La obesidad y el sobrepeso se definen como un almacenamiento excesivo de grasa que puede ser dañino para la salud, ya que son detonantes para el desarrollo de enfermedades cardiovasculares, diabetes mellitus y cáncer.
En pequeñas cantidades, la grasa es muy útil como fuente de energía almacenada, y sirve también para el almacenamiento y absorción de algunas vitaminas; no obstante, su exceso puede ocasionar serios problemas. La obesidad se extiende a un paso alarmante, no solo en países que han tenido un crecimiento rápido, sino también en aquellos que apenas están en desarrollo. Según las cifras más recientes de la Organización Mundial de la Salud (OMS), México ocupa el primer lugar en el mundo en obesidad infantil y el segundo en obesidad adulta.
Las emociones y la obesidad
Pocas enfermedades son tan visibles ante los demás como la obesidad, ya que exponen a las personas que la padecen a presentar con más frecuencia sensación de culpa, vergüenza y pena, así como la posibilidad de ser objeto de burla por parte de los demás. No existe una sola causa para la obesidad, ya que involucran muchas situaciones tanto internas, es decir, de nuestro propio cuerpo, como externas a él.
Claro que la obesidad es el fruto de malos hábitos alimenticios y poca actividad física, pero ¿Qué tanto influyen las emociones en ganar peso o en impedir la bajar de esos kilos de más? Sin duda, mucho.
Las emociones pueden controlar nuestra ingesta de alimentos, y al revés, nuestra ingesta afectará nuestro estado de ánimo. Así pues, existen algunas personas que están tristes y comen para tener una sensación de bienestar y de esta manera sentirse protegidos “de un mundo que parece amenazante”, y están aquellas que comen para calmar su ansiedad o nerviosismo. De esta forma, nuestras emociones y pensamientos, tanto positivos como negativos, tienen un papel importante en este gran problema de salud que es la obesidad.
La depresión y el apetito
La tristeza o melancolía son parte de nuestra vida diaria. Es normal que después de un mal día uno se sienta derrotado o infeliz, pero cuando esta sensación va más allá afectando las actividades diarias, entonces se le llama depresión, que incluye un elemento importantísimo: la necesidad de atacarnos y de hacernos daño a nosotros mismos.
El efecto de la depresión en el apetito depende de persona a persona, puede que disminuya el hambre, o puede que incremente, de tal manera que la única manera de encontrar consuelo o sensación de bienestar momentánea, es comiendo más y más, convirtiendo esto en conductas peligrosas para la salud.
Subir de peso debido a la tristeza es una realidad, pero ¿Por qué?
El primer placer que tenemos en la vida es comer. Cuando te alimentas de tu mamá a los pocos minutos de vida, sientes calor y protección. Desde ese momento y durante toda la vida, la alimentación representará ese apego. De igual manera cuando una persona empieza a tener conciencia de sí misma, empieza a relacionar la comida con situaciones positivas: si sacaste una buena nota en la escuela, te premian con un helado; si hay una cita importante con un ser amado, amerita una excelente cena; y para un buen logro, hay que festejar con una gran fiesta ¿No?
Pero también, cuando alguien nos hiere o perdemos a una persona que amábamos, nos sentimos tan lastimados que comemos como una manera de recobrar aquel recuerdo inconsciente de protección total, nos sentimos tan vulnerables que nuestra mente busca una regresión a través de la comida, a esos días en los que absolutamente nada ni nadie podía hacernos daño.
El estrés y la obesidad
El estrés que es el mal de hoy en día, se produce ante la presencia de alguna situación o pensamiento que ocasione una tensión física o emocional, que se puede manifestar como nerviosismo, inseguridad, miedos, temblores, palpitaciones y hasta mareos.
Un poco de estrés siempre es bueno ya que nos mantiene alertas o nos ayuda a resolver situaciones, pero cuando afecta nuestras actividades diarias o no nos deja realizarlas, es donde tenemos que prestar atención porque podemos estar frente a un problema grave.
Entonces, ¿Por qué el estrés se relaciona con la obesidad? Nuestra primera respuesta es que ante la necesidad de relajar tensiones y buscar esa sensación de alivio y bienestar, el estrés nos provoca más hambre y por esa misma razón una persona estresada come más.
Una segunda respuesta, está relacionada con tener más antojo de comer alimentos ricos en calorías cuando estamos estresados, debido a la liberación de hidrocortisona, una hormona que incrementa el almacenamiento de grasa en el abdomen. También participan otras hormonas como el cortisol, la adrenalina y la noradrenalina, que tienen la función de estimular a nuestro cuerpo para comer más, sobre todo alimentos hipercalóricos para continuar realizando nuestras actividades.
Por otro lado, además de estar con estrés por nuestro estilo de vida, también lo padecemos por no organizar el tiempo de descanso y de dormir, lo que lleva a la liberación de estas hormonas, que disminuyen la sensación de saciedad y por consiguiente, aumentan las ganas de consumir alimentos con muchas calorías.
Nuestro cuerpo entiende que bajo situaciones de estrés necesita más combustible, y al mismo tiempo, se prepara para situaciones peores, por lo tanto el estrés favorece a incrementar el exceso de grasa corporal.
¿Cómo evitar que estas emociones me lleven a la obesidad?
Si la causa de la obesidad es producto de diversos factores, el tratamiento tiene que abarcar todos los aspectos involucrados. En este sentido, se requiere un tratamiento integral, que involucre la participación de nutriólogos, psicólogos y psiquiatras, quienes darán tratamientos con el propósito de que las personas obesas logren hacer cambios a su estilo de vida y hábitos alimenticios.
El éxito final no solo es que la persona pierda peso, sino educarla y que tenga un desarrollo continuo en una mejor calidad de vida, donde el alimentarse sanamente, ejercitarse, aceptar su cuerpo tal y como es, así como aprender a resolver las situaciones emocionales que nos llevan a conductas destructivas, sean parte de su rutina diaria. Hay que recordar siempre la inmemorable frase:
“cuerpo sano en mente sana”.
Bravo Del Toro A., Espinosa-Rodríguez T., Mancilla-Arroyo L., y Tello-Recillas M. (2011). Rasgos de personalidad en pacientes con obesidad. Enseñanza e Investigación en Psicología, 16(1):115-118.
https://www.redalyc.org/pdf/292/29215963010.pdf
Jarne A. y Talarn A. (1997). Manual de psicopatología clínica (Cap. V. Trastornos de alimentación). Barcelona, Herder Editorial, pp. 139-188.
https://www.academia.edu/34801838/Manual_de_Psicopatologia_Clinica_Jarne_y_Talarn
Seijas-Buschiazzo D. y Feuchtmann-Saez C. (1997). Obesidad: factores psiquiátricos y psicológicos. Boletín de la Escuela de Medicina, 16(1):1-6.
https://arsmedica.cl/index.php/MED/article/view/1211/1049
Yeslie Salud Rodríguez Herrejón, Estudiante del Programa de Maestría en Ciencias de la Salud de la Facultad de Ciencias Médicas y Biológicas “Dr. Ignacio Chávez” de la Universidad Michoacana de San Nicolás de Hidalgo.
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