctor en Filosofía por la Universidad Iberoamericana, Ciudad de México. Profesor Investigador en el Instituto de Investigaciones Filosóficas de la Universidad Michoacana de San Nicolás de Hidalgo y Miembro del Sistema Nacional de Investigadores.
Gracias Dr. Villa por aceptar esta charla con la revista de divulgación de la ciencia de la Universidad Michoacana de San Nicolás de Hidalgo.
Para los no filósofos, es decir, los no especialistas, la imagen de un filósofo, de la propia filosofía, se orienta por varios estereotipos, como si su materia de estudio fuera algo inaccesible para la vida cotidiana. ¿Cuál puede ser el origen de estas ideas y cómo cambiarlas?
Como sucede con los estereotipos, este sobre la filosofía y la imagen del propio filósofo es parcial, unilateral y muy sesgada. Quizá su origen esté en que, en general, la tarea de la filosofía es reflexionar sobre la relatividad de las cosas establecidas en la sociedad y algunos filósofos han llevado esta crítica al extremo de vivir al margen de la sociedad o incluso en su contra, como Sócrates o Diógenes de Sinope. La mayoría de los grandes filósofos, sin embargo, están muy lejos de ese estereotipo. El filósofo profesional vive en y de las instituciones, y desarrolla su trabajo de reflexión e investigación conforme a los cánones que marca la época. Así son los creadores de grandes sistemas filosóficos, se trate de Platón y Aristóteles en la Época Griega, de San Agustín y de Santo Tomás en la Edad Media, de Descartes, Hume, Kant y Hegel en la Época Moderna, o de Husserl, Heidegger, H. Arendt, Zubiri, Gadamer, Ricoeur y Nussbaum —entre muchos otros— en el siglo XX.
¿Cómo podemos explicarle al gran público que la filosofía es más cercana a la vida cotidiana de lo que podemos imaginar?
Rescatando el sentido más originario de la propia palabra, que sigue latiendo en su uso actual y en el espíritu de todo ser humano. Filosofía es amor a la sabiduría. Y la sabiduría es el arte de vivir bien, de vivir construyendo la paz y la justicia. En este sentido, todos somos filósofos, amantes de la sabiduría, aspirantes a vivir bien. De estas mismas aspiraciones, de los anhelos más humanos, se ocupan los filósofos profesionales de manera sistemática, rigurosa, apegándose a métodos propios, y siempre desde lo que otros filósofos, de otras épocas, ya han pensado. Porque los anhelos, los sentimientos y las ideas de los seres humanos son muy semejantes en todo tiempo. Martha Nussbaum, por ejemplo, es una filósofa norteamericana que se plantea con profundo rigor qué es vivir bien en una sociedad sobradamente satisfecha como la de la actualidad y, sin embargo, sumida en cualquier cantidad de problemas sociales, económicos y políticos.
Precisamente el Instituto de Investigaciones Filosóficas, donde laboras, está organizando un coloquio sobre el vínculo de la filosofía con la vida cotidiana. ¿Podrías hablarnos de este evento?
Se trata del I Coloquio Internacional: Praxis y vida cotidiana, que se llevará a cabo los días 29, 30 y 31 de marzo próximo, al que puede asistir toda persona interesada en temas como la educación, la justicia social, la construcción de la democracia, la ética, la complejidad de la realidad, la condición humana, etc. Habrá filósofos y filósofas profesionales compartiendo sus reflexiones sobre asuntos de la vida cotidiana, en los que generalmente no reparamos. La filosofía práctica trata sobre ese modo de la acción humana cuyo resultado y finalidad es ella misma, como la vida política o la vida ética. La acción práctica se distingue de la acción técnica en que, mientras el resultado de esta es diferente al agente que la realiza —como cuando un carpintero hace una mesa—, el resultado de la praxis es ella misma. Un ejemplo muy evidente es la educación, entendida como formación del ser humano y no como mera capacitación para el trabajo. Como formación del ser humano, la educación es ella misma su propio fin y, por lo tanto, hay que estarla actualizando constantemente y cuidar de que no venga a ser mera capacitación técnica. Este I Coloquio se ocupa precisamente de varios aspectos de la praxis actual que deben ser pensados explícitamente, sobre todo porque quedan atrapados en la obviedad de la vida cotidiana, de la vida en la que estamos inmersos todos los días, impelidos por las necesidades de la sobrevivencia en una sociedad del vértigo, que tiene poco tiempo para pensar en las cosas importantes, dado que vive al ritmo que marcan las urgencias.
En otro orden, hemos asistido a cierta tendencia en muchos filósofos para desvincularse de la ciencia, incluso posiciones que niegan el conocimiento científico. ¿Qué nos podrías decir de este fenómeno, si es que mi apreciación es correcta y real?
Este es un asunto que se mueve en la esfera más de la filosofía teórica que de la práctica, y de ninguna manera es un problema nuevo. La filosofía no se puede entender sin las ciencias, sean naturales o sociales; y al revés aplica igual: en el fondo, los problemas científicos se vuelven asuntos filosóficos. Estamos asistiendo a unas generaciones de filósofos cada vez más formados en ciencias, y a científicos formados en filosofía. Los filósofos profesionales, rigurosos, saben reconocer muy bien el modo como el quehacer filosófico y el quehacer científico se empalman y se recubren parcialmente entre sí. La separación y contraposición entre filosofía y ciencia es un fenómeno moderno (siglos XVI-XIX), con más carga ideológica que motivos racionales. Es significativo que los grandes filósofos modernos, como Descartes, Leibniz, Hume, Kant y muchos otros, son en realidad investigadores de asuntos sobre la naturaleza, es decir, físicos y matemáticos. Y que astrónomos y físicos modernos se comprendan a sí mismos más como filósofos que como científicos: es el caso de Copérnico, Kepler, Galileo y desde luego Newton y el propio Leibniz. El origen de las especies (1859) de Darwin, en pleno siglo XIX, tiene talante más de filosofía que de biología. Aunque suene un poco fuerte la expresión, la desvinculación entre ciencia y filosofía es más bien un falso problema.
