Hablar de pandemias es sinónimo de emergencia sanitaria extrema a nivel global, a la par de pánico social. Sin embargo, el ser humano lleva conviviendo con agentes patógenos desde sus orígenes, de hecho, existen estudios que atribuyen la posible extinción del Neanderthal a patógenos y parásitos responsables de enfermedades infecciosas como el Herpes común, la tenia, la úlcera estomacal (Helicobacter pylori) o la tuberculosis, importados del Homo sapiens desde África a Eurasia en los orígenes del hombre moderno. El salto evolutivo entre ambas especies de homínidos convivientes en tiempo y espacio es factible, dada la cercanía antropogénica entre ambas. Se estima que entre 2 y 50 % de ADN de los humanos no africanos tiene origen Neanderthal, según investigaciones obtenidas de genomas y ADN de huesos antiguos.
Cronológicamente se han producido diversas pandemias a lo largo de la historia: las conocidas como plagas de Egipto en la Edad Antigua; la Peste Bubónica, más conocida como Muerte Negra en la Edad Media; el cólera en la primera mitad del siglo XIX; la gripe española, que inició en 1918 y terminó en 1920; y actualmente la de Covid-19. El caso de las plagas de Egipto —abordado desde una perspectiva científica—, tiene su origen en una proliferación de un tipo de algas rojas localizada en el río Nilo, lo que dio lugar a un fenómeno conocido como marea roja. Estas algas microscópicas contienen componentes tóxicos, pudiendo acumularse en ciertos crustáceos y envenenar así a cualquier animal que los consuma, incluyendo al hombre. Además, producen vapores que causan trastornos respiratorios. Posteriormente, y debido a esto, se observó un aumento drástico en la población de insectos en la zona, sobre todo de mosquitos que a su vez son portadores de enfermedades potencialmente mortales, como el paludismo o la malaria.
Ya en el medievo, la humanidad sufrió la más devastadora pandemia de la historia, la Peste Negra, que diezmó la población europea de un modo catastrófico y se extendió por más de un siglo (XIV-XV). En una sociedad cuyo sistema de pensamiento consistía en el adoctrinamiento religioso judeocristiano, la llegada de la peste fue asimilada como un castigo divino a la humanidad, la cual habría de perecer víctima de sus propios pecados. Asimismo, en un período donde la ciencia era rudimentaria, cualquier explicación posible a un fenómeno natural era atribuida a Dios o a la Divinidad. El agente patógeno causante de la Peste fue descrito hasta el s. XIX: la bacteria Yersinia pestis, que afecta a roedores y se transmite a humanos a través de la picadura de pulgas y otros ectoparásitos. Se trata de una patología de origen zoonótico cuyos primeros síntomas se manifiestan hasta los 16 a 23 días de evolución. Es una enfermedad de curso agudo cuyos síntomas son: fiebre alta, inflamación de ganglios (bubones o carbuncos) y escalofríos, pudiendo derivar en septicemia y cuadros neumónicos con una mortalidad de 96 %.
El tratamiento de la época consistía en cirugías simples para extirpar los bubones endurecidos y la aplicación de pomadas u orines y purgas. Además, purificaban el ambiente con la quema de incienso y hierbas aromáticas y utilizaban el azufre como anticontaminante aerobio. La única medida efectiva para la contención de la enfermedad supuso la quema de las ropas infectadas y de los cadáveres, ya que acababa con la contaminación aeróbica producida por el hedor de los cuerpos hacinados en putrefacción a la par que con las pulgas. De esta época surge el invento de las primeras mascarillas de la historia, fabricadas con piel de cabra y recubiertas en su interior de hierbas y aceites aromáticos para soportar el hedor, y así, el posible contagio. También surgió el concepto de cuarentena como medida de contención, ya que se comprobó que el curso de la enfermedad duraba aproximadamente cuarenta días, tras los cuales el enfermo se curaba o fallecía.
Ya en el siglo XIX se declaró una nueva pandemia, el Cólera, desarrollada por la bacteria Vibrio cholerae y considerada la segunda mayor pandemia de la historia después de la Peste. En esta pandemia surge el concepto de crisis sanitaria y cooperación internacional dada la magnitud de la catástrofe. Desde el punto de vista médico, el cólera es una enfermedad intestinal aguda que se manifiesta con vómitos y diarrea, evolucionando el cuadro a la rápida deshidratación del organismo. Su vía de transmisión es la ingesta de agua o alimentos contaminados con la bacteria del cólera.
