Dra. Amalia Ramírez Garayzar

Escrito por Rafael Salgado Garciglia

Es Licenciada en Arqueología por la Universidad Autónoma de Guadalajara, Maestra en Estudios Étnicos por el Centro de Estudios de las Tradiciones de El Colegio de Michoacán y Doctora en Historia, por el Instituto de Investigaciones Históricas de la Universidad Michoacana de San Nicolás de Hidalgo.

Su desempeño profesional ha sido en diversas instituciones en relación a su perfil multidisciplinar; ha trabajado en proyectos de trabajo arqueológico del Instituto Nacional de Antropología e Historia (INAH) en los estados de Guanajuato, Jalisco y Nayarit, tanto de identificación de sitios como de excavación.

En Michoacán, tuvo la oportunidad de conocer la diversidad del trabajo artesanal a partir de haber desempeñado varios puestos en la Casa de las Artesanías, hoy Instituto del Artesano Michoacano. Cuando estuvo a cargo del Departamento de Investigación, coordinó varios proyectos, como la recuperación del cultivo del añil (Indigofera suffruticosa) en la Tierra Caliente y el aprovechamiento del desecho de maderas de la región Sierra Costa para la tintorería tradicional, como la Maclura tinctoria (Moralete), el Hematoxylon brasiletto (Palo de Brasil) y Cordia elaeagnoides (Cueramo), entre otros.

Actualmente es Profesora investigadora adscrita al programa académico de Arte y Patrimonio Cultural de la Universidad Intercultural Indígena de Michoacán desde 2007. Desarrolla las líneas de investigación “Pasado y presente del trabajo artesanal en México” y “Estudios del patrimonio cultural de los pueblos indígenas de Michoacán”. Ha dirigido tesis, impartido conferencias magistrales y publicado artículos, capítulos de libros y libros, sobre temas derivados de estas líneas de investigación.

 Pertenece al Sistema Nacional de Investigadores y sus publicaciones más recientes, versan sobre el saber artesanal, textiles y sobre el pasado común entre México y Filipinas.

¿Cuál fue la motivación para estudiar la tradición artesanal en Michoacán?

Cuando llegué a Michoacán, hace 30 años, noté que algunos objetos artesanales tenían gran similitud con piezas prehispánicas que yo había tenido oportunidad de conocer por mi trabajo como arqueóloga, tanto en sus formas como en decoraciones; me refiero principalmente a objetos de cerámica como cántaros, ollas, cajetes y a motivos ornamentales de tejidos en telar de cintura. Eso me motivó a conocer a los creadores y a interesarme en los procesos técnicos de su trabajo, para tratar de comprender las tradiciones manufactureras del estado. A partir de ahí, sigo en esa búsqueda.

 

Con tus investigaciones sobre esta tradición ¿Cómo la relacionas con la identidad de sus pueblos?

Hay objetos altamente significativos en cada cultura. Son aquellos que tienen que estar presentes en momentos importantes socialmente hablando, por ejemplo, los copaleros o sahumerios en los altares de muertos o las máscaras de ciertas danzas. Su forma y función son relevantes y por lo mismo, tienen que ser hechos por alguien que entiende su relevancia. Ese es un vínculo de identidad entre quien hace y quien usa. En Michoacán, los pueblos indígenas producen muchos de sus objetos significativos, lo que ha permitido la vigencia de su rica tradición artesanal.

 En trabajo de campo con mujeres tejedoras del colectivo Klowil Kem Libun, Provincia de Cotabato del Sur, Filipinas. Foto: J.C. Castañeda (2017).

¿Podrías hablarnos de los retos y situación actual del trabajo y saber artesanal en Michoacán?

Me referiré sólo a una problemática de las muchas que se atraviesan. Michoacán es un estado reconocido por su diversidad artesanal, que se evidencia en eventos como el tianguis de Domingo de Ramos en Uruapan o el de Día de Muertos en Pátzcuaro, que congregan a miles de productores de muchos oficios y de turistas. Eso tiene un aspecto positivo, pues hay mucha gente que viene de otras partes a adquirir sus bellas obras; sin embargo, situaciones de crisis en el estado, pueden desequilibrar gravemente las economías locales, que dependen de esas ventas. Así, el reto consiste en el mantenimiento del consumo local, que permite que la producción mantenga un ritmo más o menos constante, lo cual no deja de ser complicado habiendo productos más baratos y “novedosos” en competencia, los de plástico, por ejemplo.

 Otro reto tal vez mayor es el que tiene que ver con el saber artesanal, pues hay oficios que se van extinguiendo. Si ya no se usan los petates para dormir, por ejemplo, quien sabe dónde y cuándo cortar el tule, cómo secarlo sin que pierda flexibilidad, cómo tejerlo, etc; dejará de transmitir su conocimiento y eso es una pérdida muy grande no sólo para el artesano, sino de conocimiento universal.

