Los científicos ateos u agnósticos estamos convencidos de que una vez que un organismo muere es el fin, no hay nada después de la muerte. Solamente estamos de acuerdo con que existe un reciclamiento o re-uso de las moléculas de las cuales estaba hecho el organismo cuando vivo. Los insectos y microorganismos descomponedores se encargan de esta tarea al reincorporar la materia orgánica de todos los seres que estuvieron vivos al suelo, para que pueda ser utilizada por las plantas y continúe el ciclo de la vida.
Por ello cuando una especie es declarada como extinta del planeta Tierra, hay un gran pesar entre la comunidad científica y los amantes de la naturaleza porque sabemos que esa desaparición no tiene retorno, es definitiva. Sin embargo, la declaración de una especie como extinta tiene que ver con conocer perfectamente la distribución original de la especie en cuestión, por lo que especies de zonas remotas pueden pasar desapercibidas y considerarse como extintas cuando en realidad no lo están.
Un episodio así acaba de suceder con una especie de insecto palo australiano, el Dryococelus australis perteneciente a la familia Phasmatidae. Los insectos palo son herbívoros, se alimentan de hojas de árboles y es difícil verlos porque son muy buenos con el camuflaje puesto que tienen una apariencia muy similar a las ramas nuevas de los árboles. Este insecto palo habitaba en la isla remota de Lord Howe a 600 km al este de Australia y era utilizado por los pescadores como carnada para la pesca. Sin embargo, a principios del siglo XX llegaron a la isla ratas en los barcos de los marinos ingleses y acabaron con todos los insectos palo en pocos años. Por ello, la especie D. australis se promulgó como extinta en el año 1920.
En épocas recientes, en 2001, un grupo de científicos liderados por David Pridell, encontraron un insecto palo muy similar en otra isla australiana la Pirámide de Ball que era desconocida para la ciencia hasta entonces, tenía características muy similares a D. australis, pero la coloración y la complexión eran diferentes, por ello no existía una certeza total de que fuese la misma especie. Para desenredar el asunto, Alexander Mikheyev y colaboradores se dieron a la tarea de secuenciar el genoma de los insectos palo del islote de la Prámide de Ball y realizar comparaciones con los insectos considerados extintos para investigar su parentesco. En el caso de los insectos de la isla Lord Howe, como ya no hay individuos vivos, se utilizaron ejemplares de museo y de la otra isla si se utilizaron tejidos de los individuos contemporáneos. Las investigaciones de Mikheyev y colaboradores publicadas recientemente en Current Biology* demostraron que sí son la misma especie puesto que su ADN tiene una similitud mayor al 99%. Con estos resultados la especie que había sido considerada como extinta renació, puesto que ahora se conoce que se encuentra vivita y coleando en al menos otra isla. Cabe mencionar que esto no quiere decir que la especie se encuentre totalmente fuera de peligro, porque la nueva población encontrada es muy pequeña, sin embargo es una especie viva.
Este descubrimiento pone de manifiesto la importancia de los ejemplares de plantas y animales conservadas en los museos de historia natural por todo el mundo. Estas colecciones tienen un tesoro genético que es fundamental resguardar.
Para saber más
Mikheyev et al. 2017. Museum Genomics Confirms that the Lord Howe Island Stick Insect Survived Extinction, Current Biology http://dx.doi.org/10.1016/j.cub.2017.08.058
Priddel et al. 2003. Rediscovery of the ‘‘extinct’’ Lord Howe Island stick-insect (Dryococelus australis (Montrouzier)) (Phasmatodea) and recommendations for its conservation. Biodivers. Conserv. 12, 1391–1403.
Yeates et al. 2016. Museums are biobanks: unlocking the genetic potential of the three billion specimens in the world’s biological collections. Curr. Opin. Insect Sci. 18, 83–88.