Fotografía: Miguel Gerardo Ochoa Tovar
La época de lluvias nos fascina, nos gusta el olor a tierra mojada y el ruido de las gotas al caer, pero lo que más nos gusta de esta temporada es lo que llega al anochecer: el canto de las ranas. Los anfibios son un grupo de animales vertebrados que se caracterizan por tener una fase de transformación llamada metamorfosis. La mayoría de los anfibios nacen de huevos, dando origen a larvas acuáticas: los renacuajos, que respiran a través de branquias, se desarrollan y sufren metamorfosis para convertirse en adultos; en esta etapa pueden ser acuáticos, terrestres o semi terrestres. Las especies terrestres pierden sus branquias y desarrollan pulmones durante la transformación, mientras que las pocas especies que continúan siendo acuáticas como adultos, tal es el caso de las salamandras, presentan un fenómeno llamado neotenia, es decir, se quedan «atrapadas» como larvas, pero ya son adultos. Un ejemplo es el famoso y tierno ajolote mexicano (Ambystoma mexicanum) que parece un renacuajo gigante.
Los anfibios como indicadores
Los anfibios se originaron de un grupo de peces óseos (sarcopterigios) en el Devónico, hace unos 350 millones de años, y fueron los primeros animales vertebrados semiacuáticos, lo que representa un paso evolutivo muy importante para la vida animal en ambientes terrestres.
Algo muy interesante es que todos los anfibios respiran y toman agua por la piel, lo que los hace muy sensibles a las condiciones ambientales, como contaminación, variación de temperatura, pH y humedad atmosférica. Debido a esta característica y a que presentan un ciclo de vida complejo, habitando tanto en ambientes acuáticos como terrestres, los anfibios son considerados bioindicadores, es decir, que a través de la estructura y composición de sus comunidades (tener determinado número de individuos y especies, dominancia o ausencia de especies, etc.) se pueden inferir las condiciones ambientales del lugar donde viven, por ejemplo, si está o no contaminado, si la temperatura es o no la adecuada, etc.
Si el ambiente de los anfibios está contaminado, es probable que su diversidad sea baja y que presenten alteraciones adversas como tener huevos débiles que no llegan a madurar, deformidades en el cuerpo o adelgazamiento de la piel, lo cual los hace más susceptibles a contaminantes, depredadores y enfermedades por virus, hongos o bacterias que pueden causar rápidamente su muerte e incluso su extinción poblacional, es decir, desaparecer de ese lugar. Mientras la epidermis del ser humano mide 100 micrómetros de grosor, la de los anfibios mide solo 14 micrómetros.
Un grupo muy diverso
Muchos creemos que los anfibios solo son las ranas y los sapos, pero no es así, hay muchísimos más que se clasifican en tres grandes grupos. El grupo más abundante es el de los Anuros (ranas y sapos) que se reconocen por presentar una cola muy poco desarrollada o carecer completamente de ella, tener las patas de atrás alargadas y especializadas para saltar; además, sus larvas carecen de dientes. El segundo grupo con más diversidad de especies son los Caudados (salamandras y tritones) quienes presentan una cola larga y patas cortas; sus larvas suelen parecerse a los adultos y sí presentan dientes, en este grupo es común la neotenia. El tercer grupo, y el menos conocido, es el de los Gimnofiones llamados cecilias, los cuales carecen de extremidades y tienen un cuerpo alargado parecido al de un gusano, una cola corta o ausente y ojos muy reducidos, las cecilias son animales difíciles de observar porque la mayor parte del tiempo habitan debajo de la tierra.
Una herpetóloga, especialista en el estudio de anfibios y reptiles, nos contó que en el mundo existen cerca de 8 381 especies de anfibios y que seguramente hay muchas especies más que no se han descubierto. En México, albergamos 411 especies, lo cual nos ubica en el quinto lugar de los países con mayor número de especies de anfibios en el mundo. Algo muy importante es que en nuestro territorio viven especies que no se encuentran en ningún otro lugar del planeta, a estas especies se les llama endémicas. México tiene 287 especies endémicas de anfibios, como el Ambystoma dumerilii (llamado Achoque) que habita únicamente en el lago de Pátzcuaro y la bella rana arborícola Agalychnis dacnicolor, mejor conocida como ranita verduzca, que vive principalmente en bosques tropicales secos. Desafortunadamente, debido a la pérdida y modificación de su hábitat, muchas especies de anfibios se encuentran en peligro de extinción, si no hacemos nada por ellos, pronto podrían desaparecer.
Ranita de las rocas (Dryophytes arenicolor). Fotografía: Erandi Monroy.
Importancia de los anfibios
Los anfibios comen artrópodos, como arañas, gusanos de tierra, pequeñas polillas y zancudos, de hecho, algunos estudios científicos muestran que la presencia de anfibios ayuda a controlar plagas en cultivos de importancia económica. Por otro lado, algunos científicos registraron que la rana coquí (Eleutherodactylus coqui) contribuye al mejoramiento del suelo mediante el carbono, nitrógeno, calcio, potasio y amonio de sus heces y orina, los cuales son nutrientes importantes para el crecimiento de las plantas. Además, la rana coquí puede reducir hasta el 28 % de los invertebrados aéreos, lo que permite disminuir el 80 % de herbivoría en plantas tropicales. Nutrir el suelo y controlar herbívoros, ayuda a incrementar la producción de nuevo follaje y promueve la regeneración natural de bosques tropicales dañados.