En 1918, en plena I Guerra Mundial, se declara la Gripe Española. Su denominación se atribuye al hecho de que al ser España país neutral en la contienda, los periódicos de la época hablaban con mayor apertura de la desgracia. El agente patógeno causante de esta enfermedad es el virus de la influenza o AH1N1, cuyo linaje genómico está estrechamente emparentado con las más recientes gripes: porcina y aviar. El virus atacó principalmente a individuos jóvenes varones de entre 20 y 40 años; sin embargo, niños y ancianos presentaban una mayor respuesta inmune y enfermaban en porcentajes muy inferiores. Investigaciones epidemiológicas recientes sugieren que los individuos adultos jóvenes nacidos entre 1880 y 1900, habrían tenido exposición durante su infancia al virus circulante H3N8, el cual tiene proteínas de superficie diferentes a las proteínas antigénicas del virus de la influenza H1N1, mientras que los nacidos antes o después de esa franja de tiempo, mantenían una mejor protección al contar con inmunidad adquirida al haber estado expuestos a antígenos relacionados con H1N1.
¿Una pandemia cada 100 años?
En la actualidad, estamos viviendo inmersos en la era COVID-19, declarada pandemia por la Organización Mundial de la Salud (OMS) el 30 de enero de 2020. Es una enfermedad de curso agudo, no crónico, con período de incubación de 5 días y una duración de 14, aproximadamente. Los síntomas van desde leves, moderados, graves hasta muy graves, pudiendo ocasionar la muerte del paciente por insuficiencia respiratoria aguda y paro cardiopulmonar. Desde la declaración de pandemia se produjo una respuesta rápida y coordinada de los diferentes gobiernos a nivel global que optaron por un confinamiento domiciliario forzoso, además de medidas de prevención y contención. Desconocemos cómo afrontaremos la era post-Covid, ya que al día de hoy no contamos con un tratamiento específico y eficaz aprobado por la Agencia Mundial del Medicamento. Adicionalmente, muchos países tienen una infraestructura y capacidad hospitalaria limitada para responder a la crisis. Los esfuerzos por parte de los investigadores a nivel global, se han centrado tanto en descifrar la genética del virus como en el desarrollo de una vacuna efectiva y segura que posibilite una inmunidad de rebaño de al menos un 70 % de la población y que la proteja de los síntomas más grave de la enfermedad.
Uno de los trabajos más interesantes son los realizados por Manel Esteller y Aurora Pujol en 2020. En este estudio se identificaron modificaciones en la expresión de genes que no obedecen a una alteración de la secuencia del ADN y que son heredables (epigenética). Estos factores moleculares de tipología epigenética, influyen en la respuesta individual frente a la infección por COVID-19. En este estudio, se analizaron 407 muestras de sangre periférica de personas con PCR positiva a COVID-19, identificándose por medio de la huella genética 44 posiciones de metilación del genoma según la gravedad clínica de la enfermedad, todas estas presentes perimetralmente en 29 genes conocidos que intervienen en la respuesta del interferón. Como sabemos, la huella genética basa su estudio en el análisis de polimorfismos de longitud, tanto de locus único SLP como de multilocus MLP, a través de técnicas de PCR por microcapilaridad. Esteller y Pujol demostraron que las modificaciones estaban asociadas a una excesiva respuesta inflamatoria y reflejaban un peor estado de salud a nivel general. Este trabajo impacta de manera significativa en la salud a nivel poblacional, específicamente en personas afectadas por enfermedades autoinmunes y hematológicas.
Para concluir, una cosa hemos aprendido de las pandemias a lo largo del tiempo, es que la investigación biosanitaria es fundamental en la prevención, diagnóstico y tratamiento de cualquier patología sea cual sea su origen y su nivel epidemiológico, ya que en la mayoría de los casos la etiología más común suele ser un microorganismo aparentemente inocuo e inofensivo.
Para Saber Más:
Castro de Moura M., Davalos V., Planas-Serra L., Alvarez-Errico D., et al. (2021). «Epigenome-wide association study of COVID-19 severity with respiratory failure». EBioMedicine, 66:103339.
https://www.sciencedirect.com/science/article/pii/S2352396421001328
Coppola, L. (2020). «Una historia en los huesos: las pandemias en el camino del hombre». The Conversation.
https://theconversation.com/una-historia-en-los-huesos-las-pandemias-en-el-camino-del-hombre-139572
Salzberger B., Mohr A. y Hitzenbichler F. (2018). «Die Influenza 1918» [The Pandemic Influenza 1918]. Dtsch Med Wochenschr, 143(25):1858-1863.
https://pubmed.ncbi.nlm.nih.gov/30562823/
Swords C., «Epigenética: información más allá del código genético». Nebula Genomics [Blog]. https://nebula.org/blog/es/epigenetica/
Adela Rendón Ramírez, PhD. Doctora en Bioquímica. Directora del Diplomado en Química Forense, SOMEFODESC. Coordinadora de Ciencia, Innovación y Tecnología en la Red Global Mx, Capítulo España.
María Laura Martín Rincón, DSE en Patología. Universidad
Rey Juan Carlos URJC, Madrid, España.