Bóvidos, cornudos extintos de México

Escrito por Roberto Díaz Sibaja

Los bóvidos son la familia más exitosa de mamíferos con pezuñas pares, cuentan con 137 especies modernas y se conocen más de 300 especies extintas. En esta agrupación encontramos al menos diez subfamilias que incluyen a los bovinos, caprinos y una gran variedad de “antílopes”, así como a los antílopes verdaderos. Se estima que evolucionaron en África durante el Oligoceno, hace 25.4 millones de años, aunque su registro fósil inicia durante el Mioceno temprano, hace unos 18 millones de años. El rasgo característico que define al grupo es la anatomía de sus apéndices craneales, que difiere significativamente del de otras familias de rumiantes al ser “cuernos verdaderos”. Estas estructuras son proyecciones de los frontales (huesos del cráneo) que están recubiertos por piel, tejido conectivo y epidermis queratinizada en forma de un estuche córneo que crece en capas. Además, los cuernos verdaderos no se mudan (ni sus estuches córneos) y no presentan ramificaciones, lo que se contrapone con lo que vemos en los apéndices craneales de berrendos y venados, que pertenecen a otras familias.

Los bóvidos se dispersaron desde África hacia Europa y Asia, de donde eventualmente, vía estrecho de Bering ingresarían a América del Norte en repetidas oleadas de invasión. La primera se produjo durante el Mioceno tardío, hace unos 6 millones de años con el género Neotragocerus, unas cabras de montaña similares a los rebecos (género Rupicapra) de Europa y Oriente Próximo, pero con cuernos pequeños y rectos. Los descendientes de Neotragocerus se extinguieron, dejando a América del Norte sin bóvidos durante el Plioceno (5.33 a 2.58 millones de años). Esta invasión no fue efectiva y los paleontólogos piensan que es porque las especies nativas excluyeron a las invasoras y no fue hasta mucho después, que otras especies adaptadas a condiciones más hostiles tomaron definitivamente el subcontinente como su hogar.

Uno de estos grupos fue el de los ovibovini, un conjunto de caprinos gigantes originalmente adaptados a condiciones de tundra. Durante el Pleistoceno medio, el género Soergelia, que habitaba Siberia, cruzó hacia América del Norte, donde produjo un nuevo género americano: Euceratherium (eu-ce-ra-te-rium), hace unos 1.77 millones de años en una edad conocida como Irvingtoniano. En México se cuenta con el registro de la especie Euceratherium collinum, pero sólo para el Pleistoceno tardío (la “era de hielo”). Este borrego era enorme, de tres cuartas partes de la talla de un bisonte; poseía una cara plana, en un ángulo de 45° y tenía cuernos con bases planas y separadas que se curvaban hacia atrás y luego hacia adelante.

Durante la parte tardía del Irvingtoniano, cruzaron otros caprinos, esta vez los carneros y muflones (del género Ovis). El registro temprano de estas cabras de cuernos espiralados es enigmático, en México se tienen reportes de una posible nueva especie fósil (aún sin describir) del Golfo de Santa Clara, Sonora. Hace unos 200,000 años AP (antes del presente, o antes de 1950), las ovejas siberianas dieron origen a las dos especies de América, el muflón de Dall (Ovis dalli) de Alaska y Canadá, y el borrego cimarrón (Ovis canadensis) que habita desde el sur de Canadá y hasta la Península de Baja California y Sonora. En México existen registros arqueológicos del cimarrón (como en Coahuila e Hidalgo), pero no se cuenta (aún) con algún registro fósil de esta especie.

Hacia la parte final del Pleistoceno, durante una edad conocida como Rancholabreano, los intercambios faunísticos entre Asia y América fueron más comunes. El último grupo de bóvidos caprinos en cruzar hacia el nuevo mundo fue el de los rupicaprini, parientes de los rebecos (el grupo que intentó la primera invasión de bóvidos hacia América del Norte, millones de años atrás); en esta ocasión con cabras de montaña. En México sólo se cuenta con el registro de Oreamnos harringtoni (o-re-am-nos / ja-ring-to-ni), una cabra de montaña extinta de un 66% la talla de la cabra americana de montaña actual (Oreamnos americanus), pero con patas más esbeltas y cuernos más largos y curvos. Inicialmente se pensaba que esta cabra vivió en climas muy fríos, pero el registro de México en San Josecito, Nuevo León, echa por tierra la idea, pues era una zona semiárida y nada fría.