 

¿Qué nos dices sobre la tradición del rebozo entre las mujeres purhépechas de Michoacán?

Hace casi 20 años inicié una investigación sobre la producción y el uso de rebozos purépechas. En ese tiempo tenía la idea de que el uso del rebozo estaba siendo rápidamente sustituido, porque las mujeres estaban haciendo cambios en su forma de vestir y  eso haría que se dejaran de tejer en las localidades donde se producían; eso no sucedió y ahora hay más tejedoras de rebozos que antes; no sólo eso, está surgiendo una gran creatividad colectiva que incluso ha rebasado el gusto del ámbito purépecha y muchas mujeres de otros lugares están usando rebozos; la cultura puede dar giros fascinantes.

 

¿Por qué no debemos olvidar el pasado entre la relación de México y Filipinas?

Ese es otro tema fascinante que yo replantearía: ese pasado está en el olvido y hay que recuperarlo, pues dice mucho de nuestra identidad. Filipinas, ese lejano país asiático, fue durante la época colonial parte del virreinato de la Nueva España, es decir, de lo que hoy es México. Durante 250 años estuvieron unidos por un sistema comercial que trajo a México sedas, marfiles, alimentos y muchas otras cosas de allá y que llevó otras tantas de aquí. He hecho trabajo de investigación recientemente en Filipinas y me he encontrado que la gente usa términos netamente mexicanos, como tocayo, petate y consume alimentos como camote, jícama y achiote (y así los nombra). Esto es sólo un pequeño apunte de las profundas relaciones culturales que tenemos en común, pero que desconocemos. Es importante explorar más sobre ellas. En mi caso, lo hago desde las tradiciones textiles compartidas.

 

Como Profesora e Investigadora ¿Qué metas te has planteado con tus estudiantes a corto, mediano y largo plazo?

La principal meta en todos los plazos consiste en que identifiquen, reconozcan y fortalezcan su patrimonio biocultural. El nuestro es un país megadiverso y eso está directamente relacionado con las prácticas de manejo y conservación que tienen los pueblos indígenas. En contra de la historia del sistema educativo que proponía “integrar” a los indígenas, creemos que desde su plena autonomía los pueblos indígenas de México y del mundo han construido esquemas altamente funcionales de los que el resto de las sociedades debemos aprender con humildad. En mi caso, aspiro a que el trabajo artesanal sea mejor comprendido y por ende, respetado para que florezca en su creatividad. Para eso, mi colega Eva Garrido y yo hemos diseñado una metodología de registro con la que trabajamos en el Reservorio Universitario de Oficios Tradicionales.

 

¿Qué proyecto actualmente diriges y cuáles son sus objetivos?

Uno de los proyectos ya lo mencioné, el Reservorio Universitario de Oficios Tradicionales, cuyo objetivo es trabajar con nuestros estudiantes en la identificación de oficios en riesgo de desaparecer, para hacer un registro de información lo más amplio posible, tanto de los procesos o secuencias técnicas, la cultura material, la tecnología y también sus aspectos simbólicos y estéticos, antes de que ya no haya practicantes.

Además, tengo el proyecto de investigación sobre tradiciones textiles de la cuenca del Pacífico, que comprende a México, otros países de Latinoamérica y Filipinas, que apunta a identificar los intercambios culturales que ha habido en esta amplia región desde la época colonial. Este es un proyecto individual, pero en el que aplico metodologías de varias disciplinas: la historia, la antropología, la arqueología.

Por supuesto, también me involucro en la asesoría de tesistas, sobre todo aquellos que se interesan en el campo textil o artesanal.

 

¿Qué mensaje envías a estudiantes que desean realizar este tipo de investigaciones?

La exploración de la cultura es altamente gratificante. Penetrar en los detalles de la producción y del uso de objetos hechos a mano nos permite transformar nuestra percepción de las prácticas culturales. Este es un campo vastísimo, cuya investigación requiere desde laboratorios, como bibliotecas, museos y archivos, así como viajes y exploraciones de campo, da para todos los perfiles de investigación.

 

¿Cuál es tu opinión sobre la importancia de la divulgación de la ciencia en tu área de investigación?

Puedo dar constancia de que el 100% de las personas que accede a comprender lo profundo del conocimiento y habilidades que requiere la creación de los objetos artesanales, realiza un cambio en positivo respecto de su percepción de los mismos y de sus creadores. Esto ocurre tanto con nuestros estudiantes hijos de artesanos como con cualquier otra persona. Respetan, revaloran. Así, la divulgación del conocimiento es fundamental, no sólo para temas científicos en medicina o en astronomía, sino para construir cambios sociales: para erradicar la inequidad y el racismo que tanto lastiman a nuestro país.