Del lado contrario también existen posiciones, hay una corriente dentro del mundo científico para «negar» la filosofía, bajo el argumento de que a estas alturas del desarrollo científico ya no es necesaria y, parte de sus reflexiones, se sustentan en el «negacionismo científico» o en esas posturas anticientíficas de muchos filósofos. Me gustaría escuchar algún comentario de tu parte.
Si todavía hay «científicos» que se conducen de esa manera, es porque no han reparado en que ese negacionismo que sostienen es precisamente un asunto filosófico, y no es ya un asunto científico. Pero esas posturas del siglo XIX son cada vez menos comunes. La ciencia moderna, que vía el método matemático, llegó a ser verdadera investigación sobre la naturaleza, sea en física, en química o en biología, ha venido a ser en el último siglo casi mera aplicación técnica, tecnológica, digital y cibernética, en definitiva, Inteligencia Artificial. El científico actual es más bien un tecnólogo, y en ese sentido la ciencia, que estaba más asociada con la teoría, ha terminado atrapada por las exigencias de su aplicación y el manejo tecnológico de control de procesos. Y en la medida en que la ciencia se torne cada vez más tecnológica, estaremos más necesitados de que la filosofía vuelva a plantear las preguntas por la esencia de la vida buena, por la posibilidad de una vida humana virtuosa instalada, por ejemplo, en la Inteligencia Artificial que hoy invade y controla toda praxis.
Estos temas, tratados en las preguntas anteriores, me llevan a preguntar por un fenómeno al que estamos asistiendo actualmente y al que le podemos llamar «la defensa de la enseñanza de la filosofía en el sistema escolarizado de nuestro país». Sus postulantes dicen que existe la intención de «desaparecer» o retirar las asignaturas de filosofía y otras correlacionadas de los programas de enseñanza básica, ¿en realidad hay que defender las clases de filosofía? Si consideramos las posturas anticientíficas, el alejamiento de la filosofía de lo que es significativo para la gente común y, por otro lado, la manera en que se enseña filosofía en las escuelas, ¿qué se está defendiendo?
Es normal que cuando un grupo ve amenazado el territorio en el que vive lo defienda. Defender la filosofía es, en el fondo, defender la libertad a pensar, defender la libertad a reflexionar sobre las mejores maneras de llevar a cabo una vida buena a nivel social y personal. Sin esta libertad para la reflexión, la cultura, el arte, la ciencia, la religión, etc., se convierten en recursos ideológicos al servicio de intereses injustos y hasta malvados. La batalla por la defensa de la filosofía no se libra, en primer lugar, con los funcionarios educativos por las etiquetas con las que quieren nombrar el trabajo que los maestros realizamos con los adolescentes y jóvenes; entre otras cosas porque, una vez que lo han decidido así, quienes estamos en el salón de clase no tenemos posibilidad de injerencia en esos círculos de toma de decisiones. Más que defender a la filosofía de ese prurito creativo de la burocracia, a los maestros de filosofía nos toca cuidarla, tratarla muy bien y cultivarla con denuedo cuando la enseñamos. ¿O acaso no ha sucedido ya muchas veces que, ganada la lucha para que los cursos de lógica, ética, historia de la filosofía, etc., tengan un lugar central en el currículo de formación, es maltratada, descuidada y hecha a un lado por la propia institución donde se imparte, y no pocas veces por los mismos profesores que impartimos las materias? Así, por ejemplo, ser un profesional de la filosofía no significa ser un profesional en la enseñanza de la filosofía. ¿No sería recomendable, para cultivar adecuadamente el espíritu filosófico de los jóvenes, que el profesor se ocupara deliberadamente de profesionalizar su labor de docente de filosofía de manera que, enfocado en atender los contenidos que deben ser aprendidos, atendiera también y sobre todo los métodos como esos contenidos pueden ser apropiados de mejor manera por los estudiantes? Más allá del nombre, los contenidos de los programa de filosofía no pueden ser negociados en su núcleo temático; pero tampoco debiera ser negociable, por responsabilidad moral y pedagógica, el modo de enseñar la filosofía a los jóvenes, dado que esos primeros contactos les marcarán en su ponderación de la importancia individual, social y política de la filosofía. En todo caso, en este asunto de los nombres, los contenidos, la pedagogía y la didáctica de la filosofía, hay que cuidar de conducirse con ese prurito apocalíptico de la época moderna que es la urgencia; como si el mundo estuviera a punto de terminarse y fuera la última oportunidad para hacer algo. Dado que lo urgente puede esperar —a menos que se trate de una emergencia—, la mirada debe escudriñar con detenimiento, entre tanta murmuración, para traer al primer plano lo verdaderamente importante.
Te queremos agradecer tus comentarios, si tienes algo más que agregar, sobre todo en una revista de divulgación de la ciencia…
Reiterar la invitación para que nos acompañen en el I Coloquio Internacional de Filosofía: Praxis y vida cotidiana. Y agradecer la oportunidad de este espacio.