DR. CARLOS CERVANTES VEGA

Escrito por Roberto Carlos Martínez Trujillo y Fernando Covián Mendoza

Doctor en Ciencias, miembro del Sistema Nacional de Investigadores  (SNI), Nivel II. Miembro de la Academia  Mexicana de Ciencias. Y Premio Estatal de Ciencia y Tecnología 2005.

Profesor-Investigador Titular “C” de tiempo completo en el Instituto de  Investigaciones Químico-Biológicas de la  Universidad Michoacana de San Nicolás de Hidalgo (UMSNH).

El trabajo de investigación que  desarrolla en el Laboratorio de Microbiología se relaciona con el estudio de mecanismos bacterianos de resistencia a metales pesados y  el análisis de genes adaptativos presentes en plásmidos bacterianos.

El Dr. Carlos Cervantes Vega obtuvo el título de Químico-Farmacobiólogo por la UMSNH. La Maestría en Ciencias en Genética y Biología Molecular en el Centro de Investigación y de Estudios Avanzados del Instituto Politécnico Nacional  (CINVESTAV-IPN).

Realizó su doctorado en Ciencias Bioquímicas en el  Instituto de Biotecnología en la Universidad Nacional Autónoma de México (UNAM).

Es profesor titular de cursos de Licenciatura, Maestría y Doctorado en la UMSNH, así como Profesor invitado en cursos de posgrado de la Universidad de Guanajuato y del  CINVESTAV-IPN.

Cuenta con más de 180 ponencias en eventos académicos nacionales e Internacionales y ha dictado más de 60 conferencias en centros  académicos del estado de Michoacán y de otros 12 estados del país.

El Dr. Cervantes tiene alrededor de 100 publicaciones científicas, entre ellas 50 artículos en revistas internacionales arbitradas, que han generado alrededor de 2,500 citas en la literatura internacional. Ha publicado nueve capítulos de libros y coeditado dos libros. Ha dirigido cerca de 80 tesis de licenciatura y de posgrado. Es miembro del consejo editorial de la revista científica Biometals, publicada por la Editorial Springer  (2011 a la fecha).

Editor en jefe de la revista “Ciencia Nicolaita”, publicada por la Coordinación de Investigación Científica de la UMSNH (2000-2007; 2011-2014),  y revisor de varias revistas internacionales del área de Microbiología.

¿Por qué decidió dedicarse a la ciencia? ¿cuáles son las influencias que usted considera más importantes en esa toma de decisión?

Debo confesar que la decisión fue fortuita: cuando estaba por terminar la carrera de Químico-Farmacobiología (QFB) en la Universidad Michoacana (a mediados de 1973), existía muy poca información acerca de posgrados en el área de investigación (y lo poco que había tenía que hacerse fuera de Morelia). Yo había empezado a trabajar, como aprendiz, en un laboratorio de análisis clínicos en el terruño familiar (la entonces tranquila población de Apatzingán, Mich.). Aunque en el entorno familiar se me impulsaba a continuar con mis estudios, yo veía entonces mi futuro ligado a la actividad de laboratorista en la Tierra Caliente. En ese periodo, se ofreció en la escuela de QFB un curso impartido por profesores del Instituto Politécnico Nacional (IPN). El entonces Director de la escuela de QFB, el Dr. Abel Zamora, convenció a un grupo de alumnos destacados a tomar el curso, con la promesa de tramitarnos una beca para hacer el servicio social, o la tesis, en alguna institución de la Cd. de México. Los docentes del curso resultaron ser investigadores de alto nivel de distintos departamentos académicos del CINVESTAV-IPN en Zacatenco, quienes entusiasmaron a los asistentes con sus pláticas sobre inquietantes temas de frontera de las áreas de genética, biología celular y biología molecular. Al término del curso en Morelia, un grupo de estudiantes fuimos apoyados para conocer de primera mano los laboratorios de los investigadores en el DF. Después de la visita, algunos de los elegidos, entre los que me contaba, sólo regresamos a Morelia por nuestras pertenencias y en seguida volvimos a Zacatenco para iniciar estudios de maestría. Puedo mencionar a algunos de los profesores que determinaron, de manera por demás azarosa, mi destino hacia el campo de la investigación: Dr. Manuel V. Ortega, Dr. Saúl Villa Treviño y Dr. Fernando Bastarrachea.

