DR. RUY PÉREZ TAMAYO

Escrito por Fernando Covián Mendoza y Roberto Carlos Martínez Trujillo

Hace diez 10 años, durante una entrevista aquí en la Universidad Michoacana usted comentaba sobre el desarrollo de la ciencia en México. Decía que, partiendo de cuando no había prácticamente nada, allá por los años cuarenta, a aquel momento se había dado un salto increíble y llegado a constituir una comunidad científica cuyo problema principal no era de calidad sino de cantidad. Esa apreciación…

Depende de la edad del opinante. Los que contamos con cierta edad al voltear hacia atrás y comparar debemos ser optimistas porque ha habido una gran transformación en el desarrollo de la ciencia. Han aparecido instituciones que antes no existían, como el CONACyT, ha habido reconocimiento de nombramientos de investigadores y hay ahora posibilidad de obtener apoyo financiero para proyectos de investigación, lo que antes no había, en fin…

El problema está en comparar nuestra situación como está ahora a cómo debería de estar. Los que ya somos mayores decimos: ¡sí, ha habido un gran avance!, mientras que los que están jóvenes dicen ¡pero si estamos en la olla!. “¡Deberíamos estar muchísimo más adelante!”. Las dos opiniones no solamente son ciertas sino que son necesarias y son válidas.

Y más nos vale, a quienes todavía podemos acordarnos de cómo eran las cosas hace 50 años, no decir ¡Ah, que bien estamos, aquí nos vamos a quedar! Al contrario, todavía estamos al principio de la carrera, pero ya estamos corriendo y hace 50 años no estábamos corriendo.

Además en aquella entrevista expresó optimismo porque la sociedad empezaba a darse cuenta de la importancia de la investigación científica y…

Desde luego que sí. Y esto en gran parte debido a la labor de divulgación científica, que tiene dos aspectos. Se puede divulgar el contenido de las ciencias: qué es lo que hace el matemático, el físico, el astrónomo, el biólogo, el ingeniero, los que están generando el conocimiento. Conviene que sea divulgado y lo más amplio posible los conocimientos que se están generando, aun cuando (en los receptores) haya la limitación de la preparación necesaria para entenderlos.

El otro aspecto se refiere a la manera como se hace la ciencia, a lo que se llama en general el método científico, que no es uno, sino depende del tipo de ciencia y lo que se está buscando. Esos dos aspectos, distintos y que conviene mantenerlos separados: el contenido de la ciencia y la metodología para obtener el conocimiento, pueden transformarse en una forma de vivir.

Cuando uno se relaciona con la realidad en función de ella misma y no de las supersticiones, de los mitos, de las tradiciones, de las supercherías que sirven como base para el seudo-conocimiento de la realidad de una gran parte de la sociedad, entonces es muy difícil entender a la ciencia.

Pero si uno sabe cómo se hace la ciencia, en qué consiste el método, cuándo conviene dudar de lo que uno piensa, cree y le han contado -sobre todo dudar de la “autoridad”-, y concederle la autoridad de la verdad a la realidad, entonces empieza uno a vivir de otra manera. Yo creo que el contenido es muy importante, pero es mucho más importante la manera, la metodología, la forma como uno se enfrenta a la realidad, porque eso le cambia su vida.

En aquella vez de nuestra conversación, que con otras nueve entrevistas a científicos visitantes fueron publicadas en el libro Presencia de El Colegio Nacional en la Universidad Michoacana de San Nicolás de Hidalgo, usted expresó otro sentir, decía que el país estaba en camino y llegaría a darse cuenta de que los científicos “somos una fuerza que puede aprovecharse”. ¿Cuál es la situación ahora?

Ha mejorado. Sobre esto hay dos síntomas. El primero es el número de personas de la comunidad científica que se han convertido a la divulgación científica. Hace diez años, cuando conversábamos sobre esto, éramos cuatro gatos, pero que maullábamos muy fuerte. Ahora la divulgación se ha transformado en una de las actividades que desarrollan los científicos mexicanos.

Antes no había esto. Ahora hay diplomados en divulgación científica, ya tenemos alumnos que están interesados en hacer una carrera de divulgación de la ciencia, y vienen de las filas de los estudiantes de ciencias, que se encuentran con que esto es una necesidad social y se dicen vamos a cumplir con ella. Ha aumentado la conciencia de la necesidad de la divulgación entre los científicos.

Otra cosa. Muchas de las publicaciones periódicas, diarias, semanales o mensuales que hay en México han empezado a albergar secciones de ciencia, como los casos de las revistas Nexos y Letras Libres entre otras que tienen siempre una sección científica, y algunos colegas publican periódicamente artículos de divulgación diciéndole al público no especializado como andan las cosas en distintos aspectos de la ciencia.

