FÓSILES, MÁS QUE SÓLO HUESOS

Escrito por Roberto Díaz Sibaja

Los fósiles nos permiten trazar los orígenes de distintas formas de vida, incluyendo la nuestra. Sacian nuestra curiosidad sobre mundos distintos. Nos dicen cómo reaccionaron las antiguas formas de vida ante el cambio climático y cómo podrían reaccionar las actuales. Le dan forma a la evolución, llenando los “huecos” entre grupos biológicos dispares. Ayudaron a descubrir el fenómeno de la extinción y gracias a ellos sabemos que una vez que alguna forma de vida perece, no vuelve a surgir. Y son además, de importancia económica, pues algunos delatan yacimientos petrolíferos o rocas de interés comercial.

En la antigüedad, los fósiles eran atribuidos a bestias míticas. Los soldados de Alejandro Magno volvieron de Asia con relatos de hipogrifos vivientes, inspirados en los fósiles del dinosaurio Protoceratops. El centro de México era aterrorizado por gigantes que además de combatir conquistadores, construyeron la poderosa Teotihuacán, estos Quinametzin estaban inspirados en osamentas de mamut.

Los antiguos griegos debatían sobre si los fósiles eran caprichos sobrenaturales o bien, seres vivos que fueron petrificados. Y la primera visión fue la que prevaleció hasta el siglo XVII. Los europeos creían que el diluvio universal había sido el responsable de estos seres-piedra e incluso una salamandra recibió el nombre Homo diluvii testis (hombre testigo del diluvio)

Nicolás Steno fue el primero en convencer a los naturalistas que los fósiles fueron criaturas. Lo logró estudiando “lenguas pétreas” y concluyendo que en realidad eran dientes de algún tiburón desaparecido. En este tiempo, la palabra fósil se usaba para casi todo, rocas curiosas, minerales, artefactos prehistóricos y casi cualquier cosa que estuviera sepultada, después de todo, fósil significa “excavado”. Fue hasta la mitad de siglo XVIII que el naturalista Georges Louis Leclerc, conde de Buffon limitó el uso de la palabra a seres petrificados.

Fósil se define hoy como “cualquier resto de organismos vivos o su actividad que tenga una antigüedad superior a 10,000 años”. Se estableció esta antigüedad porque coincide con la dispersión del hombre por el globo y la generación de restos que difícilmente se categorizan como fósil (piense en una pirámide o una escultura por ejemplo).

Cuando preguntamos por fósiles, inherentemente pensaremos en huesos, pero existen otros tipos menos reconocidos que son igual o más impresionantes. Las estructuras más resistentes que producimos los vertebrados son los dientes. Y no es de extrañarnos que se encuentren entre los fósiles más comunes. Vienen en todos los tamaños, desde milimétricos como los de un ratón, hasta colosales dientes de 35 cm como los de un cachalote prehistórico.

 

La vida ha existido en el mar por más tiempo que en tierra y esto se refleja en el registro fósil, pues las conchas están entre los fósiles macroscópicos más numerosos. Son tan abundantes que se usan en la joyería. También existen exoesqueletos parcial o totalmente mineralizados, los llamamos caparazones y tenemos exóticos ejemplos de ellos en los desaparecidos trilobites.

En tierra firme, los sedimentos finos nos han legado impresiones de plantas e invertebrados que preservan el fino detalle de la venación de hojas y alas de insectos. Algunas veces los troncos de los árboles son capaces de fosilizarse y en algunos lugares del mundo podemos encontrar antiguos bosques petrificados de millones de años de antigüedad. Un fósil vegetal importante es el ámbar. Esta resina prehistórica puede contener cautivos eternos impresionantes como hormigas llevando hojas, ácaros en cópula, insectos combatientes, pequeños vertebrados e incluso ¡plumas de dinosaurio! Otras impresiones fósiles son las llamadas icnitas. Éstas pueden ser huellas, rastros, madrigueras e incluso huellas de alimentación. Son tan comunes, que existe toda una disciplina dedicada a estos fósiles, la icnología. En África se descubrió una madriguera que sorpresivamente contenía al final a su hacedor, un reptil parecido a un mamífero y a un convaleciente anfibio vecino, ambos fallecidos por un evento de inundación.

Los microfósiles son los fósiles más copiosos. Después de todo, los microorganismos son más numerosos que cualquier otra criatura sobre la tierra. Éstos se constituyen de los exoesqueletos mineralizados de microbios y llegan a formar gruesas capas de roca que contiene miles de millones de ellos. En esta categoría diminuta también encontramos restos vegetales como polen y esporas que nos revelan el tipo de vegetación o cosas tan extrañas y nuevas como ¡espermatozoides fósiles! Y es que la reproducción no está exenta del registro fósil. En casos excepcionales los huevos se pueden conservar y algunos conservan dentro frágiles embriones que delatan a sus antiguos padres. De esta manera, el dinosaurio “ladrón de huevos” Oviraptor, quedó redimido como una madre que empollaba su nido en vez de robarlo.

En casos rarísimos es posible encontrar fosilizadas las estructuras especiales de la piel animal. Tenemos ejemplos de escamas de peces y reptiles, pelaje de mamíferos y reptiles voladores, así como plumas de aves y dinosaurios. Algunos de estos restos han sido observados con poderosos microscopios y han revelado el antiguo color verdadero de sus dueños. El culmen de los fósiles de tejidos blandos es la preservación en materiales asépticos como el alquitrán o el hielo, de donde podemos recuperar frágiles escarabajos o increíbles mamuts congelados que incluso, son candidatos a la clonación.

El extremo de la rareza fósil yace en los restos menos ceremoniosos de todos, que incluyen excrementos (coprolitos), marcas de orina (urolitos) e incluso, vómito (regurgitalitos). Y de estos fósiles se conocen numerosos ejemplos que permiten conocer la biología de sus duelos a un nivel que sería imposible sin ellos.

La Paleontología es hoy una ciencia viva, quizá más que nunca, ya que tiene muchísimos tipos de sujetos con los cuales trabajar. Así que cuando pensemos en un fósil, podremos tener en mente que son algo más que sólo huesos.

“M. en C. Roberto Díaz Sibaja es investigador de la Facultad de Biología, Laboratorio de Paleontología de la Universidad Michoacana de San Nicolás de Hidalgo.”

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