Ahora, a la distancia, como investigador consolidado, ¿cómo ve ese momento en que decide dedicarse a la ciencia? Ingenuidad, entusiasmo, romanticismo, una reflexión muy seria...

Aún en el pleno desarrollo de los estudios de maestría, la idea que prevalecía entre muchos de mis compañeros estudiantes (la mayoría de ellos provincianos, como yo) era que el posgrado nos serviría para encontrar algún trabajo de mayor calidad que teniendo sólo la licenciatura. La convicción de que realmente queríamos dedicarnos de tiempo completo a la investigación científica, en mi caso, sólo vino después de concluir la maestría e iniciar estudios de doctorado. Nuevamente, el azar intervino. En el año de 1976, mientras yo seguía en Zacatenco, en la Universidad Michoacana se funda el Instituto de Investigaciones Químico-Biológicas (IIQB), teniendo como sede provisional la escuela de QFB, de donde había egresado pocos años atrás. Los principales promotores de su creación habían sido, precisamente, los arriba citados Doctores M.V. Ortega y S. Villa Treviño, quienes fueron, además, mis maestros en el CINVESTAV. Con todas esas coincidencias, en 1980 me incorporé al IIQB como Profesor-Investigador, con el grado de maestro en ciencias, sin haber concluido, por causas diversas, mis estudios de doctorado (grado que obtendría muchos años después en el Instituto de Biotecnología de la UNAM).

Ahora, ¿cómo podría describir su área de investigación? Hablando para un público no especializado ¿por qué es importante?

Dos protagonistas principales se hallan involucrados en mi trabajo de investigación de los últimos 30 años: las bacterias (un abundante y ubicuo tipo de microbios) y los metales pesados (un grupo de elementos químicos generalmente dañinos para los seres vivos). Se trata, desde luego, de dos actores de primerísima importancia en las ciencias biológicas. Los microorganismos y los metales tóxicos han convivido en nuestro planeta desde hace varios miles de millones de años. Podríamos decir que casi desde el origen mismo de la vida sobre la Tierra. Eso significa, entonces, que ambos, las bacterias y los metales, han establecido entre sí diversas interacciones. Las bacterias lograron sobrevivir a los efectos nocivos de los metales gracias a que cuentan con un amplio arsenal genético que les permite cambiar (mutar) y adaptarse a condiciones adversas. Aunque con mi grupo de trabajo hemos estudiado varios tipos de bacterias y de metales, en los últimos años me he dedicado principalmente a analizar las bacterias del género llamado Pseudomonas y los derivados del metal pesado Cromo. Nuestros estudios se dirigieron inicialmente a identificar y caracterizar genes bacterianos que confieren resistencia al compuesto tóxico Cromato (un temible contaminante de origen industrial que, entre algunos de los estropicios que provoca, está el de ser un potente agente cancerígeno). Más adelante, nos hemos enfocado en tratar de determinar con mayor precisión las estrategias desplegadas por las bacterias para contender con el cromato. Aunque el trabajo de mi laboratorio se ha inscrito siempre en el contexto de la llamada “Ciencia Básica” (para contrastarla con el de la “Ciencia Aplicada”), no escapa a nuestro entendimiento que conocer con detalle las interacciones de los microorganismos con las sustancias tóxicas del ambiente, como los derivados de los metales pesados, puede contribuir a comprender las relaciones de dichos agentes dañinos con los organismos superiores, incluido el ser humano.