Si uno ve estos dos síntomas. Primero, como ha calado la conciencia de la necesidad de la divulgación científica entre los científicos y, segundo, como han emergido en publicaciones periódicas de diferente tipo secciones dedicadas a la ciencia, y nada más en diez años, pues creo que vamos bien.

Recuerdo que usted dijo que había tenido que “ponerse la cachucha de periodista” para hacer divulgación, pero que esta tarea corresponde también a los periodistas. En este sentido ¿cuál es la calidad de la divulgación de la ciencia que están realizando los periodistas?

Se puede percibir cierto grado de profesionalización en la divulgación científica. Cuando empezamos en esto éramos unos imberbes en periodismo y escribíamos como científicos. Ahora yo veo que algunos de mis colegas más jóvenes que trabajan en divulgación ya escriben un poco más como periodistas, y lo digo no en forma peyorativa sino admirativa, porque es una profesión tan digna como la de científico.

También es de aprender. Es como el tenis, como la equitación, hay que aprenderlos. Se puede aprender de distintas maneras: bien y mal. Yo noto cada vez con mayor precisión que la divulgación científica ahora se hace tomando en cuenta la capacidad de adquisición de la información por el público no técnico, y usando un lenguaje más accesible.

Me parece que es reflejo a nivel profesional del esfuerzo que se ha hecho para educar en divulgación científica a los científicos y a algunos periodistas también. Espero que esto vaya mejorando con el tiempo. Comparando lo se hacía hace diez años con lo que ocurre ahora, permite ser optimista al respecto.

En 2008 se publicó el libro de su autoría titulado La Estructura de la Ciencia, que corresponde a otra de de sus inquietudes: el estudio de la filosofía de la ciencia. ¿Y ahora, que está haciendo?

Sigo muy interesado en la filosofía de la ciencia y en la historia de la ciencia. De hecho, mi último libro se llama La Revolución Científica, que se refiere a ese episodio que -en el siglo XVIII-, los historiadores reconocieron como la transformación en el siglo XVII de la ciencia clásica en la ciencia moderna, cambio al que se le llama La revolución científica.

En el año 1500 se pensaba acerca de la realidad de una cierta manera, en el año 1700, en esos doscientos años, cambió radicalmente la manera de pensar sobre la realidad, sobre el mundo externo, sobre la naturaleza. Lo principal de lo que nos desprendimos fue de la superstición, dejamos de aceptar a la autoridad, sean textos, visionarios, etc., como la fuente de la verdad; y nos volcamos a reconocer en la realidad la fuente de la verdad.

Ese cambio, desde un punto de vista histórico ¿cómo ocurrió, quiénes fueron los sujetos que tuvieron la visión, qué trabajaron al respecto, qué transformaron? A esos revolucionarios los leí en algunos de sus textos, los que entendí en lo idiomas que entiendo, y leí las otras historias que se han escrito. Lo resumí en este librito que publicó el Fondo de Cultura Económica en su serie Breviarios. Me pregunté ¿qué transformó al mundo medieval en el mundo moderno? ¿Cuál fue esa fuerza? Traté de responder a esas preguntas en este librito. Sí, sigo interesado en la filosofía y en la historia de la ciencia.

En la actualidad estoy escribiendo un texto, digamos una memoria de mis discípulos. He tenido muchos alumnos en mi vida como profesor que ha sido larga. Pero algunos no solamente fueron mis alumnos, se hicieron mis discípulos y por fortuna, mis amigos. Estoy contando la historia de cada uno de ellos como la recuerdo. Se llama Evocación de mis Discípulos y espero terminarlo en los próximos años.

Durante muchos años usted ha venido y vuelto a visitar en numerosas ocasiones a la Universidad Michoacana, al igual que lo ha venido haciendo a otras universidades de la República. Primero aquí dentro de un programa denominado Presencia de El Colegio Nacional en la Universidad Michoacana y luego al través de la instauración del programa Cátedra de El Colegio Nacional. ¿Así, cómo ha sido en conjunto su relación con la universidad nicolaita?

Lo que pasa es que la membresía en El Colegio Nacional crea una responsabilidad. El lema de El Colegio es Libertad por el Saber y la función de sus miembros es la divulgación de la cultura, y como se trata de un organismo nacional, nuestra responsabilidad es participar en todo el país.

