Supongo que no sorprendo a nadie si digo que la visión de una noche obscura y densamente estrellada ha ejercido una gran fascinación sobre la humanidad. El caso es que la sola idea de poder llegar a las estrellas tiene un efecto poderoso en el imaginario de las personas, y este efecto ha dado un valiosísimo apoyo a los programas espaciales de los países que los tienen.
En el 2019 se conmemoró el cincuenta aniversario de la llegada del hombre a la Luna, para mí, y probablemente para otros que como yo no habían nacido entonces, no deja de ser una gesta épica e histórica. Tal vez aquí cabe aplicar (a la humanidad), aquello de que «Está bien, fue a la Luna, pero…
¿Qué ha hecho la humanidad desde entonces?»
Desde hace cincuenta años, la humanidad ha llenado de satélites la órbita terrestre, ha lanzado las estaciones espaciales «MIR» e «Internacional», ha enviado distintas sondas espaciales que han «sobrevolado» todos los planetas del sistema solar, incluyendo a Plutón (concédanme que es planeta). En 2019, un aparato chino (Chang’e-4) se posó sobre el lado obscuro de la luna y desplegó un vehículo explorador no tripulado. La exploración a Venus ha motivado varias decenas de misiones no tripuladas, lo que ha dejado claro que es un planeta con una atmósfera muy caliente y muy hostil para el ser humano. Aún más misiones han sido enviadas al planeta rojo, Marte, mostrando sin margen de duda, que es un planeta desértico y muy frío.
Planeando la terraformación
Pero, ¿por qué quiere el ser humano ir a otros planetas? Además de la fascinación de la que ya hablamos, y de que los programas espaciales son un gran ejercicio de inventiva que impulsa el desarrollo técnico en muchas áreas del conocimiento, existe una opinión difundida entre personas con distintos perfiles, acerca de que la exploración del espacio exterior es estratégica para la supervivencia de la especie humana a largo plazo. Esta opinión fue expresada claramente por el teórico ruso Konstantin Tsiolkovsky (1857-1935) en su famosa frase: «la Tierra es la cuna de la humanidad, pero la humanidad no puede estar siempre en la cuna». Lo anterior implica que no basta con mandar sondas a otros planetas, o incluso visitarlos, sino que habría que establecer colonias permanentes en ellos, y en el mejor de los casos, «terraformarlos».
¿Qué es la terraformación?
Es un concepto sacado de la ciencia ficción, pero que se ha vuelto un área de investigación interdisciplinaria muy válida, y trabajada activamente por pocos científicos. La terraformación es la modificación de las condiciones de un planeta extra-terrestre de tal forma que sea capaz de albergar ecosistemas terrestres, por tanto, estaría concluida cuando el ser humano pudiera vivir en el planeta terraformado, sin necesidad de un equipo de soporte vital como lo es un traje espacial. Por supuesto, esto no se trata de todo o nada, muy bien podemos imaginar planetas parcialmente terraformados.
Si bien, la idea es colonizar los planetas de otras estrellas, sería muy razonable empezar (para ganar experiencia), con los planetas más próximos del sistema solar y con mejores condiciones para ser terraformados, como Venus y Marte.
Venus es un planeta de un tamaño muy parecido al de la tierra, con una gravedad solo 10 % menor a la nuestra; sin embargo, su atmósfera está casi completamente formada por bióxido de carbono (CO2) que es un gas de efecto invernadero, es decir, que atrapa gran cantidad de calor del sol, el cual está sensiblemente más cerca de Venus que de la Tierra, lo que lo ha convertido en un planeta de temperaturas que rondan los 950 °C, sin agua líquida y solo con restos de vapor en la atmósfera. Otro problema, es que la atmósfera es tremendamente densa y ejerce una presión casi cien veces mayor a la que ejerce la nuestra, en este sentido, la gran mayoría de los organismos terrestres serían aplastados bajo el peso de la atmósfera venusina. Ambos problemas parecen irresolubles con la tecnología con la que contamos actualmente, o con la que contaremos en las próximas décadas.