Estamos atravesando un momento de “re-valoración” de los microorganismos: en la evolución, la salud, el ambiente. ¿Cómo lo ve usted? ¿qué opina?

Los impresionantes avances científicos de la parte final del siglo XX, para el tema de los microorganismos en particular, la explosión de las ciencias genómicas, han confirmado lo que muchos microbiólogos postularon décadas atrás: las bacterias poseen una extraordinaria capacidad para adaptarse a los ambientes hostiles más extremos. Si bien la mayoría de los conocimientos en los campos de la bioquímica y la biología molecular de mediados del siglo pasado habían tenido a las bacterias como participantes estelares, esto se debía sobre todo a la facilidad de cultivarlas y manipularlas en el laboratorio. En algunos ámbitos se enfatizaban aspectos negativos de los microbios, como su participación en las enfermedades infecciosas o los daños a los cultivos vegetales. El empleo de microorganismos en procesos biotecnológicos, benéficos para el hombre, balancea un poco la ecuación al considerar a las bacterias como aliados, y no enemigos, de la humanidad. Ante la falta de espacio, se puede resumir que los nuevos avances científicos en numerosas disciplinas colocan a los microorganismos como factores esenciales de los cambios que ocurren en la Tierra que propician, e incluso determinan, el mantenimiento y desarrollo de la vida en el planeta.

¿Cuál estima usted, como investigador, es el futuro de los microorganismos como agentes de descontaminación, sobre todo de metales pesados, y otros agentes de contaminación?

Los procesos biológicos de remoción de agentes tóxicos del ambiente, denominados Biorremediación (para distinguirlos de los procedimientos que utilizan sustancias químicas para lograr el mismo propósito), parecen tener un futuro promisorio. El ejemplo pionero de los años 70's del siglo XX fue la eliminación de hidrocarburos provenientes de derrames petroleros mediante el empleo de bacterias capaces de metabolizar los compuestos orgánicos contaminantes. Sin embargo, aunque debo aceptar que no estoy totalmente al día de las investigaciones del empleo de microorganismos en procesos de biorremediación, tengo entendido que aún son pocos los casos en los que las bacterias se utilizan de manera sistemática con fines de descontaminación. Unos de los obstáculos ha sido que, a pesar de la aparente simplicidad microbiana, la bioquímica, la fisiología y la biología molecular de las bacterias, así como el conocimiento de las interacciones bacterianas con el ambiente, son disciplinas de las que aún desconocemos mucho. Algunos de los científicos que auspiciaron en sus inicios los enfoques de la Biorremediación, ahora abanderan causas ecológicas que recomiendan privilegiar las medidas de prevención de los daños al ambiente en lugar de buscar formas de remediarlos.

 

Seguramente escuchó del desastre ambiental producido por derrames de metales pesados de la actividad minera en ríos de Sonora ¿además de evitarlo, por supuesto, la ciencia puede hacer algo?

En mi opinión, la ciencia ya ha hecho muchísimo al generar la información acerca de los daños causados a los seres vivos por la exposición ambiental a los agentes nocivos, como los metales pesados o los pesticidas. Esto ha conducido, por ejemplo, a establecer límites permisibles de agentes contaminantes en los distintos ambientes. Parece ser que, en el caso de la industria minera, el problema no son realmente los metales sino el empleo de procesos ineficientes, la aplicación de legislaciones laxas y la corrupción, tanto a nivel empresarial como de funcionarios públicos. En nuestro país, la biorremediación relacionada con metales pesados no se ha desarrollado aún de manera sistemática. Aunque, como mencioné en el párrafo anterior, se predice una amplia participación de los microorganismos en procesos modernos de biorremediación.

Usted tiene experiencia como editor que fue de una revista científica, Ciencia Nicolaita: ¿qué tan importante es la publicación de revistas científicas?¿Existen suficientes revistas científicas en México?

