La huella del COVID: La contaminación por cubrebocas

Escrito por César Ramírez-Márquez y José María Ponce-Ortega

 

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Hoy en día visualizamos cada vez más el final del túnel con respecto a la pandemia derivada del coronavirus SARS-COV2. Con el auxilio de las campañas de vacunación, los cuidados preventivos de lavado de manos y con el uso adecuado de cubrebocas, hemos hecho frente al virus y pareciera que todo marcha de manera correcta. Pero no todo es miel sobre hojuelas, ya que existen algunos temas que nos ha heredado la pandemia y que debemos ir subsanando para evitar mayores problemas a futuro: uno de ellos es la contaminación que surge del uso constante de los cubrebocas desechables. Prácticamente desde el comienzo de la pandemia, especialistas de la salud y entidades como la Organización Mundial de la Salud (OMS), nos han recomendado el uso de cubrebocas, esto ante la alta transmisibilidad de las diferentes variantes del coronavirus. La función de los cubrebocas es la de contener esas gotitas respiratorias que las personas dispersan al respirar, estornudar o toser, y según su tipo y su uso, ofrecen protección contra el coronavirus SARS-COV2.

 

Clasificación de cubrebocas

La clasificación de los cubrebocas se puede dar según el material con el que son fabricados. En este artículo nos centraremos en un par de tipos de cubrebocas que pueden representar un mayor problema de contaminación, ya sea por la cantidad desechada, o por el tipo de material. Los más comunes de conseguir y los que veíamos y seguimos viendo más en uso son los llamados cubrebocas quirúrgicos, los típicos azules de los médicos y enfermeras, los cuales son elaborados con un material sintético y algunos cuentan con cubierta de polipropileno.

Por otro lado, vistos con menor frecuencia en la población general, pero sí por la población del sector salud, están los cubrebocas KN95 elaborados con un material llamado polipropileno, el cual es un polímero que tiene una variedad de aplicaciones en la vida cotidiana, como la elaboración de tejidos, en los empaques y las películas transparentes de comida, en algunos elementos automotrices, etc. Aunado a esto, debemos recordar que uno de los principales problemas medioambientales de nuestro tiempo, es el derivado por la contaminación de residuos de polímeros de síntesis química, es decir, los plásticos. Toneladas y toneladas de plásticos son vertidas en ríos, lagos, océanos y en los rellenos sanitarios.

 

¿Dónde quedan los cubrebocas después de su uso?

A primera mano es fácil de responder, los desechamos y esperamos a que el camión de basura lo traslade a los basureros municipales. No obstante, es evidente que toneladas de cubrebocas terminarán invadiendo los rellenos sanitarios y océanos de todo el mundo, induciendo una vez más a cambios en los ecosistemas orientados a su destrucción. En un caso hipotético, y solo señalando a la población de México, de alrededor de ciento treinta millones de habitantes, con que solo un cincuenta por ciento de la población hiciera uso de cubrebocas quirúrgico, cambiándolo a diario y por los dos años que llevamos de pandemia, representaría cerca de novecientos cincuenta mil toneladas de desechos por cubrebocas (considerando un peso aproximado de 20 g por cubrebocas).

No obstante, en el presente artículo, no queremos decir que el uso de cubrebocas fue una estrategia errónea para disminuir los contagios, o que ya no debemos hacer uso de ellos en la actualidad, si no preguntarnos ¿Qué debemos innovar para contrarrestar este tipo de contaminación? Lo primero que debemos pensar es en la disposición correcta de los cubrebocas desechados, es decir, que después de su uso, de manera responsable, el usuario debe rociarlo con una solución clorada (aproximadamente 10 mililitros de cloro por un litro de agua), cortarlo en pedazos, ponerlo en una bolsa (esperando que se recolecte una cantidad considerable de residuos de cubrebocas) y depositarla en un contenedor cerrado. Suponiendo que bajo dicho procedimiento los desechos terminen en un centro de recolección o relleno sanitario con la capacidad de reciclaje.

Con lo anterior, evitaremos la propagación de virus e impediremos que terminen siendo parte de la contaminación en agua o suelo. Pero eso no lo es todo, un cubrebocas tardaría más de 400 años en desintegrarse, con ello y las grandes cantidades desechadas, pondríamos en un claro riesgo al medio ambiente.

