Andrés del Río e Immanuel Kant en México

Escrito por José Alfredo Uribe Salas

Las preguntas que se hacen y el interés que manifiestan los científicos por desentrañar el origen y evolución de los fenómenos sociales, como la generación y circulación del conocimiento o los procesos de apropiación (socialización del conocimiento) en condiciones extremas o distintas a la matriz cultural de origen, guarda para las distintas disciplinas del saber y sus practicantes un significado ontológico y epistemológico de gran profundidad.

Por ejemplo, ¿Quién? ¿Cómo? ¿Cuándo? son preguntas que en repetidas ocasiones se han planteado filósofos e historiadores para aclarar el dilema de la introducción del pensamiento de Immanuel Kant a México.[1] El filósofo alemán nació y murió en Kónigsberg, Prusia (1724-1804); se consideró a sí mismo un ilustrado de su época, pero nunca estuvo en el llamado Nuevo Mundo, y quizá tampoco tuvo noticias del descubrimiento del “Eritronio” (elemento 23 de la Tabla periódica) en 1802 por el naturalista Andrés del Río, pues muere el 12 de febrero de 1804. Casi dos siglos después, en 2001, Ursula Esser retomó el asunto nuevamente y formuló tres preguntas: “¿Desde cuándo los mexicanos tenemos noticias de la filosofía de Kant? ¿Quién trajo el primer libro sobre Kant a México? ¿De dónde procede el primer ejemplar de filosofía kantiana que llegó a territorio mexicano?”.[2]

La primera referencia de Kant en México la dio Juan Hernández Luna en 1944, al encontrar una nota publicada por el naturalista Andrés del Río en el periódico Siglo XIX, de fecha 5 de enero de 1843, en la que hace referencia a “un grueso tomito en octavo de la Lógica y metafísica de Kant” que había prestado a un padre de nombre Farnasio que se dirigía “a Durango a enseñar lógica y metafísica”. Hernández Luna publicó entonces la noticia en un breve artículo que tituló: “Don Andrés del Río y el primer libro de filosofía kantiana que hubo en México”.[3] El artículo ha dado origen a varias interpretaciones, pero todos los que se han ocupado posteriormente de estudiar la introducción de la filosofía de Kant en México aceptan la nota fechada en 1843 como la primera noticia que se tiene de Kant, y desde luego, que su introductor fue el mineralogista Andrés del Río, quién reclamaba hace ya un siglo y medio el “tomito” como de su pertenencia.

Luego entonces, a la pregunta de ¿quién trajo el primer libro sobre Kant a México?, la respuesta que se tiene hasta ahora es que fue Andrés del Río, un naturalista español que llegó a Nueva España en 1794, contratado por el gobierno de su país para impartir la cátedra de Mineralogía en el recién establecido Real Seminario de Minería; formar funcionarios mineros calificados en las artes de los metales; impulsar la investigación sobre los recursos mineros y minerales; y promover en los reales de minas del virreinato innovaciones tecnológicas, que asegurasen la buena marcha de las explotaciones mineras y las finanzas del reino.

Previamente, entre 1782 y 1794, Del Río había viajado por varios paises europeos y estudiado las ciencias naturales en prestigiadas instituciones como la Real Academia de Minas de Almadén, España (1782-1783); l´Ecole Royale des Mines, Francia (1785-1786); Collège de France, Francia (1786); Bergakademie de Freiberg, Alemania (1787-1789); Real Academia de Minas y Bosques, Hungría (1790); Laboratorio del Arsenal, Francia (1793-1794), entre otras.

Lector de las grandes obras del pensamiento de su tiempo, que leía en latín, francés, alemán e inglés, asumió el pensamiento racionalista en una clara ruptura con el razonamiento escolástico. En su estancia de estudios en la Bergakademie de Freiberg o Academia de Minas de Freiberg, fundada en 1767, a donde concurrió entre 1787-1789, seguramente conoció la obra de Immanuel Kant, cuya trayectoria académica era ya prominente. Para 1787, año del arribo de Andrés del Río a Prusia, Kant había publicado obras tan importantes como la Crítica de la razón pura, los Prolegómenos a toda metafísica del porvenir, la Crítica de la razón práctica y la Fundamentación de la metafísica de las costumbres, que eran objeto de acaloradas discusiones entre los estudiantes y los naturalistas prusianos, entre los que ya se encontraba Del Río.