Los investigadores aceptamos, a veces a regañadientas, una regla: la investigación que no se difunde carece de relevancia. Parecería un lugar común. Y tenemos para ese propósito múltiples canales de comunicación, desde los informales, como los congresos, las tesis, los periódicos, la radio y la televisión, hasta las vías formales, como son las revistas científicas (o “Journals”). En este último caso, los trabajos son sometidos a distintos niveles de evaluación por especialistas (el proceso de arbitraje), desde los muy rigurosos hasta los más amigables. Las revistas arbitradas editadas por empresas u organismos de prestigio se catalogan mediante valores numéricos denominados Factores de Impacto (IF, por sus siglas en inglés), los cuales pretenden determinar la relevancia y la influencia de las investigaciones publicadas en la disciplina del trabajo. Así, los investigadores no sólo buscan publicar sus hallazgos científicos en journals, sino que tratan de que sus trabajos aparezcan en revistas con los mayores valores de IF.

En efecto, fui editor de la revista Ciencia Nicolaita por más de una década. Una experiencia maravillosa que me permitió conocer a profundidad diversos aspectos de la investigación en nuestra Universidad Michoacana. Causa una enorme satisfacción observar que los manuscritos, después de ser sometidos al a veces tortuoso proceso de arbitraje, ven la luz en un volumen de la revista, ya como artículos formales. Esto aunado a una situación menos agradable, que seguramente experimentan quienes hacen la revista Saber Más: la incertidumbre ante la falta de artículos para publicar y la cercanía de la fecha de aparición del siguiente número.

La Universidad Michoacana tiene, entre sus profesores, numerosos investigadores de alto nivel, muchos de ellos con prestigio a nivel nacional (por ejemplo, por su pertenencia al Sistema Nacional de Investigadores) e incluso con reconocimiento internacional (participando como revisores o editores de journals de prestigio). Han alcanzado esos niveles principalmente por comunicar sus trabajos en revistas reconocidas (aunque de difícil acceso para el público en general), las cuales, además, publican sólo en el idioma inglés. Esto conduce a que la gran mayoría de los trabajos de los investigadores nicolaitas no sean conocidos en el ámbito de la propia Universidad. El objetivo de la revista Ciencia Nicolaita ha sido, precisamente, propiciar la difusión de las investigaciones elaboradas por científicos nicolaitas hacia la comunidad universitaria. Este último público incluye a los profesores que se dedican principalmente a la docencia en las escuelas preparatorias y en las facultades michoacanas, así como a los estudiantes de licenciatura interesados en la investigación. La situación anterior parece ocurrir de manera similar en las distintas universidades públicas mexicanas. Considero que existen suficientes revistas científicas a nivel nacional, pero quizá hace falta que los propios investigadores les demos la importancia que merecen, con el envío de nuestros trabajos, además de cumplir con la publicación en revistas internacionales.

Respecto a las revistas de divulgación de la ciencia, las cuales permiten la lectura de un público más amplio, no especialista, ¿tenemos suficientes en México? ¿Recomendaría algunas?

Es ampliamente aceptado que la comunicación de temas científicos hacia el público en general debe ser considerada como una labor primordial de las universidades públicas (misión que, de hecho, se encuentra inscrita en las leyes orgánicas de al menos muchas de estas instituciones). La Universidad Michoacana atesora, como uno de sus principales recursos, infinidad de personas preparadas, con amplios conocimientos en diversas disciplinas científicas y humanísticas. Como una entidad del estado, patrocinada con bienes públicos, es un deber de la comunidad académica universitaria ampliar su espectro de acción hacia la población cercana menos informada. Las revistas de divulgación, con artículos de temas de interés general, redactados en forma sencilla y accesible, representan un magnífico canal de comunicación para cumplir tal objetivo. La mayoría de las universidades públicas mexicanas cuentan con este tipo de publicaciones, destacando de manera notable la revista “¿Cómo ves?”, editada por la UNAM, y, basado en parámetros de desempeño a nivel nacional, la aún joven revista “Saber Más”, de la Universidad Michoacana.