Marte es un planeta relativamente pequeño con la mitad del diámetro de la tierra, y menos del 40 % de la gravedad terrestre. La temperatura en general es mucho más baja que en los polos terrestres (algo así como -60 °C), pero en el ecuador marciano a medio día de verano, puede alcanzar los 20 °C. La atmósfera también es casi puro bióxido de carbono (CO2), pero es muy tenue (menos del 1 % de la atmósfera terrestre) y no aplastaría a las formas de vida terrestres; no obstante, la baja presión también es un problema. A Marte han llegado los vehículos todoterreno Sojourner (1997), Spirit y Opportunity (2004) y Curiosiyt (2012), además del laboratorio espacial Phoenix (2008) y se ha explorado directamente la superficie marciana. Se sabe que existe agua congelada en los polos, aunque no es mucha. La mayor parte del hielo es seco y el CO2 congelado. ¡Ah! y no existe capa de ozono, así que los rayos ultravioleta (UV) del sol llegan hasta la superficie del planeta a todo lo que dan. Pero, echando un vistazo general, no parece tan mal.
¿Manos a la obra?
Si se busca que Marte pueda sustentar ecosistemas terrestres, habría que llevar los organismos para «ensamblar» las comunidades biológicas que formarían estos ecosistemas, pero esto claramente requiere de un proceso.
Si asumiéramos que las dificultades técnicas para enviar misiones no tripuladas a Marte ya han sido resueltas, un segundo paso sería encontrar la zona más favorable: lo más templada posible, a baja altitud y cerca de fuentes de agua subterránea o proveniente de deshielo, y con esas condiciones empezar a trabajar en nuestros laboratorios en la tierra seleccionando, o incluso, modificando por ingeniería genética a los microorganismos que pudieran adaptarse a vivir «en el mejor sitio de Marte». Ese es el paso en el que nos encontramos ahora.
Los primeros pobladores de Marte tendrían que ser microorganismos por ser los más resistentes. Distintos grupos de investigación han recuperado bacterias de desiertos terrestres y han probado que algunas de ellas son capaces de soportar, al menos por un tiempo, las radiaciones de luz ultravioleta, el frío inclemente y la desecación que se encontraría en Marte, parece además que podrían adaptarse bien a la mezcla de minerales que componen la superficie marciana (regolitos). Dentro de estas bacterias, las más prometedoras son las que realizan fotosíntesis y producen oxígeno. La esperanza es que estas bacterias, con el paso del tiempo, podrían ir aumentando la cantidad de oxígeno en la atmósfera marciana como lo hicieron en la terrestre hace miles de millones de años.
¿Y la baja presión?, ¿y el frío? Junto con las bacterias fotosintetizadoras, habría que enviar otras que liberaran CO2 al respirar, ya que este gas de efecto invernadero, ayudaría a calentar la atmósfera, pero desde luego eso no bastaría. Necesitaríamos calentar Marte por otros medios, ya que si se calienta lo suficiente se derretiría el CO2 congelado en los polos marcianos, liberándolo como gas a la atmósfera, lo que aumentaría la presión atmosférica y capturaría más calor del sol.
Parece un buen plan, pero aún no tenemos la capacidad técnica para calentar Marte (se han propuesto reflectores solares en la órbita marciana) y más importante, se calcula que podría no existir suficiente CO2 para que todo esto funcione. Si el plan siguiera, un próximo paso sería ir llevando especies vegetales cada vez más avanzadas, y cuando hubiera suficiente oxígeno en la atmósfera, llevar animales poco exigentes, luego vertebrados y luego al hombre. Tal vez esto nunca pueda realizarse así, pero no nos desanimemos, hay alternativas.
La primera y más sencilla es no empezar con un enfoque planetario, sino construir colonias resguardadas bajo domos, que utilizarían los recursos de Marte para ir creciendo. Otro enfoque que solo podemos imaginar por ahora, por falta de tecnología, es estrellar en Marte cometas compuestos de agua. Los impactos en sí podrían elevar la temperatura y el agua liberada se vaporizaría, el vapor de agua también es un gas de efecto invernadero. ¿Un sueño?, por ahora sí.
Entonces, a cincuenta y un años de la llegada
del hombre a la luna, ¿cómo vamos hacia la
terraformación de Marte? ¡Todavía nos falta!
Martín-Reina D. (2017). «La humanidad rumbo a Marte». ¿Cómo ves? Revista de divulgación de ciencias de la UNAM, 227: 8-13.
http://www.comoves.unam.mx/numeros/articulo/227/la-humanidad-rumbo-a-Marte
Quintero D. (2018). «La terraformación de otros mundos: una breve exposición con especial énfasis en los aspectos climáticos». 2018:289-299.
http://www.divulgameteo.es/fotos/meteoroteca/Terraformaci%C3%B3n.pdf
Eduardo Valencia Cantero, Profesor e Investigador del Instituto de investigaciones Químico Biológicas de la Universidad Michoacana de San Nicolás de Hidalgo.
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