Por ello, es presumible que la obra a que alude Del Río en su nota inserta en el periódico Siglo XIX: Lógica y metafísica de Kant, la haya adquirido en los años anteriores a su partida a España o durante su estancia en la península ibérica cuando concurrió como diputado a las Cortes en Cádiz entre 1820 y 1821, y no en Estados Unidos durante su estancia de 1829 a 1835, como se ha dicho repetidamente. Esta consideración tiene su sustento en la publicación de una larga carta crítica que Andrés del Río dirigió entre 1819 y 1820 al Abate René Just Haüy (1743-1822), su antiguo mentor en cristalografía, refutando su manera de proceder en el análisis y clasificación de las sustancias minerales cristalográficas. Por el alto contenido científico de lo expuesto tanto para las ciencias naturales como para la mineralogía de la época, Del Río lo entregó para su publicación en 1820 a El Seminario Político y Literario de la ciudad de México. Sus editores lo dieron a conocer en dos entregas: la primera el 20 de diciembre de 1820 y la segunda el 10 de enero 10 de 1821.

Lo que no sabemos es si Del Río escribió la carta antes de su partida a España, o si esta fue escrita ya estando en funciones legislativas en las Cortes de Cádiz. Lo cierto es que su interés por publicar la carta en un periódico mexicano, y no en una revista especializada europea, dice mucho sobre la decisión que tomaría de regresar ya no a la Nueva España, sino a un nuevo país, autónomo e independiente de su metrópoli. En la “Carta dirigida al señor Abate Haüy, canónogo honorario de la Santa Iglesia de París, de la Legión de Honor y del Instituto, profesor de minerañlogía, etc., etc.”, Andrés del Río hace una fundamentada alusión a Kant y a sus argumentos filosóficos, al decirle al Abate Haüy:

Yo bien sé con Kant, y estoy convencido de que en estas ciencias no hay más que la parte matemática que sea verdaderamente científica.[4]

Por lo tanto, ahora sabemos que la obra de Immanuel Kant no era una rareza en la biblioteca de Andrés del Río, y si en cambio un insumo filosófico cotidiano en las tareas docentes y de investigación que llevó a cabo primero en el Real Seminario de Minería y después en la Escuela de Minería, hasta su muerte acaecida en 1849 en la ciudad de México.

No hay que olvidar que la recepción de las concepciones filosóficas, cualesquiera que éstas sean, pasa por el quehacer específico de los hombres de ciencia, y que toda recepción de ideas, sistemas y métodos se traduce en un diálogo con las preocupaciones específicas de quien las implementa. No existe copia o pasividad, sino diálogo en la búsqueda por descifrar los misterios de la naturaleza y de la vida, a los que en este caso estaba abocado Del Río. Para él, el conocimiento de distintas concepciones filosóficas, entre ellas la kantiana, alimentaba su espíritu y ensanchaba las posibilidades de observación de hechos, fenómenos y objetos físicos que eran todavía desconocidos por la comunidad científica internacional. Esa fue su profesión como naturalista ilustrado: hoy reconocido como botánico, paleontólogo, químico, mineralogista y geólogo. En consecuencia, la expresión de Ursula Esser: “ni siquiera se trata de un filósofo, sino de un ingeniero metalúrgico”,[5] es poco afortunada.

La nota publicada por Andrés del Río en 1843, para recuperar la Lógica y metafísica de Kant, dice textualmente:

A un eclesiástico italiano llamado el padre Farnasio, que iba a Durango a enseñar lógica y metafísica, según me dijo, le presté, con promesa religiosa de devolvérmelo, un grueso tomito en octavo de la Lógica y metafísica de Kant, por un discípulo suyo en alemán. Con la muerte del padre se ha extraviado; y como a nadie le sirve, pues no basta saber alemán, sino que es menester también dominar la filosofía de Kant, suplico encarecidamente al que lo tenga, que me lo devuelva, y a los señores editores de Durango que lo publiquen en su periódico. Daré hasta veinte pesos de gratificación”.[6]

Por lo que allí asienta el autor de las líneas, en México existían pocos hablantes de la lengua alemana, pero aun cuando alguien supiese el idioma, dice Del Río, “a nadie le sirve”, y remataba de manera contundente, “no basta saber alemán, sino que es menester también dominar la filosofía de Kant”.[7]

También ahora se sabe que el “tomito” contenía dos libros independientes que Andrés del Río había mandado encuadernar en un sólo tomo, y que éstos eran ediciones de dos discípulos de Emmanuel Kant. El primero: Immanuel Kants Logik, ein Hanbuch zu Vorlesungen de Gottlieb Benjamin Faesche, (Doctor y profesor Extraordinario de Filosofía de la Universidad de Kögnisberg y Miembro de la Sociedad Científica de Francfort del Oder) publicado en 1800 en Königsberg,[8] que recogía las notas de los cursos académicos que Kant impartiera en la Universidad de Kögnisberg; y el segundo: Kants Vorlesungen uber Metaphysik de Karl Heinrich Ludwig Pölitz (1772-1838) publicado en Erfurt en 1821.[9]