América del Norte hubiese sido un santuario para las cabras, de no ser por los últimos y más exitosos invasores procedentes de Siberia, los bisontes. Este grupo surgió hace unos 2.6 millones de años en Indochina y pronto se convertiría en el “modelo de vaca” de climas fríos de Eurasia, alcanzando Siberia hace unos 750,000 años AP. Ahí surgió el bisonte estepario (Bison priscus), una especie que invadió la inhóspita región de Beringia (un área que abarcaba parte de Siberia y Alaska) hace unos 250,000 años AP y que posteriormente, ingresaría en América del Norte continental y generaría una especie autóctona: el bisonte gigante (Bison latifrons). Los registros más antiguos de este bisonte son también los primeros del continente, con una edad de 140,000 años AP.

Esta especie se extinguió de casi toda América del Norte hace unos 11,000 años AP, aunque la última de sus poblaciones sobrevivió en la Isla de Avery, en Luisiana, EUA, hasta hace unos 7,000 años AP. El bisonte gigante fue el bóvido más grande del planeta, alcanzaba una altura a la cruz de 2.5 m y pesaba más de dos toneladas. Poseía un pelaje más corto que su pariente actual y era mucho más robusto, con una cabeza plana y de frente amplia que sostenía cuernos inmensos de los que, el récord pertenece a un macho, cuya longitud entre punta y punta de cuerno era de 2.1 metros (esa misma medida en el bisonte moderno es de 66.5 cm).

Procedente de otra invasión desde Beringia, llegó otro bisonte grande, también descendiente del bisonte estepario, el bisonte de Alaska (Bison alaskensis). Este era menor que el bisonte gigante, tenía patas relativamente más delgadas y una cabeza menos ancha, que sostenía cuernos largos pero espiralados y sinuosos. Para hacernos una idea de la diferencia de tallas, los cuernos individuales del bisonte gigante medían 1.9 m de largo sobre la curva superior, mientras que los del bisonte de Alaska, medían 1.1 m. En México este es el más raro de los bisontes, pues sólo se conoce en un sitio, Tequixquiac, en el Estado de México, donde coexistió con el bisonte gigante.

El último de los bóvidos fósiles de México (también descendiente del bisonte estepario) fue una especie que surgió al norte de América, hace unos 51,000 años AP, el bisonte antiguo (Bison antiquus). Este bóvido medía 2.3 m de altura a la cruz y pesaba entre 1,000 y 1,600 kilogramos. Pareciera que era casi igual de alto que el bisonte gigante, pero esto se debe a que el bisonte antiguo poseía una enorme joroba. Esta especie era más peluda que el bisonte gigante y poseía cuernos gruesos y más o menos rectos que medían de punta a punta 97.5 cm, mientras que el más largo de los cuernos individuales medían 34.4 cm.

Entre hace 12,000 y 11,000 años AP el clima del Pleistoceno provocó que el robusto bisonte antiguo generara una morfología nueva, conocida como “bisonte occidental”. Esta nueva variedad se dispersó por el continente rápidamente y entre hace unos 4,000 y 5,000 años AP, en el sur de Canadá, dio origen al bisonte americano moderno (Bison bison). Por ende, los científicos consideran que Bison antiquus no está extinto, sino pseudoextinto, un término que refiere a que el material genético de la especie está presente aún en sus descendientes a pesar de que la morfología grande y jorobada haya desaparecido. Tras la extinción del Pleistoceno tardío/Holoceno temprano, la composición taxonómica de los bóvidos de México cambió.

Aún conservamos a los bisontes, pero en vez de tener a Bison antiquus, tenemos a su descendiente, Bison bison. Y de todas las cabras que habitaron el país, sólo nos queda el borrego cimarrón (Ovis canadensis), que parece haber tomado los hábitats nuevos, creados luego de la última era de hielo, dada su ausencia durante este lapso. A pesar de la gran pérdida de diversidad de esta época, no debemos olvidar que hace unos miles de años México era un país con rumiantes, sus praderas y montañas tenían aroma a almizcle, se escuchaban los mugidos y balidos de estos animales a la par de los choques de sus cornamentas, durante la época de las megabestias.

 

Roberto Díaz Sibaja, Colaborador del Laboratorio de Paleontología de la Facultad de Biología, Universidad Michoacana de San Nicolás de Hidalgo.

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Ilustraciones: Joaquín Eng Ponce. Colaborador del Laboratorio de Paleontología de la Facultad de Biología, Universidad Michoacana de