Imaginemos por un momento a un grupo de los primeros humanos intentando conseguir alimento en una llanura del centro de África. Ante la diversidad de opciones como fuente de alimento, el grupo tiene que ser capaz de distinguir entre la planta que puede comer y la que hace daño. Lo mismo para consumir algún animal cazado, el grupo o los individuos con mayor conocimiento dentro de éste (la matriarca, el anciano jefe o chamán) saben distinguir entre el animal ponzoñoso que no se puede consumir y aquél que constituye un buen alimento. En un nivel de conocimiento más refinado, el grupo no solo distingue entre la planta que hace daño o cual no, sino también qué partes de la planta (frutos, tallos, raíces) son las comestibles y cuales no. Y todavía más, eventualmente tuvieron que saber en qué época del año y en qué lugar crecían las mejores plantas para alimentar al grupo; o de que forma se tenían que preparar para que fueran comestibles. Conforme el ser humano empezó a usar plantas y animales no solo para comer, sino también para confeccionarse ropa y construir, fue capaz de formar grupos de animales y plantas.
Durante su desarrollo cultural, el ser humano ha realizado clasificaciones o categorizaciones de los objetos que le rodean, con fines utilitarios o no. Ya sea para la resolución de un problema de la vida diaria (comer, vestirse, guarecerse), con fines religiosos o por mera inquietud reflexiva y de conocimiento, en todas las culturas ancestrales se construyeron grupos de animales, plantas y minerales. Durante este proceso de clasificación los grupos humanos fueron asignándole nombres a cada una de las plantas o de los animales con los que tenían contacto. Evidentemente, una misma planta podía tener dos o más nombres de acuerdo al grupo social que la estuviera describiendo.
Puede decirse que la clasificación moderna de los organismos empieza a mediados de siglo XVIII gracias al naturalista sueco Carlos Linneo. Además de proponer un sistema de clasificación, Linneo establece las bases para asignar nombres a cada una de las especies de plantas y animales, es decir, establece las bases de la nomenclatura binomial. Dicho sistema consiste en una serie de reglas para asignar los nombres científicos a cada una de las especies. Lo único que destacaremos aquí es que desde Linneo, para nombrar a una especie se utilizan dos términos en latín, en los que el primero se escribe iniciando con mayúscula y denota al género, y el segundo se escribe con minúscula y denota a la especie. Aunque existen excepciones y en algunos casos se emplean más palabras, la mayor parte de los nombres científicos siguen está regla. Por ejemplo, el nombre científico del gato es Felis catus, mientras que el del perro es Canis lupus familiaris. Este sistema de nomenclatura proveyó de un criterio unificado para asignar nombres a todas las especies animales y vegetales, de tal forma que se evitaran confusiones sobre el organismo del que se estaba hablando, independientemente de la región o época histórica. Visto así, poner nombres a las especies parece una tarea relativamente fácil, pero no lo es.
El primer problema para los biólogos empieza cuando hay que ponerse de acuerdo en los criterios que se van a usar para distinguir si dos organismos son o no una misma especie. No es un problema menor, ya que si un científico dice que el organismo A y el organismo B son la misma especie, entonces ambos recibirán el mismo nombre. Obviamente, si otro científico dice que esos dos organismos con especies distintas, entonces recibirán nombres distintos. Y no es solo una cuestión de nomenclatura. En el fondo, los dos científicos pueden estar contrastando puntos de vista evolutivos, ecológicos y aún de uso sobre grupos de organismos al considerarlos o no una misma especie.
