Quizás te resulte difícil imaginar que muchas de las personas que actualmente estamos leyendo este artículo estaríamos muertas o próximas a morir, claro si hubiésemos vivido en tiempos antiguos. Por ejemplo, la expectativa de vida en la Grecia Antigua era alrededor de los 20 años (1200 a. e. c. - 126 a. e. c.), durante el Imperio romano era de 22-25 años (26 a. e. c - 426 d. e. c.) o un poco más de los 35 años en la época medieval en la Gran Bretaña (500 d. e. c - 1500 d. e. c.). La baja expectativa en la supervivencia en aquellos tiempos puede ser explicada en gran parte por las hambrunas, alta mortalidad al nacer o en la infancia, guerras, plagas y terribles epidemias o pandemias, eventos habituales en esas épocas. El impacto de estos factores causaba una alta mortalidad en las poblaciones, generando la baja expectativa de vida.
El cambio dramático en el aumento de la supervivencia se experimentó durante el siglo XIX, principalmente en los países occidentales, debido a diversos factores socioeconómicos y a las mejoras en los sistemas de salud por mencionar algunos. Esto ha dado como resultado que en la época actual la supervivencia ronde en promedio los 72 años a nivel mundial, siendo incluso mayor en países avanzados. Japón es uno de los países con la mayor sobrevida con 84 años, en cambio en México la esperanza de vida es de 74 años. De acuerdo a los avances en las ciencias médicas, se predice que la supervivencia seguirá subiendo a nivel mundial, aunque este aumento será más modesto en las próximas décadas, respecto al pasado siglo. Queda claro que mucho tiempo antes, una infección grave llevaba a la muerte, pero ahora con los avances médicos y nuestro estilo de vida, la gran mayoría sobrevivimos, aunque los responsables de estas infecciones dejan a veces una huella profunda en nuestro organismo.
Infecciones en nuestra vida
Las infecciones en los seres humanos —tema de este artículo— son causadas por una amplia diversidad de microorganismos como los hongos, ciertos parásitos, bacterias, así como por las partículas virales. Aunque cualquier infección tiene cierto potencial de conducir a la muerte, algunas de ellas pueden ser detenidas. Es decir, hay infecciones que se curan sin la necesidad de alguna intervención médica, tal es el caso de infecciones por hongos en la piel (tiñas), en donde una apropiada higiene puede controlar exitosamente dichas infecciones, así como por la defensa que proporcione nuestro organismo ante ellas.
Sin embargo, existen otros tipos de infecciones que requieren una adecuada y oportuna intervención médica para controlarlas, ya que son causadas por diversos microorganismos patógenos en las cuales si no se ejecuta un adecuado manejo médico el paciente puede morir. Un ejemplo es el caso de la meningitis (infecciones del sistema nervioso central).
Recientemente se ha logrado descifrar y controlar prácticamente cualquier infección mediante diversos enfoques, como son el uso de estrategias de salud pública (agua potable y drenaje), la aplicación de vacunas para evitar o erradicar enfermedades causadas por bacterias o virus (ej., sarampión, tosferina, tétanos, poliomielitis, entre otras), y un amplio arsenal de antibióticos, antivirales y fármacos, así como el uso de equipos de ayuda de soporte vital como hemodializadores, para el control de cardiopatías y respiradores, entre otros. Esto ha permitido vencer con gran éxito muchas infecciones que sin estos recursos serían mortales como es el caso del SIDA causado por el virus de inmunodeficiencia humana (VIH).
Este virus y el causante de la poliomielitis, son ejemplos de agentes infecciosos que pueden causar la muerte o tienen la capacidad de generar secuelas para toda la vida. Es totalmente evidente el cambio físico de aquellas personas que han padecido la poliomielitis, debido a que este virus ataca las células del sistema nervioso central, propagándose en las neuronas motoras de la médula espinal lo que genera una parálisis temporal o permanente. Es decir, una infección desarrolla cambios en ciertos pacientes a nivel orgánico de manera crónica, generando una enfermedad de larga duración, la asociación de la afectación a nivel crónico de la poliomielitis es fácil de ver; sin embargo, otras infecciones conducen a otro tipo de afectaciones que no son fáciles de asociar.
Relación de infecciones con enfermedades crónicas
Quizás el aporte científico más impactante que asoció de forma directa una infección con enfermedades crónicas, fue la que generaron los doctores australianos Barry Marshall y Robin Warren, quienes describieron de una manera elegante y convincente que una simple bacteria llamada Helicobacter pylori, tiene el potencial de generar cáncer gástrico. Otro ejemplo está representado por el virus del papiloma humano, descubierto por el investigador alemán Harald zur Hausen, quien identificó este virus como un contribuidor del cáncer cervical. Con estas investigaciones, al menos este tipo de infecciones están asociadas con la generación de ciertos tipos de cáncer.
Estos investigadores recibieron el Premio Nobel de Medicina en el año de 2005 y 2008 respectivamente, por su contribución científica a la humanidad, que abrió toda una serie de teorías acerca de la asociación de diversos agentes infecciosos con enfermedades crónicas, no solo cáncer, sino también enfermedades neurológicas como el Parkinson, Alzheimer o endocrinas como la diabetes.
¿Qué sucede en los humanos y seguramente en muchos otros animales?
La respuesta está en explicar cómo un agente infeccioso, además de ser responsable de una infección en nuestro organismo, es el causante de generar una enfermedad a largo plazo (crónica) y posiblemente mortal.
