Imagen de Daniel Mena en Pixabay
Uno de los problemas que han captado nuestra atención en los últimos tiempos, es la manera en que un sujeto cognoscente humano se apropia de su entorno para adaptarse e interactuar en él. Semejante apropiación comienza prácticamente a partir del nacimiento, a partir del instante en que desarrolla acciones exploratorias (táctiles y visuales), todavía sin la intervención del discernimiento, que irán construyendo sistemas físico-neurológicos que lo dotarán de las facultades para la verificación de las actividades más variadas y sofisticadas.
El cuerpo es un transductor de información que implica circuitos aferentes y eferentes. Una perspectiva semiótica permite postular que la información que procesa nuestro organismo, alcanza su máximo grado de concreción en la significación. Es mediante la significación que introyecta estados del mundo para poder expresarlos ulteriormente y, más aún, estar en posibilidad de modificarlos. Para lograr esto, debe desarrollar una serie de procesos sumamente complejos en cuya descripción, nuestra área disciplinar, de acuerdo con lo dicho, puede hacer aportaciones importantes.
La conformación física de los humanos funciona como un intrincado transformador de información: cualquier estímulo proveniente del exterior sigue un largo recorrido a través de distintas vías hasta convertirse en un percepto y, consecuentemente, adquirir el rango de un fenómeno mental. Esto nos lleva a hablar, junto con John Searle, de un pluralismo de propiedades (2000, p. 190), y a tomar con prudencia la identificación absoluta que se intenta establecer entre los estados mentales y los cerebrales (2000, p. 128). Se trata de niveles diferentes de las actividades orgánicas.
La primera fase de la adaptación puede ubicarse en la misma conformación física de los homínidos que antecedieron a nuestra especie. A la falta de propiedades orgánicas que permitían a otros linajes acomodarse rápidamente a su medio (como pelo, garras, colmillos, fuerza, agilidad, alas, olfato, vista agudos, etc.), nuestros antepasados se vieron en la obligación de satisfacer artificialmente la dotación de capacidades que la naturaleza no les había proporcionado, y emprendieron el uso de objetos a modo de extensiones corporales.
Imagen de Pete Linforth en Pixabay
Ante la carencia de garras, utilizaron piedras y palos para defenderse de otros seres o bien para atacar o cazar; sin cuellos largos o brazos y piernas lo suficientemente fuertes para alcanzar frutos de los árboles, se valieron de varas. En un inicio, esos objetos no fueron transformados morfológicamente, bastó con que se les asociara una finalidad y se utilizara de acuerdo con el propósito asignado. En este punto es conveniente traer nuevamente a colación palabras de Searle: «Los seres humanos, junto con algunas otras especies, tienen la capacidad de imponer funciones a los objetos, donde la imposición de la función crea un fenómeno relativo-a-la-intencionalidad, la función» (2014, p. 90). Para Searle, el propósito intenta satisfacer una necesidad y viene de una intencionalidad del sujeto que usa el objeto, por lo tanto, debe considerarse un fenómeno mental.
Hay que resaltar que en la cita se encuentra una afirmación que nos sugiere un itinerario para entender el origen de la cultura: la observación de los comportamientos de linajes diferentes. Efectivamente, se ha visto que otras especies tienen la facultad de atribuir funciones a los objetos y que, a partir de este hecho, un ser se interrelaciona de modos particulares con ellos, e inclusive con sus semejantes. Al quedar instituida la función, se genera un conocimiento, que en estas circunstancias tendrá un carácter práctico. Casos llamativos son, por ejemplo, el de chimpancés que utilizan ramas o lianas cuya morfología debe ser adecuada para extraer hormigas de sus nidos, el de las nutrias marinas que mediante piedras puestas en su vientre rompen caracoles, o el de los buitres egipcios que arrojan piedras para romper los huevos de avestruz (Sabater, 1992, pp. 56-60; Cernuda, 2005). En todos los casos hay selecciones de acuerdo con la forma del objeto, puesto que su manipulación debe estar en concordancia con el propósito atribuido.
