Los perros son los animales domésticos ubicuos por excelencia. Han estado presentes en el mundo humano desde hace tanto tiempo, que pocas veces nos detenemos a preguntarnos sobre su origen. Las culturas más antiguas conocidas ya tenían perros, tal y como atestiguan sus vestigios arqueológicos. Hay grabados de perros procedentes de civilizaciones Mesopotámicas con más de 12,000 años de antigüedad y en todas las civilizaciones antiguas se conocen perros domésticos, algunos compañeros de caza otros, hechos dioses. Y no sólo están representados en arte antiguo y los mitos, también hay restos arqueológicos de perros que anteceden a la agricultura y por ende, al sedentarismo. El más viejo conocido es el perro de Altai descubierto en la cueva Razboinichya, ubicada al sur de Siberia, Rusia, con 33,000 años de antigüedad.
Toda la vida en la tierra evoluciona y todas las formas de vida tienen un ancestro ¿cuál es el ancestro del perro? Gracias a estudios anatómicos, de conducta, de química sanguínea y recientemente genéticos y genómicos; sabemos que el ancestro del perro es el lobo (Canis lupus). Pero antes de que nos pase lo que a Darwin y “el mono como ancestro del hombre”, déjeme clarificarle estimado lector que no me refiero a lobos vivos, no. Los perros descienden de poblaciones antiguas (y extintas) de lobos que ya eran lobos y no otra especie. De ahí que hoy, el perro se clasifica como una subespecie de este cánido boreal, específicamente como Canis lupus familiaris, etimológicamente el “perro lobo familiar”. La búsqueda genética entre las poblaciones modernas de lobos para encontrar a la población ancestral de los perros fue un fracaso. Por ello, los científicos comenzaron a buscar entre las poblaciones extintas, tomando muestras de ADN antiguo de los fósiles y analizándolo. La premisa básica de estos análisis es medir el grado de disimilitud entre diferentes secuencias genéticas y estimar su tiempo de divergencia dada una tasa de mutación conocida. Los lobos extintos conocidos más cercanos al origen de los perros son los que habitaron la Península de Taimyr, Siberia. Gracias al análisis del material genético de estos lobos del Pleistoceno (la “era de hielo”), sabemos que el origen del perro se sitúa entre hace 34,900 y 33,000 años antes del presente. El canon anterior era mucho más joven e indicaba un origen hacia 10,000 años, hoy sabemos que fue hace casi 4 veces más que surgió nuestro amigo doméstico. La ventana temporal en la que ocurrió la domesticación fue de “apenas” 1,900 años. Puede parecer poco tiempo, pero si consideramos que hoy, toma cerca de 5 a 10 generaciones “crear” una raza nueva de perro, ¿qué no habrán hecho más de 190? La historia evolutiva de los perros no quedó sellada (en términos genéticos) y se sabe que tiempo después, los ancestros de algunas razas árticas fueron cruzados con lobos silvestres, lo que hace que éstas porten más del lobo que otras razas de perro, específicamente entre un 1.4% y 27.3% de sus genes. Estas razas son el Husky siberiano, el perro de Groenlandia y en menor grado, el Shar-Pei chino y el Spitz finlandés.
El origen del perro no consistió sólo en robar cachorros de lobo y forzarlos a vivir entre humanos. La presión de selección artificial ejercida sobre los ancestros de los perros los diferenció mucho de los lobos. No sólo los cambiamos en apariencia, también alteramos profundamente su comportamiento, su metabolismo e incluso, el funcionamiento de sus cerebros. Un perro, por ende, no es un lobo y no debería ser tratado como tal. A diferencia de los lobos, los perros son neoténicos; es decir, conservan rasgos y comportamientos de cachorro toda la vida. Entre estos rasgos encontramos un hocico corto, ojos grandes, cresta sagital baja, cabeza y cerebro del tamaño de un cachorro de lobo de 4 meses, un pelaje suave, patas relativamente cortas y estrechas, etc. Entre los comportamientos destacan la avidez de jugar durante toda la vida, su docilidad, la capacidad de ladrar como medio primario de comunicación, la necesidad de pedir comida y quizá lo más notable sean las lamidas, pues en los lobos son la forma de inducir a los adultos para que regurgiten alimento. Los descubrimientos más recientes indican que a diferencia del lobo, el perro tiene un metabolismo que le permite digerir eficientemente almidón y que esta capacidad es tan alta como la nuestra, por un proceso de evolución convergente y guiada por selección artificial. Después de todo, un perro no sería exitoso sino pudiera comer lo que come su “familia” humana. Pero el cambio más impresionante es el que tiene que ver con las funciones cerebrales, pues no sólo se han identificado genes asociados a una mayor complejidad cerebral en los perros, también se ha descubierto que un perro, como un niño humano, tienen efectos neurológicos en los humanos adultos que los observan. El perro estimula la liberación de oxitocina (la hormona de la “felicidad”) en su dueño y la liberación por parte de éste, hace que el perro libere también esta hormona, creando un circuito similar al que se observa entre padres e hijos, de tal forma que, en la bioquímica del cerebro, un perro es un hijo más.
Así que ahora lo sabe estimado lector, la domesticación de poblaciones extintas de lobos de la región sur de Siberia, entre hace 34.9 y 33 mil años conllevó profundos cambios morfológicos, conductuales y bioquímicos que nos legaron al más fiel y allegado de nuestros animales domésticos, a nuestros amados perros.
Referencias:
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Estudiante del Programa Institucional de Doctorado en Ciencias Biológicas, Maestro en Ciencias Biológicas y Biólogo de formación por parte de la Universidad Michoacana de San Nicolás de Hidalgo. Paleontólogo y divulgador de la Ciencia y en especial, de la Paleontología.