Frente al espejo: La vejez en México

Escrito por Alma Cossette Guadarrama Muñoz y Ruth Gutiérrez Serdán

Cuando a nuestra mente viene la idea de una persona mayor, resulta inevitable pensar en los abuelos, aquella mujer o aquel hombre que con ternura nos consintieron de niños. Ellos son el primer contacto con otra época, otras costumbres, con palabras domingueras que parecen demasiado alejadas e incomprensibles, pero enriquecidas por la experiencia. Durante la infancia, no se piensa en que se llegará a una edad tan avanzada que nos convertirá en adultos mayores. Con el paso del tiempo, el recuerdo de aquellos viejitos de piel arrugada y sonrisa permanente pareciera desaparecer; no obstante, un buen día al mirarnos de repente al espejo nos damos cuenta que nuestra piel también se ha empezado a arrugar, que nuestro léxico ha cambiado, que simplemente hemos crecido.

Ante la incertidumbre del futuro —particularmente en los días de pandemia que hemos vivido— se construyen preguntas: ¿Cómo seré?, ¿qué haré?, ¿dónde estaré?, pero sobre todo, ¿en qué condiciones llegaré a la vejez? Solo entonces el sentimiento de preocupación invade por momentos nuestra existencia, hasta que nos vemos reflejados en el otro y nos preguntamos: ¿Y si yo fuera una persona de la tercera edad?

 

La vejez en México

Un día de compras en el supermercado nos damos cuenta que el «cerillito», quien nos ayuda a empacar lo que compramos, antes era un niño y ahora ha sido sustituido por una persona adulta mayor. Imaginamos que se debe a la protección que se da a la infancia, o bien por el grado de responsabilidad de estos últimos; sin embargo, la causa es otra, radica en la necesidad que tiene ese adulto mayor de trabajar al no contar con los medios suficientes para su subsistencia.

Pero, ¿sabías que el número de adultos mayores está creciendo? Veamos algunas cifras. La Organización Mundial de la Salud (OMS) estima un aumento significativo de seiscientos cinco millones a dos mil millones para el 2050 de adultos mayores. En México, de acuerdo con las estadísticas del Instituto Nacional de Estadística y Geografía (INEGI), para el año 2017 residían doce millones, de los cuales el 53.9 % eran mujeres y 46.1 % hombres, con una tasa de participación económica de 33.9 %. Por edad, esta tasa es 3.5 veces mayor en la población de 60 a 64 años, es decir, representa el 49.6 % en relación con la que tiene 75 y más años, equivalente al 14.3 %. Dentro de la población económicamente activa, los adultos mayores que trabajan de manera subordinada y remunerada representan el 37.8 %, de los cuales, el 60.8 % no tiene acceso a instituciones de salud; el 61.8 % labora sin tener un contrato escrito y el 47.7 % no cuenta con prestaciones.

Los números resultan alarmantes por dos razones. Primero, porque demuestran la realidad, la población mexicana está envejeciendo, es decir, en los próximos años habrá más personas en edad avanzada que niños y jóvenes; y segundo, porque revelan que quienes se encuentran en la tercera etapa de la vida, presentan un alto grado de indefensión derivado de la falta de atención gubernamental traducida en programas de apoyo suficientes que permitan tener garantizada una vida saludable y activa, así como retirarse de las filas de la actividad laboral.

 

La vulnerabilidad del adulto mayor

A lo largo de la historia, los adultos mayores han sido considerados como personas sabias, objeto de veneración y respeto por sus conocimientos y experiencia. En el imaginario de la sociedad mexicana esto no ha sido la excepción. Los padres educan a sus hijos a querer y respetar a las personas mayores, empezando por los abuelos quienes enriquecen la vida de sus nietos con enseñanzas y frases que se recuerdan a lo largo de sus vidas como: «Quien no oye consejo, no llega a viejo».

No obstante, factores como la globalización, la evolución de las sociedades, la rapidez con la que se vive actualmente y el consumismo, entre otros, han llevado a la pérdida de valores y a priorizar lo material sobre lo humano, lo que ha producido consecuencias negativas en la convivencia y valorización del otro, en particular de los adultos mayores.

Los efectos son visibles con las cifras de la Encuesta Nacional sobre Discriminación realizada en 2017 por el Consejo Nacional para Prevenir la Discriminación, en la que se evidencia la percepción de los mexicanos en relación con el respeto a los derechos de los adultos mayores. Por ejemplo, del total de población encuestada, el 57 % consideró que se respetan poco o nada los derechos de los adultos mayores, en relación con el 43 % que piensa que se respetan mucho o algo.

Los porcentajes mencionados se confirman con la percepción de los propios adultos mayores, en donde el 16.1 % se ha sentido discriminado en la calle, transporte público, trabajo, casa y seno familiar; el 24.8 % sufrió un incidente de negación de derechos en relación con la atención médica o medicamentos, en las oficinas de gobierno y en los programas sociales; y el 61.1 % declaró haber sufrido un episodio de discriminación en los últimos cinco años. La información ratifica no solo la existencia de discriminación, sino el grado de vulnerabilidad para este sector de la sociedad.

 

¿Por qué preocuparnos?

Porque en el futuro próximo formaremos parte de los colectivos de adultos mayores, y como ellos hoy, nosotros mañana no tendremos asegurada una condición de vida digna y decorosa. Quizás el pensamiento sea: pero tengo trabajo y tendré una pensión, existen normas y programas de gobierno que proporcionan ayuda, tendré apoyo de mi familia porque así es la familia mexicana. Pero desafortunadamente, eso es parte de un imaginario social construido con base en las tradiciones mexicanas, las cuales se han modificado por factores que ya se han mencionado.