Es factible pensar que esta clase de comportamientos hayan resultado trascendentales en la gestación de la humanidad, pues constituyen un comienzo de la transformación de la naturaleza y de la gran expansión del universo simbólico que, después de millones de años en la evolución, se convertiría en el fenotipo ontogénico de la especie. Umberto Eco plantea este argumento a manera de hipótesis, y atribuye a la utilización y a la fabricación de instrumentos de uso por parte de un australopiteco, el inicio del camino hacia esa dimensión simbólica (1974, pp. 23-25; 1977, pp. 44-47). Si bien las conductas instrumentales citadas no pueden ser consideradas una cultura propiamente dicha, sí puede hablarse ya de comportamientos culturales que —insistimos— pueden considerarse como una de las simientes de donde emergerá nuestra forma de vida.
En otros linajes, comportamientos de esta clase tienen un desarrollo limitado, pues en la gran mayoría de las ocasiones su finalidad es satisfacer necesidades básicas. Por el contrario, en los humanos son prácticamente ilimitados: nuestro accionar cotidiano actual se vale de una multiplicidad de prótesis que se enfocan en la solución de necesidades artificialmente creadas (por decirlo de alguna manera), como el divertimento a través de los videojuegos, el uso excesivo de celulares y de computadoras… Y algo más que es digno de destacarse, lo constituye la utilización de algunos de esos objetos más allá de sus funciones primarias, por ejemplo, en muchas ocasiones se adquiere un teléfono celular de última generación para mostrar una posición social elevada o para «estar a la moda», aun cuando las ventajas con respecto al modelo anterior sean mínimas.
www.freepik.com/free-vector/mental-health-awarness-concept_7770897.htm#query=semiolog%
C3%ADa&position=12&from_view=search&track=ais
La mención de la diferencia anterior no se hace sobre el eje superioridad / inferioridad, que nos llevaría a una postura antropocéntrica. No es necesario ser un gran observador para, vistos los efectos devastadores que nuestra especie ha provocado en el entorno, rechazar nuestra supuesta superioridad.
Pero, ¿por qué desde el punto de vista de nuestra disciplina es tan importante la fabricación de objetos de uso en el establecimiento y en el desarrollo de la cultura? Por la razón de que al otorgarle una función a un objeto, el ser que lo hace establece una relación codicial, es decir, una regla que permite una correlación entre un plano de la expresión y un plano del contenido, en otras palabras, el objeto es dotado de un significado, lo que hace posible una atención selectiva por parte de un sujeto. Si aplicamos los comportamientos culturales de otras especies al origen de la humanidad, cobra mayor fuerza el argumento de Eco citado líneas antes, y contribuye a precisar que la significación precede al lenguaje. A esto hay que agregar los procesos de desenvolvimiento de los bebés en su circunstancia, que acceden a una dimensión simbólica en el instante en que atribuyen y reconocen funciones en los objetos, hecho que los pone en capacidad para expandir sus horizontes semánticos.
Es así que podemos afirmar que un percepto se concreta con el advenimiento de la significación. No obstante, a la contribución que la semiótica tendría en el estudio de las funciones cerebrales, no encontramos referencias bibliográficas sobre nuestra disciplina en los textos de neurociencias, aun cuando se alude a cuestiones semánticas en relación con la mente.
De esta manera, conjuntamente con el esfuerzo de varios colegas, pretendemos fortalecer los vínculos entre varias disciplinas para llegar a acercamientos más integrales en la comprensión del acontecer humano en todas sus dimensiones.
Para Saber Más:
Cernuda O. (2005). Los gorilas salvajes también usan herramientas. Elmundo.es. Ciencia/ecología. https://www.elmundo.es/elmundo/2005/09/29/ciencia/1128006198.html
Gonzalez Vidal J.C. y Morales Campos A. (2018). Por una concepción semioantropobiológica de la cultura. AdVersuS: Revista de Semiótica, 25(35), 70-96. http://www.adversus.org/indice/nro-35/articulos/XV3504.pdf
Searle J. (2000). El misterio de la conciencia, Paidós https://revistasenlinea.saber.ucab.edu.ve/index.php/logoi/article/download/583/577
Juan Carlos González-Vidal. Facultad de Letras, Universidad Michoacana de San Nicolás de Hidalgo. Morelia, Michoacán.
Esta dirección de correo electrónico está siendo protegida contra los robots de spam. Necesita tener JavaScript habilitado para poder verlo.