 

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¿Qué hacer ante esta contaminación inminente?

Es aquí donde existe el desafío innovador para poder lidiar con estas grandes cantidades de cubrebocas desechados y convertirlos en materia prima para nuevos plásticos que igualmente puedan cumplir con los requisitos de los productos médicos, o de cualquier uso general. Empresas como Procter & Gamble® (P&G) han puesto en marcha programas de recolección y han innovado con rutas de procesamiento a través de la descomposición química del material, originada por el calentamiento a altas temperaturas en ausencia de oxígeno. Con ello, lograron descomponer el polímero en fragmentos moleculares y, con el calor utilizado, también garantizaron la desaparición de cualquier rastro del virus. Una vez que se logra, el material puede ser usado como un precursor del polipropileno. Esto demuestra que se puede lograr el reciclaje de los cubrebocas y producir nuevos artículos básicos de consumo humano.

Investigadores de otras partes del mundo, por ejemplo, de la Universidad Real Instituto de Tecnología de Melbourne, en Australia, han propuesto diferentes usos: que los cubrebocas desechables pueden ser reciclados y mezclados con diferentes porcentajes de hormigón para ser usados en pavimentos de carreteras, estimando que un kilómetro de carretera de dicho material sea capaz de reciclar aproximadamente 90 toneladas de desecho de cubrebocas. La inclusión de los residuos de cubrebocas a las carreteras, no solo tendría un impacto positivo al medio ambiente, sino que ellos también prevén que el pavimento mejore sus cualidades de dureza y resistencia, además de economizar los costos de producción de dicho pavimento. Ciertamente, si logramos visualizar el daño que podría resultar por el mal manejo de los cubrebocas desechados, pondríamos manos a la obra para aminorar algunos de los efectos colaterales de la pandemia y de su impacto en el medio ambiente.

Es momento de prestar atención al cuidado del entorno natural y, aunque se ve como un elemento que no es tan perjudicial, el reciclaje de los cubrebocas debe ser calificado como necesario y prioritario de atender. Y como seres curiosos nos podemos cuestionar, ¿qué problemas pueden surgir si no hago caso a ello?

La respuesta es fácil de atender: esos cubrebocas terminarán siendo parte de nuestros alimentos, ya que una vez desechados y con el paso del tiempo, se fragmentarán en pedacitos cada vez más pequeños que acumularán sustancias tóxicas, como los microplásticos, los cuales acabarán siendo parte de la flora y fauna, contaminando la cadena alimentaria de la que dependemos, e inevitablemente terminarán siendo consumidas por el ser humano. Así que, si no queremos que ello suceda, queda mucho trabajo por hacer, no todo es trabajo del gobierno, sino una labor en conjunto para lograr cuidar del medio ambiente.

Y si bien debemos cambiar el paradigma de lo desechable y abogar por la menor dependencia de los plásticos, también debemos encontrar soluciones innovadoras ante las circunstancias venideras, como fue el caso de la pandemia causada por el coronavirus SARS-COV2 y el uso obligatorio de cubrebocas. Solo así podremos construir el nuevo futuro, sin que ello nos cueste el planeta o la vida en él.

 

Para Saber más: 

Universidad Anáhuac México. (2020). Contaminación y Covid-19. https://www.anahuac.mx/mexico/noticias/Contaminacion-y-COVID-19 

Plastics Technology México. (2021). Proyecto para reciclaje en ciclo cerrado de mascarillas faciales de un solo uso. https://www.pt-mexico.com/noticias/post/proyecto-para-reciclaje-en-ciclo-cerrado-de-mascarillas-faciales-de-un-solo-uso

Saberian, M., Li, J., Kilmartin-Lynch, S. y Boroujeni, M. (2021). Repurposing of COVID-19 single-use facemasks for pavements base/subbase. Science of the Total Environment, 769, 145527. https://doi.org/10.1016/j.scitotenv.2021.145527

 

César Ramírez-Márquez. Profesor de la Facultad de Ingeniería Química de la Universidad Michoacana de San Nicolás de Hidalgo, Morelia, Michoacán.

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José María Ponce-Ortega. Profesor de la Facultad de Ingeniería Química de la Universidad Michoacana de San Nicolás de Hidalgo, Morelia, Michoacán.

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