El concepto de especie en Biología ha sido motivo de intenso debate a lo largo de muchos años, y se ha ido modificando conforme se mejoran las herramientas para el estudio de la vida y se realizan hallazgos que crean conflicto con el conocimiento establecido en cada época. En un inicio, la distinción entre especies fue totalmente morfológica, es decir estaba basada en las características externas de los distintos organismos, las cuales eran visibles al ojo humano. Este criterio para empezar a clasificar y evaluar la diversidad de la vida funcionó bien durante un tiempo, pero después se hicieron evidentes algunas debilidades que implicaban el uso de las características morfológicas. Un ejemplo que puede ayudarnos a entender dichas complicaciones es el perro, mascota común de la que el ser humano disfruta su compañía desde tiempos ancestrales. Hagamos el ejercicio de imaginar que no sabemos que todas las razas de perros son una misma especie, como ya dijimos, Canis lupus familiaris. Si uno ve a un perro chihuahua y después ve a un ovejero o un gran danés y compara su tamaño, sus orejas, su dentadura o características de su pelaje como color, largo y textura, encontraremos diferencias notorias que podrían llevarnos a concluir que los organismos que estamos comparando son especies distintas. Como el perro, existe una gran variedad de animales y vegetales en las que fueron evidentes las complicaciones surgidas de la identificación de especies basada en características morfológicas. Para superar esto, los zoólogos propusieron un nuevo concepto para ayudar a la identificación de especies el cual reconocía que si un organismo X podía aparearse o cruzarse con un organismo Y generando descendencia, que a la vez era capaz de aparearse nuevamente y volver a generar progenie, entonces ambos organismos pertenecen a la misma especie. A este criterio para delimitar especies se le denominó el concepto biológico de especie. En general, este concepto se adaptó bien para animales y plantas, aunque no ha estado exento de casos controversiales.
Sin embargo, la gran mayoría de la vida en la Tierra está representada por organismos microscópicos, no visibles al ojo humano, los cuales sólo pudieron ser estudiados con la aparición del microscopio en el siglo XVII. Este universo microscópico es taxonómicamente diverso, ya que contiene tanto los organismos celulares más simples, las eubacterias y las arqueobacterias, como a una gran variedad de organismos eucariotes relacionados con los animales y con las plantas, así como a los hongos. La identificación de especies en el mundo microscópico empleando las características morfológicas es imposible en la mayoría de los casos, ya que no existen suficientes características para realizar una buena separación entre grupos. Tampoco se pueden definir las especies mediante el criterio biológico creado por los zoólogos, ya que en una gran variedad de microorganismos no se conoce, o no es necesaria la cruza o el apareamiento entre dos individuos de sexo opuesto para generar descendencia fértil.
Con el surgimiento de las herramientas para analizar el material genético de los organismos, se pudieron realizar comparaciones de genes o grupos de genes entre distintos grupos, independientemente de su morfología o de su capacidad de apareamiento. Esto permitió construir modelos de relaciones entre grupos de organismos y establecer criterios genéticos para la identificación de especies. Además, estas herramientas de análisis han sido empleadas para establecer hipótesis sobre la historia evolutiva de la vida en la Tierra. Es a partir de la aplicación de estas herramientas de estudio que se sugiere el concepto filogenético de especie. Para aplicar este concepto es necesario reconstruir una historia evolutiva del grupo de organismos que a uno le interesa estudiar y establecer subgrupos. Se asume que todos los individuos que caen en un mismo subgrupo tienen un ancestro común más reciente que el resto de los individuos en otros subgrupos, por lo que pertenecen a la misma especie. El concepto filogenético puede ayudar a superar las complicaciones derivadas del concepto biológico de especie en microrganismos, pero no está exento de controversia relacionada con la forma en la que se construye la historia evolutiva y los criterios de delimitación.
Otros conceptos de especie han surgido además de los tres expuestos con anterioridad, algunos de estos buscando integrar conceptos ecológicos, evolutivos y fisiológicos. Dada la gran diversidad de estilos de vida en la Tierra, no parece haber un concepto que satisfaga a los estudiosos de cada uno de los grupos. En todos los conceptos se encuentran fortalezas y debilidades de acuerdo al grupo biológico al cual se quiere aplicar, y los tres ejemplos dados anteriormente intentan mostrar esto.
En una contribución posterior plantearemos otro problema biológico relacionado con el que hemos desarrollado aquí. Este será sobre la pregunta de ¿Cómo surgen nuevas especies?
Dr. Gerardo Vázquez Marrufo, investigador del Centro Multidisciplinario de Estudios en Biotecnología de la Facultad de Medicina Veterinaria y Zootecnia de la Universidad Michoacana de San Nicolás de Hidalgo
{jcomments on}