También se sabe que los renacuajos de algunas especies, como la rana patito de Sudamérica (Pseudis paradoxa), al nutrirse de los sedimentos de los cuerpos de agua modifica las condiciones de ese hábitat, lo que permite que otros animales, como los peces, puedan establecerse ahí; de no ser por los renacuajos, los peces e incluso algunas plantas, no podrían vivir en estos cuerpos de agua llenos de sedimentos.
Otra función importante de algunos anfibios es la dispersión de semillas, ya que al comer pequeños frutos y excretarlos en otros lugares, permiten que las plantas consumidas lleguen a nuevos territorios y puedan establecerse. ¡Ah, pero eso no es todo! Los anfibios son un grupo de animales muy interesante para la medicina humana. Debido a que las salamandras tienen la capacidad de regenerar extremidades completas que han perdido, así como sus maxilares e incluso segmentos del cerebro y corazón, son ampliamente estudiadas para aplicaciones en medicina humana. Y es que si nosotros perdemos una pierna, desarrollaremos una cicatriz, mientras que una salamandra desarrollará nuevamente una pierna… ¡increíble! Además, debido a que los anfibios producen toxinas que inhiben el crecimiento de bacterias y hongos sobre su piel, algunas especies son estudiadas para la producción de medicamentos.
Ranita verduzca (Agalychnis dacnicolor). Fotografía: Erandi Monroy.
Pérdida de anfibios
Pese a la gran importancia de los anfibios, este grupo está amenazado y tiende a desaparecer; dentro de los principales factores que promueven su desaparición está la pérdida o modificación de su hábitat. En el trópico, muchos bosques y selvas se han deforestado para actividades agropecuarias donde se usan agroquímicos tóxicos, que al penetrar por la piel causan su muerte y promueven su extinción. Lamentablemente, existen otras amenazas como el cambio climático global que está generando fuertes sequías, altas temperaturas, disminución o incluso desaparición de cuerpos de agua que son hábitats de anfibios y cientos de especies más.
Ajolote del altiplano (Ambystoma velasci). Fotografía: Erandi Monroy.
¿Qué podemos hacer en beneficio de los anfibios?
Aunque el panorama se vea desolador, desde nuestro quehacer diario podemos ser un agente de cambio en beneficio de la biodiversidad de nuestro país; de manera particular, con los anfibios, es importante romper con las falsas creencias que se tiene de ellos. Por ejemplo, se piensa que los sapos escupen leche, nos dejan ciegos o incluso que son venenosos. En México NO HAY anfibios venenosos, los anfibios secretan sustancias tóxicas a través de su piel para protegerse de infecciones y de sus depredadores, así como para atrapar a sus presas, si llegamos a tener contacto con estas sustancias seguro nos hará una roncha, pero no nos moriremos. Por eso, cuando veas un anfibio no lo toques ni lo ataques, piensa en todas las funciones e importancia que tiene en nuestro ambiente.
Si tienes un jardín, no uses plaguicidas o alguna otra sustancia tóxica, piensa que al usarlos no solo matas lo que no deseas, sino que también afectas a otras especies como los anfibios que pueden enfermarse e incluso morir por estos químicos. En la limpieza de tu casa e higiene personal usa productos amigables con el ambiente, recuerda que toda el agua que usamos termina en los ríos y contamina el hábitat de muchos organismos, incluyendo a los anfibios. Trata de informarte sobre lo que consumes y elige alimentos que hayan sido producidos con poco o nada de agroquímicos, esto no solo es benéfico para tu salud, sino también para el medio ambiente.
Por último, pero no menos importante, infórmate y comparte tus conocimientos con tus amigos y familia, háblales de la importancia de los anfibios e invítalos a tomar acciones para el cuidado y respeto de este grupo de animales tan espectacular, pero poco valorado por la sociedad. Los anfibios no son princesas ni príncipes encantados, pero sin duda son sumamente valiosos para la humanidad.
Tlaconete pinto (Isthmura bellii). Fotografía: Erandi Monroy.
Para Saber Más:
Hernández R.P. (2006). Regeneración biológica. Secretos de la naturaleza. Revista Cubana de Hematología, Inmunología y Hemoterapia, 22(3). http://scielo.sld.cu/scielo.php?script=sci_abstract&pid=S0864-02892006000300004&lng=pt&nrm=iso&tlng=es
Parra-Olea G., Flores-Villela O. y Mendoza-Almeralla C. (2014). Biodiversidad de anfibios en México. Revista Mexicana de Biodiversidad, 85, 460-466. http://www.ib.unam.mx/m/revista/pdfs/54.-_1183.pdf
Rodríguez C., Rollins-Smith L., Ibáñez R., Durant-Archibold A.A. y Gutiérrez M. (2017). Toxins and pharmacologically active compounds from species of the family Bufonidae (Amphibia, Anura). Journal of Ethnopharmacology, 198, 235-254. Doi:10.1016/j.jep.2016.12.021
Susana Maza-Villalobos. CONACYT-ECOSUR, Tapachula de Córdova y Ordóñez, Chiapas. Investigadora por México-CONACYT.
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Erandi Monroy Hernández. Licenciada en Biología, Facultad de Biología, Universidad Michoacana de San Nicolás de Hidalgo.
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