Usted es una persona muy seria, pero a decir de sus alumnos, sus clases suelen ser muy amenas y formativas ¿le gusta dar clase? ¿cómo se siente en esta actividad?

Trato de que en mis clases prevalezca la seriedad, sin caer en la solemnidad, que propicie el respeto de todos los participantes en la clase y el mantenimiento de un ambiente formal de interés por aprender. Tal entorno de seriedad, sin embargo, no está reñido con el buen humor (aunque no soy muy bueno contando chistes) y muchos temas de las áreas de la microbiología, la bioquímica y la biología molecular se pueden intercalar con ejercicios y anécdotas interesantes que impiden que la clase sea tediosa. Me parece que nadie a quien no le agrade, interese (y, a veces, apasione) preparar e impartir una clase debería estar como docente frente a un grupo de estudiantes. Los investigadores distribuimos nuestro trabajo cotidiano entre dos actividades inseparables y complementarias: la investigación y la docencia. De esta manera, es en las universidades donde se genera la mayor cantidad de información científica y humanística a nivel mundial.

Además de la investigación y la docencia, qué otras actividades cultiva, ¿qué le gusta hacer en sus ratos libres?

La mayor parte de mi tiempo libre lo dedico a estar con mi familia. Con mis dos hijos y mis tres nietos viviendo fuera de Morelia, las visitas recíprocas ocupan la mayor parte del tiempo en mis fines de semana. Mis colegas y amigos me reprochan que soy poco sociable: casi no asisto a fiestas, excepto las reuniones de carácter familiar. Mis otras actividades son leer, escuchar música  y seguir en la TV algunos eventos deportivos. Soy afecto a la música de Rock en inglés, aunque también me agrada cierto tipo de música tropical (para escuchar, no para bailar) y música tradicional mexicana; en momentos de trabajo concentrado en casa, disfruto de la música clásica ligera. Leo en mis ratos libres, o en mis viajes, esencialmente novelas de escritores reconocidos (no nombraré las tres obras más influyentes, para no ir a quedar mal…), biografías de grandes artistas o científicos y, para momentos de mayor relajación, leo “thrillers”, (como los de Katzenbach, ahora de moda), una vez que mi esposa los termina. Espero no desentonar, en una entrevista a un investigador “serio”, al confesar que sigo al equipo de futbol Chivas de Guadalajara y a los Osos de Chicago (ciudad donde realicé una estancia de investigación de tres años) de futbol americano.

Por último, ¿tendría un mensaje para los jóvenes?¿los invitaría a la investigación científica?¿si les interesara, que deben hacer?

En mis clases, principalmente de licenciatura, trato de convencer a mis alumnos de la importancia de terminar una carrera. De hacerlo, además, con disciplina y dedicación, y de aspirar a concluir sus estudios con un promedio arriba de ocho (lo cual les dará acceso a becas y otro tipo de apoyos). Trato de inculcarles la idea de que la investigación es solo uno de los múltiples derroteros que pueden seguir al terminar la carrera. Intento comunicarles, con honestidad, la idea de que la labor de investigación, en particular en nuestro país, no es una tarea sencilla. Pero que puede otorgar grandes satisfacciones (y que, de forma incidental, les puede permitir viajar a muchos lugares y conocer gente interesante). Les platico de la excitación que produce, principalmente en los estudiantes participantes, llevar a cabo experimentos científicos y, sobre todo, obtener los resultados esperados que responden alguna hipótesis planteada. Les hablo de la emoción de presentar (presumir) dichos resultados en un congreso o, más aún, de participar en la redacción de un escrito para la publicación de sus datos en una revista internacional. En fecha reciente, cuando le comuniqué a uno de mis alumnos de posgrado que su trabajo se había aceptado para su publicación en un Journal, exclamó en tono jocoso: “¡Ya soy famoso a nivel mundial!”.

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