La realidad se observa con las estadísticas del INEGI, las cuales indican que en el país un millón setecientos mil individuos de 60 años o más, viven solos; de estos, 60 % son mujeres y 40 % son hombres. Su estructura por edad indica que 43.1 % tiene entre 60 y 69 años, mientras que el 36.4 % tiene entre 70 y 79 años. Si a ello se suma la cifra de adultos mayores que considera que sus derechos se respetan poco o nada, esto es el 44.9 %, entonces la realidad sobre la condición de vulnerabilidad de las personas adultas mayores se ratifica.

 

¿Por qué ocuparnos?

La presencia del virus SARS-COV-2 en el mundo, causante de la enfermedad COVID-19, obligó al gobierno mexicano a implementar mecanismos preventivos a fin de contener la enfermedad; empero, al mismo tiempo mostró la preocupación del Estado por proteger a grupos vulnerables, entre los cuales están las personas adultas mayores, quienes por diversas razones —como la edad y la existencia previa de ciertas patologías— eran las más indefensas ante el COVID-19.

No obstante, el paso del tiempo y la propagación del virus mostraron que la atención de las autoridades y de la sociedad mexicana no estaba en los adultos mayores, quienes no eran una prioridad; ello se reveló con el primer borrador de la Guía de Bioética de Asignación de Recursos de Medicina Crítica, cuyo propósito es guiar la toma de decisiones cuando existe una emergencia de salud pública. La polémica se gestó con el sistema para asignar los recursos de medicina crítica, basado en dos principios: salvar la mayor cantidad de vidas y salvar la mayor cantidad de años de vida. Es decir, que pacientes más jóvenes debían ser preferidos sobre pacientes de mayor edad, lo que se traduce en una clara trasgresión a los principios de igualdad y no discriminación. Afortunadamente, el error fue corregido a tiempo, al cambiar el mecanismo de asignación.

A pesar de ello, el problema sigue latente porque la invisibilidad de los adultos mayores sigue siendo la premisa mayor ante un gobierno que solo en el discurso los toma en cuenta, una ley y una política pública totalmente ausentes en la protección de derechos humanos como la salud, y una sociedad indiferente, como si la juventud fuera eterna.

 

Lo que se puede hacer

La participación ciudadana en asuntos de carácter político y social se torna en una herramienta fundamental para alcanzar cambios fehacientes en estos rubros. Solo una sociedad civil organizada y participativa en asuntos públicos, sensible y consciente de las problemáticas sociales que aquejan en particular a los grupos vulnerables, como los adultos mayores, puede transformar la actual situación de indefensión de este sector. No se debe olvidar que quienes forman la sociedad civil son precisamente los ciudadanos, quienes organizados pueden empujar las agendas políticas para alcanzar un bienestar social generalizado.

Por ejemplo, en materia de instrumentos internacionales de carácter obligatorio, solo existe un documento denominado Convención Interamericana sobre la Protección de los Derechos Humanos de las Personas Mayores, cuyo objetivo es garantizar los derechos de los adultos mayores en específico. En el caso de México, es una asignatura pendiente porque, a la fecha, no ha sido firmado ni ratificado, por tanto, no puede ser invocado como mecanismo de protección ante los órganos internacionales de existir transgresiones a los derechos humanos de los adultos mayores, como el derecho a la salud en tiempos del COVID-19. Así, debe entrar en escena la sociedad civil organizada, al demandar al gobierno mexicano la firma de dicha convención en beneficio del grupo en cuestión, y del propio, pensando que se llegará a esa edad.

El lograr vivir más años significa un reto para el gobierno porque se crean compromisos en diversos campos, como en el económico por la demanda de bienes y servicios, de política pública con el diseño de programas que permitan insertar al adulto mayor en actividades remuneradas, y jurídicos por el reconocimiento de derechos específicos. En consecuencia, es necesario plantear, como integrantes de la sociedad civil, una estrategia que otorgue respuesta eficaz a las necesidades de los adultos mayores, al asegurar la observancia de sus derechos por parte del Estado, en el entendido que su vulneración debilita la justificación de la existencia y el contenido del sistema jurídico.

Educar y concientizar a la sociedad mexicana respecto del valor que representa un adulto mayor, y lo que puede aportar con su experiencia, es crucial. La lección que debe ser aprendida, a raíz de la aparición del virus SAR-CoV2, estriba en valorar a la persona no por su edad, sino por hecho de ser un ser humano, lección que debe ser asimilada por todos.

Para Saber Más:

CEPAL/OIT (2018). Coyuntura Laboral en América Latina y el Caribe. La Inserción Laboral de las Personas Mayores: Necesidades y Opciones. https://www.cepal.org/es/publicaciones/43603-coyuntura-laboral-america-latina-caribe-la-insercion-laboral-personas-mayores

 

Davobe, M. (2015). Los Derechos Humanos de las Personas Mayores en la Nueva Convención Americana y sus Implicaciones Bioéticas. Revista Latinoamericana de Bioética, 16(1), 38-59. http://www.scielo.org.co/pdf/rlb/v16n1/v16n1a03.pdf

 

SEGOB/SEDESOL/INAPAM. (2010). Por una Cultura del Envejecimiento. http://www.inapam.gob.mx/work/models/INAPAM/Resource/Documentos_Inicio/Cultura_del_Envejecimiento.pdf

 

 

Alma Cossette Guadarrama Muñoz. Doctora en Derecho de la Universidad la Salle, México.

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Ruth Gutiérrez Serdán. Maestra Especialista en Hematología en el Centro Oncológico Estatal, ISSEMYM, Estado de México.

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