Peter Godfrey-Smith es profesor de Filosofía en el Graduate Center de la City University of New York, y profesor de historia y filosofía de la ciencia en la Universidad de Sidney, además de un apasionado del submarinismo en las costas del sudeste australiano (sus vídeos de pulpos han aparecido en National Geographic y New Scientist). Ha publicado, entre otros libros, el éxito editorial Otras mentes. El pulpo, el mar y los orígenes profundos de la consciencia (ed. or. 2016, Taurus 2017), Theory and Reality: An Introduction to the Philosophy of Science (University of Chicago Press, 2009), Philosophy of Biology (Princeton University Press, 2013) y Darwinian Populations and Natural Selection (Oxford University Press, 2009), que ganó el premio Lakatos en 2010.
Horacio Cano Camacho Mi perro suele reaccionar de manera curiosa o agresiva ante su reflejo en un espejo. Ladra enfadado, corre y nos «avisa» que hay un extraño del otro lado. Me coloco junto a él frente a esa «ventana» y lo acaricio para que vea que es él mismo, pero no funciona; sigue asomándose con una expresión de curiosidad. A mí me reconoce, pero al perro reflejado sigue viéndolo como un extraño. La prueba del espejo parece ser un método definitivo en la investigación sobre si un animal tiene autoconciencia o no. Sin embargo, hay ciertos factores que pueden afectar sus resultados y engañar nuestra percepción sobre por qué un animal no se reconoce. Por ejemplo, la imagen proyectada en el espejo no va acompañada de olor, un elemento fundamental en el comportamiento canino. Los perros dependen mucho más del olfato que de la vista para identificar a otros seres. Al ver su reflejo, pueden reaccionar con curiosidad o agresividad al no percibir un olor que confirme la presencia de otro perro real. Si a esto le sumamos su fuerte instinto territorial, es posible que interpreten la imagen reflejada como la de un intruso y reaccionen ladrando o adoptando una postura defensiva, como si se enfrentaran a otro perro real. Por ahora, mi perro sigue con ese comportamiento y no termina de aprender. Algunos perros, después de varios encuentros con el espejo, dejan de reaccionar porque se dan cuenta de que el «otro perro» nunca responde con señales olfativas ni con interacciones reales. Sin embargo, otros pueden seguir mostrando interés o confusión. Para nosotros, resulta divertido. Existen varios animales que han demostrado algún grado de autoconciencia, es decir, la capacidad de reconocerse como individuos distintos del entorno y de los demás. La prueba del espejo, creada por el psicólogo Gordon Gallup en 1970, es una de las principales herramientas para evaluar esta capacidad. Consiste en colocar una marca en el cuerpo del animal en un lugar que solo se puede ver mediante un espejo. Si el animal se observa en el reflejo e intenta tocar o inspeccionar la marca en su propio cuerpo, se considera que ha pasado la prueba y que posee cierto grado de autoconciencia. Los grandes simios han tenido éxito en esta prueba: bonobos, chimpancés y orangutanes han demostrado reconocimiento propio, mientras que los gorilas han mostrado resultados menos consistentes, tal vez por su rechazo a mirar directamente a los ojos. También han pasado la prueba delfines y otros cetáceos, como orcas y belugas, que reaccionan al espejo, observan su reflejo y examinan partes específicas de su cuerpo. Los elefantes, por su parte, han sido capaces de utilizar el espejo para inspeccionarse y tocarse una marca colocada en su cabeza, lo que indica un grado de autoconciencia. Por último, algunas aves, como urracas y cuervos, también han superado la prueba del espejo, lo que marcó la primera vez que se observó autoconciencia en aves. Otras especies inteligentes, como las cornejas, han demostrado habilidades cognitivas complejas que sugieren un cierto nivel de autoconciencia, aunque la prueba del espejo no siempre es concluyente en ellas. Mi perro, en definitiva, no pasa la prueba porque no tiene una comprensión del concepto de «yo» de la misma forma que nosotros, sus humanos. Pero, ¿somos los únicos con autoconciencia? Y, más importante aún, ¿es la prueba del espejo un criterio definitivo para evaluar la autoconciencia en todo el reino animal? Peter Godfrey-Smith, filósofo y biólogo especializado en la evolución de la mente y la conciencia, ofrece en Otras mentes (Taurus, 2016) una exploración fascinante de la inteligencia de los cefalópodos, en particular pulpos, calamares y sepias. El libro no solo profundiza en la biología y en el comportamiento de estos animales, sino que también plantea preguntas fundamentales sobre la naturaleza de la conciencia y su evolución en distintas ramas del árbol de la vida. Uno de los principales atractivos de Otras mentes es la manera en que el autor combina rigor científico con una narrativa accesible y evocadora. A través de observaciones de primera mano y referencias a experimentos clave, demuestra que los cefalópodos poseen una inteligencia extraordinaria, capaz de resolver problemas complejos, aprender de experiencias y manifestar comportamientos aparentemente lúdicos. El libro también se sumerge en cuestiones filosóficas: ¿Qué significa «pensar» cuando no hay un lenguaje estructurado? ¿Cómo es la experiencia subjetiva de una criatura cuyo sistema nervioso es radicalmente distinto al nuestro? Al examinar la evolución de la conciencia, el autor sugiere que los cefalópodos representan una «segunda vía» en la aparición de la inteligencia, independiente de la de los vertebrados, lo que los convierte en un caso excepcional para comprender la mente en formas de vida ajenas a la humana. En conjunto, Otras mentes es una obra que desafía nuestras concepciones sobre la inteligencia y la conciencia animal. Con un estilo claro y ameno, Peter Godfrey-Smith nos invita a reflexionar sobre la diversidad de formas en que la vida experimenta el mundo, ampliando nuestra comprensión de lo que significa ser consciente. Otras mentes nos reta a mirar el mundo de otra manera. Incluso nos hace pensar que, si en algún momento encontramos (o nos encuentran) otras civilizaciones extraterrestres, lo más seguro es que no sean como nosotros. No tienen por qué serlo. Tal vez La llegada, el cuento de Ted Chiang, y los heptápodos tengan razón… Lean este libro, es fascinante, casi como leer sobre alienígenas; les aseguro que, después de hacerlo, no volverán a comerse un cóctel de mariscos de la misma forma.
Profesor Investigador del Centro Multidisciplinario de Estudios en Biotecnología y
Jefe del Departamento de Comunicación de la Ciencia de la
Universidad Michoacana de San Nicolás de Hidalgo.
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