Los agentes infecciosos utilizan diversos factores de virulencia y entendamos esta como cualquier recurso del agente infeccioso para causar daño al huésped, es decir, a nosotros. Estos factores de virulencia han evolucionado a la par de los mecanismos de defensa del huésped, como el fabuloso sistema inmune, con el que se desarrolla una verdadera guerra a nivel molecular entre los microorganismos y nuestro organismo.
Algunos mecanismos de virulencia son relativamente simples pero eficientes para el microorganismo, como es la secreción de moléculas para atrapar nutrientes (como el hierro), presentes en los tejidos del huésped que resultan ser esenciales para el crecimiento exitoso del agente infeccioso. Pero, otros mecanismos de virulencia involucran la generación de toda una maquinaria sofisticada para regular y controlar procesos fundamentales de las células del huésped y que estas hagan lo que necesita el agente infeccioso. Un ejemplo, es precisamente el que utiliza el virus del papiloma humano (VPH), que produce unas moléculas de naturaleza proteica, denominadas proteínas virales, encargadas de destruir a los reguladores clave del crecimiento celular del huésped. En pocas palabras, este virus controla la destrucción de estos reguladores que conlleva a una proliferación descontrolada de las células, dando como resultado la generación del cáncer cérvico uterino.
Infecciones que dejan huella
Estos dos mecanismos mencionados, describen la alteración de las funciones de las células de nuestro organismo u otro huésped, pero hay que tener presente que, para causar daño de manera crónica, no es necesario la presencia permanente del agente infeccioso. La evidencia científica también apunta a que ciertos agentes infecciosos dejan una huella permanente en nuestros genomas (material genético que heredamos) que puede afectar las funciones celulares a pesar de que el agente infeccioso haya sido eliminado del huésped. Algunas de estas alteraciones en nuestros genomas son conocidas como cambios epigenéticos, que no involucran una mutación de nuestro material genético.
Por ejemplo, recordemos nuevamente a Helicobacter pylori, que puede generar cambios en el material genético a través de la adición de un grupo metilo (metilación), que modifica la estructura de ciertos nucleótidos en la secuencia de ADN de un gen regulador clave de la inflamación, que queda permanentemente activado y genera inflamación crónica en los tejidos de la mucosa gástrica, este proceso persiste aunque la bacteria haya sido eliminada con antibióticos. Esto es un claro ejemplo de epigenética y la relación clara entre un agente infeccioso y enfermedades crónicas que cursan con inflamación.
Las enfermedades crónicas, como las antes mencionadas, son las más comunes y costosas en su tratamiento en los países avanzados como en los Estados Unidos de Norteamérica, las cuales generan hasta siete de cada diez muertes. De estas, las enfermedades cardiovasculares y el cáncer generan más del 50 % de las muertes, por lo tanto, existe una creciente necesidad de entender la relación entre los procesos infecciosos y las enfermedades crónicas para poder controlarlas.
¿Qué ocurre con el virus SARS-CoV-2?
Sabemos ahora que el virus denominado SARS-CoV-2 —responsable de la enfermedad COVID-19 y que recordaremos como una de las pandemias de millones de muertes de este siglo— deja secuelas, es decir, huellas que, aunque se desconocen en su totalidad, se ha reconocido que persisten alteraciones en diferentes órganos de algunos de los que la padecieron y que por fortuna sobrevivieron. Se reportan afecciones en el cerebro, riñones y corazón, con afecciones cardiovasculares y posible afectación neurológica, entre otras, a largo plazo. Esto significa que, aunque el virus ya no esté presente en nuestro organismo, existe el potencial de que su presencia deje huellas que se vayan a reflejar en un futuro.
Si sobrevivimos a un agente infeccioso grave como algunos de los mencionados, con seguridad dejarán huellas. Por eso, el estudio fisiopatológico (proceso de daño) de las infecciones en nuestro organismo, no debe limitarse al evento activo de la infección que involucraría la presencia del patógeno, sino también a su asociación con otros eventos que culminen en ciertas enfermedades crónicas degenerativas.
Para Saber Más:
Fernández-Cruz-Pérez E. y Rodríguez-Sainz C. (2013). «Inmunología de la poliomielitis: vacunas, problemas para la prevención/erradicación e intervenciones de futuro». Revista Española de Salud Pública, 87(5), 443-454. http://scielo.isciii.es/pdf/resp/v87n5/03_colaboracion_especial2.pdf
Omran A.R. (2005). «The epidemiologic transition: a theory of the epidemiology of population change. 1971». The Milbank Quarterly, 83(4), 731-757. https://www.ncbi.nlm.nih.gov/pmc/articles/PMC2690264/
Romo Domínguez K.J., Saucedo Rodríguez E.G., Hinojosa Maya S., Mercado Rodríguez J.Y., Uc Rosaldo J.E., Ochoa García E., Madrid Mejías W., Olmedo Jiménez A., Razo Rodríguez R. del, García Colín, E.R., Velázquez Serratos J.R.,… Padilla Benítez T. (2020). «Manifestaciones clínicas de la COVID-19». Rev. Latin. Infect. Pediatr., 33(s1): s10-s32. https://www.medigraphic.com/pdfs/infectologia/lip-2020/lips201c.pdf
Viridiana Alejandre Castañeda. Estudiante del Programa de Doctorado en Ciencias en Biología Experimental, Instituto de Investigaciones Químico Biológicas de la Universidad Michoacana de San Nicolás de Hidalgo.
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Víctor Meza Carmen. Profesor e Investigador del Instituto de Investigaciones Químico Biológicas de la Universidad Michoacana de San Nicolás de Hidalgo.
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