Aquí voy a ser muy concreto. Por dos personas. La primera vez que yo vine, fue acicateado por un miembro de El Colegio Nacional que acababa de venir a Michoacán y a su regreso nos platicó a sus amigos miembros de El Colegio de como le había ido. Y realmente le había ido muy bien. Fue Arcadio Poveda, astrónomo.

Él me dijo tales cosas de la recepción que había tenido aquí que yo a la primera oportunidad que tuve, vine acá, a cumplir con mis funciones de El Colegio, y me encontré con la maestra Alejandra Sapovalova quien entonces era la coordinadora de las actividades públicas de la Universidad Michoacana.

Ella me recibió y trató como ella trata a la gente, nos hicimos amigos para siempre, de ella y su familia y la mía, y quedé prendado de la Universidad Michoacana. Y desde entonces he venido por lo menos una vez al año… Hace más de 20 años de esto. La otra persona a la que conocí, cuando todavía no era Rectora sino Secretaria Académica de la Universidad Michoacana, fue la doctora Silvia Figueroa, con quien también empecé una relación amistosa personal con ella y su familia y la mía.

Y establecimos la Cátedra de El Colegio Nacional en la Universidad Michoacana Fue la primera Cátedra que estableció El Colegio en una universidad de provincia. Luego sucedió en otras universidades.

La Universidad Michoacana, por otra parte, ha tenido la generosidad de distinguir a algunos miembros de El Colegio Nacional, a mí inclusive, con doctorados (honoris causa). Y El Colegio Nacional le ofreció un reconocimiento formal a la rectora Silvia Figueroa por su relación, su apertura para El Colegio.

Así, la relación entre la Universidad Michoacana y El Colegio ha sido la más cercana, desde luego la más antigua respecto de con otras instituciones de educación superior en el país. Nosotros quisiéramos que siguiera de modelo para que se ampliaran las actividades de El Colegio Nacional y se lograra mejor cumplir con sus objetivos.

Aquí, en la Universidad Michoacana, creemos que no lo estamos haciendo tan mal, pero quisiéramos hacerlo mejor que en otras universidades e instituciones de educación superior. Esta vez regresé a la Facultad de Medicina a dar mi ciclo de tres conferencias y lo pienso seguir haciendo los próximos años.

¿Tuviera algo que agregar en el marco de lo que esta entrevista hubiera motivado en usted, para su difusión a través de la revista electrónica Saber más, órgano de divulgación de la Coordinación de la Investigación Científica de la Universidad Michoacana?

Tengo una cosa en mente, y no soy el único de los miembros de El Colegio. Cuando uno ingresa a esta institución le dicen que sus responsabilidades son asistir a la sesión mensual y dictar diez conferencias al año, cinco de las cuales deben ser en la sede de El Colegio, ubicada en el centro histórico de la ciudad de México, y las otras cinco en instituciones de educación superior.

Cuando se cumplen 65 años de edad, el miembro de El Colegio disminuye sus obligaciones a cinco conferencias por año, y al cumplir 70 años de edad se reducen a cero, a pesar de que el nombramiento es vitalicio. La única obligación que entonces le queda a uno es asistir, si quiere, a la sesión mensual.

Los miembros de El Colegio no estamos muy contentos con esta asignación de trabajo. Nos gustaría invadir los medios, no solamente dar conferencias. Invadir la televisión, invadir internet, el ciberespacio, la página impresa… Tratar de aumentar nuestra actividad, no podemos hacerlo…

La razón por la cual se fijó, cuando se fundó el Colegio Nacional, estas edades, de 65 y 70 años, fue porque la gente vivía entonces 60 años. Pero esto fue en 1943, ahora ya vivimos 20 años más. No hay ninguna razón por la cual se limiten las actividades, sobre todo cuando uno es un joven de 87 años, como yo ¿verdad?

Creo que nosotros debemos de rebasar estas obligaciones limitantes Somos 39 miembros, más de la mitad superamos los 80 años de edad y El Colegio sigue funcionando. Nos carcajeamos de aquello de que a los 70 años ya nada. Es más, los miembros más jóvenes, son los que hacen menos…je, je, no sé.

Creo que si nosotros logramos trascender el decreto original y aumentamos nuestro acceso a distintos medios, podemos empezar a cumplir mejor nuestras responsabilidades. Tenemos a un grupo dentro de El Colegio que piensa de esta manera. Estamos en pie de guerra…

Creo en que durante este y el próximo año, en que el Colegio Nacional cumple 75 años de haber sido fundado, vamos a poder anunciar un programa bastante más ambicioso, desde luego más amplio de actividades de sus miembros, dentro del lineamiento general de divulgación de la cultura por la Libertad por el Saber.

Que así sea. Muchas gracias, doctor.

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