Aquí vale decir también que Andrés del Río no era hombre de ciencia que leyera de segunda mano, pues todos sus alegatos como mineralogista y geólogo los realizó a partir del análisis escrupuloso de los tratados en el idioma original.[10] Por ello es posible sugerir que Del Río tenía en su biblioteca obras fundamentales de Kant, y que al padre Farnasio sólo le prestó las editadas por sus discípulos Faesche y Pölitz; pero esto quizá nunca lo sabremos. Lo que ahora queda claro es que Andrés del Río era un profundo conocedor de la filosofía kantiana: del entendimiento y la razón, de la experiencia y los límites del conocimiento, de la moral y la ética, del Derecho y del Estado. Como ilustrado y naturalista científico consideraba que para el cultivo de las diversas disciplinas de la Historia Natural era menester también dominar la filosofía de Kant.

En el año 2010 Dulce María Granja Castro escribió “Kant en el México del siglo XIX: la recepción e influencia de su filosofía”, en la que repite lo dicho por Juan Hernández Luna y por Ursula Esser.[11] Ahora lo que resta por hacer es estudiar el pensamiento de Andrés del Río a tras luz de su producción científica, más de 50 escritos entre libros, ensayos, artículos y notas técnicas publicados en cuatro idiomas: inglés, francés, alemán y español, para apreciar la recepción de la filosofía de Kant en México.

Dr. José Alfredo Uribe Salas, investigador de la Facultad de Historia de la Universidad Michaocana de San Nicolás de Hidalgo.

____________________________________

[1] Immanuel Kant (1724-1804) es la figura central en la filosofía moderna. Kant sintetizó el racionalismo y el empirismo moderno temprano, que establece las condiciones suficientes para gran parte de la filosofía del siglo XIX y XX. Su influencia se extiende a la actualidad en la metafísica, la epistemología, la ética, la filosofía política, la estética y otros campos. La idea fundamental de la "filosofía crítica" de Kant [Crítica de la razón pura (1781, 1787); Crítica de la razón práctica (1788); y Crítica de la facultad de juzgar (1790)], es la autonomía humana. Para este filósofo, el entendimiento humano es la fuente de las leyes generales de la naturaleza que estructura toda experiencia humana, y que en la razón humana se da la ley moral, la libertad y la inmortalidad.

[2] Ursula Esser, “Intercambio cultural de México y Alemania”, en León Enrique Bieber (coordinador), Las relaciones germano-mexicanas: desde el aporte de los hermanos Humboldt hasta el presente, México, El Colegio de México, Servicio Alemán de Intercambio Académico, UNAM, 2001, p. 276.

[3] Juan Hernández Luna, “Don Andrés del Río y el primer libro de filosofía kantiana que hubo en México”, en Filosofía y Letras, núm. 15, julio-septiembre, 1944, p. 14.

[4] Andrés del Río, “Mineralogía. Carta dirigida al señor Abate Hauy, canónogo honorario de la Santa Iglesia de París, de la Legión de Honor y del Instituto, profesor de minerañlogía, etc., etc., por D. Andrés del Río, de la Sociedad Económica de Lipsia, y de otras extranjeras, corresponsal de la Academia Médica Matritense, etc”. El Seminario Político y Literario, tomo II, núm. 83, pp. 173-182 (diciembre 20 de 1820) y pp. 246-257, (enero 10 de 1821), México, p. 255.

[5] Ursula Esser, op.cit, p. 276.

[6] El Siglo XIX, México, 5 de enero de1843.

[7] Subrayado mío.

[8] “Lógica de Immanuel Kant. Un Manual de Lecciones (Edición original de G. B. Jasche)”, en Immanuel Kant, Lógica, Acompañada de una selección de reflexiones del Delegado de Kant, Madrid, Akal, 2000, pp. 69-76.

[9] Ursula Esser, op.cit, p. 276; Dulce María Granja Castro, “Kant en el México del siglo XIX: la recepción e influencia de su filosofía”, en Signos Históricos, núm. 23, enero-junio, 2010, p. 24.

[10] Véase sus dos obras de mayor importancia: Elementos de Orictognosia o del conocimiento de los fósiles, dispuestos según los principios de A.G.Werner, para el uso del real Seminario de Minería de México, México, impreso por M.J.de Zúñiga y Ontiveros, 1795; Manual de Geología extractada de la Lethaea geognostica de Bronn con animales y vegetales perdidos o que ya no existen, mas característicos de cada roca, y con algunas aplicaciones a los criaderos de esta Republica para uso del Colegio Nacional de Minería, México, Imp. I. Cumplido, 1841.

[11] Dulce María Granja Castro, op.cit., pp. 8-61.

{jcomments on}