La Ciencia en el Cine

ERA UNA MÁQUINA…

Escrito por Horacio Cano Camacho

En estos días he asistido a varias discusiones a propósito de la proyección de varias películas que la mercadotecnia clasifica como de Ciencia Ficción (CF). Y claro, aquí me tienen “alegando” en torno a varias de ellas que para nada deberían agruparse dentro del género. En todo caso son películas de cine fantástico, pero no CF. La confusión deriva en gran medida de la idea sobre este tema sembrada por el cine de Hollywood, en donde se presenta como CF cualquier película que tenga «monitos» extraterrestres, naves interplanetarias, computadoras malhoras y supuestos escenarios futuros. Películas de gran éxito comercial como la Guerra de las galaxias o Parque jurásico han calado profundamente en esta visión distorsionada del género. Muchas obras literarias de verdadera CF cuando han sido llevadas al cine -con gloriosas excepciones- son distorsionadas hasta la ignominia con tal de satisfacer criterios comerciales y el «gusto» de un público con muy escasa cultura.

Muchos creen que el hecho de presentar un relato, novela o drama ambientado en un futuro con tecnología que se ve avanzada convierte a la película CF, sin embargo, debemos adelantar que la CF también puede referirse a historias ambientadas en el pasado o el presente, a realidades alternativas, por ejemplo. La literatura de CF -y el cine es derivado de ésta- siempre nos habla de un mundo ficticio pero sustentado en la sociedad real. Ese es el primer requisito para identificar la CF verdadera: es nuestro mundo desfigurado por el autor para presentarnos uno que no existe o que  aún no existe. El autor imagina  una realidad que parte de lo que ve a su alrededor, pero presentado de tal modo que el lector no  identifica su mundo real. El segundo requisito es la fantasía presentada como posibilidad. El autor nos presenta personajes, capacidades, sucesos, no como hechos imaginarios imposibles de acontecer (dragones, vampiros, extraterrestres chocarreros), sino como posibles dentro de cierto contexto o ciertos límites (clonación, cibernética, inteligencia artificial, catástrofes ecológicas).

Estas dos cosas, distorsión inteligente del mundo real y fantasía como posibilidad son presentadas como una idea innovadora y creativa que estimula la reflexión intelectual sobre diversos temas de nuestra realidad. La CF verdadera es una reflexión sobre nuestro mundo, tanto en los dilemas del presente como en algunos que se anuncian como futuros. No importa que las naves o máquinas que estos autores imaginan se hayan construido o no, que sean exactos o no en sus descripciones «científicas». Eso resulta superfluo si asumimos el ejercicio de meditar, atendiendo a su provocación, sobre nuestra propia realidad. Los verdaderos escritores de ciencia ficción no pretenden, ni lo intentan, anticiparse o predecir el futuro. Su objetivo radica precisamente en lo contrario, acercarnos por esta vía al mundo presente. Dinosaurios cenándose a unos imbéciles, marcianitos o saturninos ocupados en aventuras y combates espaciales, hormigas y tomates asesinos, no son ciencia ficción.

Este largo preámbulo es para presentar la que considero una de las mejores películas de CF actuales. Se trata de Ex Machina, película británica escrita y dirigida por Alex Garland. Esta es su primera película y comienza su carrera con el pie derecho. Antes había escrito novelas llevadas al cine. La más conocida es The Beach (La playa) dirigida por Danny Boyle y escribió el guion para 28 días después, entre otras.

Ex machina es protagonizada por Domhnall Gleeson, Alicia Vikander, Oscar Isaac y Sonoya Mizuno. Pocos protagonistas y un solo escenario. Lo digo porque en contraste, el cine made in Hollywood se afana en cargarlo de protagonistas famosos, espectáculos de efectos especiales y escenas de acción con batallas estelares, peleas de robots, el fin del mundo, choques de meteoros y cosas así. Ex machina se concentra en lo que debe, contar una historia muy inquietante.

Además de los elementos clásicos de la CF, Ex machina es un thriller psicológico que invita a la reflexión. La película, en gran medida por su sencillez, logra meternos en la historia de una manera sorprendente, sobre todo si pensamos que es el debut del director. La trama es muy simple, Caleb (Domhnall Gleeson) es un joven programador muy avispado, la estrella ascendente de una compañía enorme. Gana un concurso interno y como premio es invitado a pasar una semana acompañando al dueño y presidente de la compañía. Allí comienza la aventura, Caleb es trasladado a un lugar aislado, paradisiaco en donde vive su jefe Nathan (Oscar Isaac), un genio de la inteligencia artificial (IA) y millonario excéntrico.

Nathan es un personaje intimidante, pero a la vez moderno y cool, solitario, obsesivo y atormentado, no muy lejano del carácter conocido de los exitosos directivos de las grandes compañías tecnológicas verdaderas tipo Apple, Google o Amazon. Allí invita a Caleb a participar en un experimento para determinar si una maquina es inteligente. El asunto no es trivial, Alan Turing, matemático, criptógrafo y pensador británico y considerado el padre de la informática moderna propuso una prueba que lleva su nombre (test de Turing) para distinguir si una maquina es inteligente o no.

El Test de Turing se basa en que una persona sostenga dos conversaciones por computadora, una con una persona real y otra con la propia máquina. Si la persona no puede distinguir quien es quien en más del 30% de las respuestas, entonces la computadora pasa la prueba. En 2014 se reportó que por primera vez una computadora logró superar la prueba y “engañar” el 33% de las veces a un humano. ¿Podemos sentir empatía por un robot y viceversa? ¿Un robot puede “entender” nuestros problemas, pensamientos, miedos, dudas y tomar una acción para solucionar la situación problemática, tal como lo haría un humano? ¿si logramos trascender el 30% de la prueba de Turing, una maquina (un robot, por ejemplo) adquieren derechos o siguen a nuestra merced?

No quiero contar más, pero a través de la historia del encuentro y conversaciones entre Caleb y Ava (Alicia Vikander), una robot, creación del empresario y motivo del experimento, se trata de averiguar si pasa la prueba o no. Y no se crea que Caleb le está hablando a un mueble, el robot es totalmente una construcción perfecta. Caleb está charlando con una chica “casi” humana. Aunque él tiene conciencia de que es una “cosa”, la película nos mete en el reto de reflexionar en torno a la naturaleza de lo humano, la conciencia, la existencia. ¿Una creación humana perfecta, capas de charlar, establecer empatía, “sentir”, qué tan humana es? ¿Dónde termina la responsabilidad ética con nuestras creaciones?

Un temor muy recurrente de la CF es que dotar a las máquinas de inteligencia puede llevarlas a considerar al humano como inferior. Una creación superando en todo a sus creadores. Y hay voces que advierten de ese riesgo de que la creación aspire a liberarse del yugo del creador.

La película tiene una escenografía muy alucinante, con un bunker perdido entre las montañas, aislado de toda intrusión extraña y unos efectos visuales que le merecieron un Oscar. Andrew Whitehurts de Double Negative (Interestelar, El origen, Sherlock Holmes, Iron Man) fue el encargado de dar “vida” a los robots de la película y su trabajo es altamente destacado, tanto así que por sí mismo supera una especie de Test de Turing y nos convence de que estamos frente a un verdadero androide inteligente.

Hay que ver Ex Machina, una excelente película de verdadera ciencia ficción, reflexiva, provocativa y muy bien realizada, tanto en los aspectos visuales como en las actuaciones y por supuesto, la historia que nos cuenta.