LOS ORÍGENES DE NUESTRA ESPECIE, A QUE NO SABÍAS QUE LLEVAS UN NEANDERTAL EN TU INTERIOR

Escrito por Roberto Díaz Sibaja

Durante la mayor parte de la historia de la humanidad merodeamos por el mundo sin un nombre que unificara a todas las personas de la tierra. Eso cambió en 1758, cuando un naturalista sueco acuñó un nombre científico para nuestra especie. Carlos Linneo nos llamó Homo sapiens, el “hombre sabio” u “hombre que discierne”. Al nombrar lo innombrable, Linneo nos colocó en línea para ser considerados como una especie más, una entre miles de millones que habitan la tierra. Al hacerlo, también nos convirtió en objetos de las preguntas científicas y quizá, la mayor de todas ellas es ¿de dónde venimos? ¿Cuál es nuestro origen?

Explicaciones han sobrado a lo largo de la historia, pero pocas son sujeto de ser comprobadas y para 1859 un naturalista inglés, Charles R. Darwin demostró que las especies procedían de otras especies. Y extendió este razonamiento hacia Homo sapiens en su libro de 1871 “El origen del hombre y la selección en relación al sexo”, indicando que no procedíamos de ninguna especie viviente, sino de alguna especie extinta.

Las ideas de Darwin sobre nuestro origen –y sobre la evolución en general- han sido ampliamente malinterpretadas. La más famosa de las malas interpretaciones es la “marcha del progreso”, que sugiere un origen unidireccional, desde formas primitivas, hacia el culmen evolutivo, el hombre moderno. Esta interpretación de nuestro origen parte de la obra de arte homónima del paleoartista Rudolph F. Zallinger, quien realizara la obra para el libro “Early Man” (el hombre primitivo) de la serie “Time-Life Books” de 1965. La pintura de Zallinger no pretendía mostrar cómo evolucionamos, sino condensar de forma gráfica lo que se sabía en ese entonces sobre aquellas especies extintas que mencionó (y predijo) Darwin, 94 años atrás. El estudio actual del origen de nuestra especie sugiere que en realidad, la progresión unidireccional no es correcta. En su lugar, entendemos nuestro linaje como un gran arbusto que se ramificó abundantemente y que hoy, sólo contiene una pequeña rama, la de nuestra especie.

La evidencia de los fósiles y el ADN sitúa nuestro origen hace unos 200,000 años antes del presente (Pleistoceno tardío), a partir de poblaciones de la especie Homo heidelbergensis que vivían en el norte de África, específicamente en lo que hoy es Etiopía. Podría parecer que nuestra historia terminó y que no hay más que agregar, pero no es así.

Los primeros Homo sapiens no eran como nosotros, tenían una fisionomía un tanto distinta, más primitiva. Es por ello que los paleoantropólogos los han denominado Homo sapiens idaltu, nombre cuya etimología latina y afarense significa “el hombre pensante primogénito”. Estos humanos primitivos dieron origen a nuestra subespecie, Homo sapiens sapiens (“el hombre pensante que discierne”) entre hace 150,000 y 125,000 años en el noreste de África.

Hace unos 125,000 años, algunas poblaciones de humanos modernos empezaron a dejar el continente que los vio nacer. Su éxodo intermitente los hizo retroceder varias veces durante algunos miles de años. Fue hasta hace 75,000 años que se aventuraron fuera de África para siempre, hacia donde existía otra especie de humano que también era descendiente del hombre de Heidelberg, nuestros primos, los Homo neanderthalensis.

Los neandertales eran nuestros primos sí, pero eran distintos a nosotros. Eran más bajitos, pero musculosos y robustos, tenían una cabeza más alargada, con rostros de rasgos gruesos, rematados por una gran y ancha nariz. Durante mucho tiempo se pensó que los H. sapiens más avanzados habían aniquilado a sus brutos primos, pero los secretos contenidos en el ADN de todos los que no procedemos del sur del desierto del Sahara, cuentan otra historia.

La evidencia molecular indica que entre hace 65,000 y 47,000 años, en el Medio Oriente, los neandertales y los sapiens se miraron de formas coquetas y llevaron a cabo un proceso de hibridación. Podríamos ser malpensados e imaginar que los Homo sapiens robaron mujeres de Homo neanderthalensis y las forzaron para tener descendencia, pero el estudio del ADN nos dice que la única mezcla que sobrevivió fue la de mujeres de nuestra especie con hombres de neandertal. Y es que durante esas épocas, los Homo sapiens eran una especie en peligro de extinción, la erupción del supervolcán de Toba, en Sumatra (cuatro mil años antes) había reducido la población a menos de 15,000 individuos de sapiens en todo el mundo. Es muy probable que la mezcla con neandertales haya salvado de la extinción a las poblaciones de humanos modernos de Eurasia. Como fuere, esta hibridación se evidenció luego del estudio del genoma neandertal, pues resulta que todos las personas de la tierra que no desciendan de africanos originarios del sur del Sahara, tenemos entre un 1.5 y 2.1% de ADN neandertal. Inclusive, se han encontrado restos de neandertal con rasgos de sapiens y viceversa en Portugal, Rumania e Italia. De tal forma que esta especie no se extinguió del todo, pues vive en los genes de la mayoría de nosotros.

La historia de cómo llegamos aquí no termina con la hibridación neandertal. Resulta que se detectó otra fuente de hibridación en otra especie de humano. Ésta aún no tiene nombre científico, pero no representa especie conocida alguna, sino una nueva especie (probablemente emparentada a los Homo erectus). De forma coloquial se les denomina como “denisovanos” en referencia a la Cueva de Denisova, ubicada en el Macizo Ataí de Siberia (Rusia), lugar donde descubrieron sus restos. Todo indica que hace unos 44,000 años, los humanos modernos (ya con genes neandertales) que se dispersaban hacia otras partes del mundo se toparon con los denisovanos y los asimilaron parcialmente vía hibridación. De tal forma que hoy, los habitantes nativos de Melanesia y partes de Australia, tienen entre un 3.5 y 6.6% de ADN denisovano, mientras que los nativos de Asia y América tienen cerca del 0.2% de este ADN.

Finalmente, algunas poblaciones de africanos subsaharianos nativos muestran evidencias de hibridación con especies desconocidas de humanos africanos (posiblemente Homo erectus). La especie (o especies) con la que hibridaron les aportó un 2% de su genoma actual y se estima que este evento tomó lugar entre hace 40,000 y 35,000 años. Así que no hay población viva de Homo sapiens que esté libre de la influencia de ADN de otras especies de humanos. Darwin tenía razón, el sexo es y ha sido una parte muy importante de nuestros orígenes.

Todo lo aquí presentado es posible de dilucidar sólo gracias al estudio de los fósiles y del ADN. Como podemos apreciar, la historia del ser humano moderno no es fielmente representada por una progresión escalonada, sino por un gran arbusto con multitud de ramas, que de cuando en cuando se tocaron y generaron nuevas y más vigorosas ramas. Ésta es una historia que recién estamos empezando a entender, la historia del origen de la humanidad.

Para saber más:

Roberts, A. (2012). Evolución: Historia de la humanidad. Ediciones Akal. 256 pp.

Cela-Conde, C.J. y F.J. Ayala. (2013). Evolución humana. El camino hacia nuestra especie. Alianza Editorial. 808 pp.

M.C. Roberto Díaz Sibaja es estudiante del Programa Institucional de Doctorado en Ciencias Biológicas, Facultad de Biología, Laboratorio de Paleontología, Universidad Michoacana de San Nicolás de Hidalgo.